Hay tres películas entre el interior y el exterior de El Caballero de la Noche Asciende. Las comentaremos por separado a la búsqueda de una conclusión.
En la primera descubrimos el cierre de la saga épica de Christopher Nolan, a merced de sus fortalezas y debilidades.
El principal mérito del autor radica en brindarle continuidad a su lectura expresionista del género de superhéroes, bajo la influencia del estilo gótico de la historieta original diseñada por la DC Comics.
Al respecto, la última parte de la trilogía de Batman ilustra el contundente espectáculo sensorial orquestado por el cineasta, amén del uso del formato panorámico, la creación de atmósferas sonoras, la experimentación con los códigos del film noir y el proverbial manejo de la pirotecnia audiovisual.
Las acciones y los golpes de efecto provocan una descarga de adrenalina en la audiencia. El barroquismo compensa el miedo al vacío del espectador. El problema viene a continuación.
A diferencia de Orson Welles, el truco disimula y diluye las carencias del argumento. La gran ilusión de La Leyenda Renace se desploma por dos factores: la abundancia de diálogos explicativos y la incapacidad de ensamblar las fichas del fresco coral en un desenlace satisfactorio(por no hablar de la música redundante).
Verbigracia, culminamos en un final predecible, conservador y moralista, con lágrimas de cocodrilo, estereotipos de melodrama cursi, funerales falsos y mensajes ingenuos de responsabilidad social a ritmo de video clip.
Santas chispas mojadas para el lucimiento de Robin y Gatubela redimida como la chica del protagonista de la trama. Para el guionista, no existen las medias tintas. Las mujeres o te propina puñaladas traperas o te llevan para el altar. Por extensión, el acabado es muy inferior a la obra maestra encarnada por Heath Ledger.
Ello nos conduce por los caminos del segundo largometraje por reseñar. Dark Knight emergió de las cenizas del atentado a las torres gemelas para proyectar las esperanzas e incertidumbres del planeta después del once de septiembre y la depresión económica.
El plan de Nolan fue develar las enormes desviaciones políticas y distópicas del estado de bienestar, cuando el terror demuele los cimientos de la república.
Acto seguido, los valores democráticos quedan hechos añicos y la pirámide de la justicia deviene en una sucursal de la liga de las sombras.
El Guasón corrompía a las instituciones como una pandemia y obligaba a Bruce Wayne a mirarse en su espejo. Era complicado demarcar la diferencia de uno con el otro. Los ciudadanos, los vigilantes y los agentes del orden sufrían el mismo proceso de deconstrucción. Ahora Bane los somete a la experiencia de vivir en el caos de una revolución fallida, amparada por el carisma de la demagogia, el comunismo de la amenaza atómica y la pesadilla de Darwin.
La crítica al movimiento indignado se distingue, tras el colapso de la Bolsa, pero no ofrece una alternativa diferente a la planteada por el happy ending meloso y de restauración del paraíso perdido.
Cae el telón y acontece la tercera cinta en el presente de Aurora. La función termina con la promesa de derrotar a la barbarie. Fuera de la pantalla, el apocalipsis invoca al fantasma de Columbine. Eterno retorno de la violencia como reality show.
*Publicado originalmente en la columna “La Ventana Indiscreta” de “El Nacional”.
La película es un poco larga y tediosa, estilo Batman Begins. Lo único que la salva es el carisma de Bane (y las coñazas burreras que reparte). Parecía una pelea de UFC con trama.
Al menos ya se acabo. Ojala dejen a Batman en paz y busquen otro héroe que atragantarnos con películas «sesudas». Sugiero al Jefe Apache, con Danny Trejo.