Madrugada del 11 de junio. 3:20 am para ser exacto. Un escandaloso silencio me despierta del sueño que hace apenas 15 minutos pude conquistar. Una hora dando vueltas en la cama porque el insoportable calor que hay por estos días en Maracaibo es de no creer y los aires acondicionados tardan mucho más tiempo de lo acostumbrado en hacer su labor y resulta que, cuando por fin lo logró, me duermo, el aire acondicionado de la habitación se para en seco, de un solo golpe.
Abro los ojos y la negrura que veo es como si los estuviera abriendo tras una venda gruesa y negra. Lo que me temía acaba de suceder. El apagón que me anunció como a las diez de la noche Corpoelec con un corte de unos 40 minutos y que desde entonces esperaba, se acaba de producir. Estoy sin luz, con una temperatura de más de 30 grados centígrados, en plena madrugada.
Infructuosamente trato de ajustar la vista para ver si distingo algo. Nada. Todo es del negro más intenso que uno pueda imaginar.
«No me voy a mover para que no me ahogue el calor y ver si me logro dormir», pienso y trato de mantenerme en la misma posición con la esperanza de que pronto escucharé de nuevo el zumbido del acondicionador de aire.
Nada. Pasan diez minutos y la corriente eléctrica no regresa. Empiezo a sentir los chorros de sudor que comienzan a correr por varias partes de mi cuerpo al mismo tiempo. Quince minutos y el calorón y la humedad comienzan a hacerse insoportables.
A tientas y maldiciendo la suerte de vivir en un país al que parecen haberse dedicado a destruir por completo desde las altas esferas del gobierno, me levanto y doy pequeñísimos pasos para no tropezar con nada. Ubico el Blackberry que dejé cargando en la mesita de noche y, en ropa de cama, es decir, completamente desnudo, me voy al balcón del apartamento con la esperanza de conseguir un poco de brisa que me ayude a mitigar el cada vez más abrasador calor.
Nada. No sopla el viento, ni siquiera hace un pequeño intento. En la calle, la oscuridad es tan intensa como en el cuarto. Mejor, así no doy pena con el espectáculo de mi desnudez.
Me conecto a twitter y comienzo a ver montones de reportes de todas partes del estado Zulia informando del tiempo que tenían sin electricidad. Machiques, Cabimas, Lagunillas, todas la zonas de Maracaibo se unen al rosario del #sinluz.
Pienso en los hospitales y clínicas. En las emergencias y en los quirófanos que en ese instante podrían estar sin electricidad y me espanto. Justo en ese momento veo un tweet que da cuenta de que el Hospital Universitario se encuentra #Sinluz. ¡Pobre gente!
Comienzo a tuitear mi infortunio y me consigo con varios amigos que están en la misma situación.
Pienso en la mala hora cuando decidí dejar de fumar porque en ese momento me ayudaría mucho el apoyo de la nicotina. Cancelo ese pensamiento para no caer en la tentación y me dedico a conversar por el timeline y por mensajes directos con mis amigos tuiteros y por BBMess con otros, de donde obtuve la imagen que ilustra este post.
Después de varios tweets maldiciendo la desidia de un gobierno que en 12 años no ha invertido ni medio en la infraestructura del país mientras ha regalado a manos llenas dinero a Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, y remaldiciendo ese afán que tiene esta «revolución» de pacotilla en hacernos padecer calamidades e igualarnos a todos pero por lo bajo, a diez para las cinco de la madrugada, llega la luz.
Me despido de mis amigos pensando en lo bueno que es que existan estas redes sociales que nos ayudan a descargarnos, a desahogarnos y a hacer más llevaderas las calamidades. Vuelvo a la habitación a tratar de conciliar el sueño. Imposible. El calor y el sopor los tengo metidos en el cuerpo y no hay aire acondicionado que pueda con las altas temperaturas de esta época del año en Maracaibo.
Cuando, como a las seis y media de la mañana, por fin, el cansancio comienza a vencerme, una especie de ataques epilécticos de la corriente eléctrica comienzan a sucederse haciendo que el aire acondicionado prenda y apague intermitentemente con estruendoso ruido.
Así, transcurrieron esas tres horas de sueño intermitente, hasta que llegó la hora de levantarme e ir a trabajar.
¡Remaldición! En la tienda no hay luz. La electricidad pasa todo el día yendo y viniendo. La temperatura alcanza los 42 grados centígrados a la sombra y yo siento que me derrito.
Llego a mi casa y a eso de las ocho de la noche se vuelve a ir la luz. Ya no sé en qué forma maldecir al gobierno. El calor me está consumiendo y, mientras me dedico a escribir esto en mi Blackberry porque, por supuesto, sin electricidad mi computadora no funciona, siento como los chorros de sudor corren por diferentes partes de mi cuerpo.
Muy bueno tu artículo, y a la vez trato de reflexionar¿por qué la gente no le forma un peo al gobierno pa’ que acabe con esa plaga que son las iguanas de fukushima y los rabipelaos vergatarios?