Nuevas olas sacuden al cine del medio oriente en la frontera entre Israel y Palestina. Los directores de cada estado proponen lecturas críticas del conflicto histórico. Cuestionan a la burocracia y al complejo militar e industrial empeñado en desconocer los derechos del adversario.
Los mejores largometrajes sobre el problema intentan superar los cánones binarios y maniqueos de la guerra fría.
Los peores alimentan la intolerancia, el antisemitismo y la simplificación de la cultura árabe. Por fortuna, se impone el patrón del humanismo, el respeto y el reconocimiento de la otredad en el ámbito de la oferta contemporánea.
Ejemplos de ello son las obras maestras tanto de los realizadores nacidos en Tel Aviv como de los descendientes de la franja de Gaza. Del primer grupo destacan Waltz with Bashir(éxito de Cannes), Líbano(León de Oro de Venecia) y Kadosh( del enorme Amos Gitai).
Al segundo conjunto pertenecen la emblemática Paradise Now( nominada al Oscar extranjero) y la políticamente incorrecta Intervención Divina( del irónico Elia Suleiman).
Incluso, para ampliar el rango de acción, vale la pena sumar una tercera tendencia de creadores extranjeros cuyas piezas audiovisuales buscan estrechar lazos por encima de barreras físicas y subjetivas. Es el caso del mejicano Carlos Bolado con el documental Promises y del polémico Oliver Stone bajo el título de Persona Non Grata, loable ejercicio de imparcialidad mediática.
Lamentablemente, no aplicó la misma metodología en Al Sur de la Frontera, dedicada a excluir a la oposición en beneficio de la imagen del Comandante.
Grosso modo, son los antecedentes del estreno en el país de El Árbol de Lima, importada por la distribuidora oficialista Amazonia Films. Es obvio el interés detrás de su promoción por parte del gobierno. Vista fuera de contexto, la cinta puede parecer un panfleto de denuncia en contra de la supuesta conspiración de “la derecha sinionista”.
Pero nada menos cierto, aunque la película será instrumentalizada con fines distintos a los vislumbrados por su autor.
Más allá de las interpretaciones sesgadas, El Árbol de Lima echa raíces en el campo de la trascendencia estética gracias a su voluntad de discutir la agenda dogmática de tirios y troyanos.
A ambos lados del muro, descubrimos la esterilidad de una región dividida y asolada por la manipulación del terrorismo, el drama del exilio, el martirio de los puestos de control, la apatía de las generaciones de relevo, el fundamentalismo del sistema de justicia y el sectarismo de la dominación masculina.
Apenas la mujer encarna una fuente real de esperanza y alternativa ante la hegemonía de los hombres en armas.
En dicho sentido, percibimos la tentación de victimizar a la protagonista femenina en detrimento del personaje del Ministro de Defensa, ilustrado con trazo grueso. Los frutos del libreto se pudren a la luz de semejantes clichés.
De igual manera, la ejecución peca de telefílmica en su tono de fábula moral de David versus Goliat. Aun así, quedan ramas abiertas para el debate, a pesar de la conclusión ingenuamente alegórica y amarga. Por defecto, se trata de un mea culpa saldado como un alegato superficial en la comparación con la dura realidad del tema. Clásico del costumbrismo tímido de nuestros días. Le falta ácido.
*Publicado originalmente en la columna «La Ventana Indiscreta» de «El Nacional».