Tenía mucho, mucho tiempo que no entraba a esta página, que a veces la veo para leer alguno que otro cuento, o alguna que otra crítica de cine, muchas veces me consigo con críticas de temas políticos, y la verdad que rara vez consigo algo nuevo, por lo general se repite lo mismo siempre.
El último, y único, acercamiento que hice hacia la política fue cuando intenté involucrarme en las elecciones en la universidad que estudiaba, y me di cuenta, con decepción en aquel momento, que los líderes que había era unos pichones de titanes. Entendí que para ser político se debía tener una buena dosis de ansias de poder y de egolatría, de otro modo, en este sistema, no se llega ni a la esquina.
Otro ególatra y ansioso de poder dijo alguna vez que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Creo firmemente que tenemos lo que nos merecemos, tenemos los políticos y religiosos que tenemos, si fuéramos más evolucionados ellos también lo serían.
Y esta evolución no tiene que ver con progreso, o desarrollo, o cualquier eufemismo de desastre cultural y social que vemos diariamente, sino en una evolución profunda y firme en cada uno de nosotros.
Esta evolución no se logra estudiando a los mejores autores del mundo, o estudiando en las mejores universidades, ni colgando innumerables diplomas en la pared, ni afirmando cualquier «ismo»; esta evolución sólo requiere de mucha atención a nosotros mismos. Nuestras mentes están llenas de mucho ruido, mucha información, muchos noticieros, muchos discursos, demasiado ruido, nuestras mentes parecen mares revueltos, y en esas condiciones nunca, pero nunca, habrá evolución.
En la política, tal y como existe actualmente, no puede tener cabida las buenas intenciones, no importa quién sea líder, no importa el nombre o el color de su bandera, no importa a quien cite o admire, si hombres barbados o bien afeitados y encorbatados, mientras nosotros seamos mares revueltos, los políticos también los serán.