La semana pasada estuve en Buenos Aires por siete días. Hoy voy a compartir mis impresiones del viaje a vuelo de pájaro. Llevaba cinco años sin ir a la Argentina. Antes lo había hecho otras dos veces. Ahora sería mi cuarta estadía en la ciudad. Por ende me interesaba descubrir las diferencias entre pasado y presente, a la luz de los posibles cambios en la superficie de la capital.
Para resumir, primero hablaré de las alteraciones negativas y después de las cuestiones por reivindicar.
Al comienzo llamó mi atención el crecimiento del parque automotor. Hay el doble de tráfico y el triple de carros en la vía. Encima las avenidas lucían desbordadas y colapsadas por un paro del “subte”, donde antes me desplazaba como pez en el agua.
Los políticos de cada bando se echaban la culpa mutuamente por el asunto. Es un deporte nacional practicado en la región. Lo típico de Venezuela.
La polarización criolla me perseguía como un fantasma, pero con el idioma refinado, melodramático y retórico de un porteño burócrata.
Durante el recorrido me topé con la imagen de estaciones cerradas con candado y gente pobre durmiendo en las puertas del metro.
Los de Cristina acusaban a Macri y viceversa, mientras Lanata los “puteaba” a todos en su cadena del domingo, cual Gran Hermano o árbitro parcializado de “Los Juegos del Hambre”.
Nunca la mediática me resultó tan violenta, agresiva, estéril, sensacionalista, amarillista, maniquea y absurda.
Los programas abusaban de recursos gastados como la cámara escondida y la denuncia “ad hominem”, para mantener enganchada a su audiencia cautiva.
El horario estelar no sale de la explotación de una diva semidesnuda para caer en otro cliché de la pornografía sentimental a través del lenguaje manido del reality show, conducido al grito limpio de Marcelo Tinelly, siempre acosado por la prensa del corazón.
De inmediato, una noticia me inquieta. Asesinaron en la calle a un vigilante al intentar detener un robo. Según percibo, la sensación de inseguridad también se incrementó como la inflación. En una cena, una amiga de Brasil me contó de cómo la atracaron al salir de un cajero automático. La despojaron de sus pertenencias, le quitaron el pasaporte y le aguaron la fiesta de su regreso a casa.
En paralelo, llamaba la atención la cantidad de niños de la calle, trabajando como maromeros para ganarse la vida. Andaban en grupo, pedían dinero y desarrollaban rutinas prefijadas con pelotas. Me recordaban a las víctimas de las mafias de traficantes de chicos de nuestra pequeña Venecia.
La postal de la miseria no me es ajena. Se trata del lugar común de Caracas, atestada de mendigos, comerciantes informales, prostitutas, cartoneros y mercaderes de la infancia abandonada.
Lo nuevo era detectarlo en proceso de expansión dentro de Buenos Aires. Antes existía el fenómeno aunque de manera menos evidente. En la actualidad es imposible de ocultar, disimular y tapar con un dedo. Lo mismo ocurre con la basura. Ejemplo de ello es el centro, afectado y golpeado por la crisis. En mis caminatas por los alrededores de Corrientes, debía sortear pilas de escombros y desperdicios, rodeados por menesterosos en busca de comida y materiales de valor para recolectar.
Me impresionó transitar por el bulevar Lavalle en franca decadencia y por la arteria de Florida en fase de reconstrucción permanente. Me ofrecían dólares del mercado negro y tragos para asistir a locales de streap tease. Un par de veces fui sorprendido por hábiles vendedores de paquetes chilenos. Luego pasaba de largo y los ignoraba. No se mudaban de esquina. Las acaparaban como sus oficinas.
En general, Buenos Aires empieza a adquirir el semblante de la Nueva York de “Taxi Driver”. Incluso, me trajo de vuelta a la Caracas de finales de los ochenta, cuando se inició el desmantelamiento y la depresión de su infraestructura moderna. Ojalá no suceda lo propio con la capital de Argentina.
Al margen de lo dicho, sobran los motivos para conservar la esperanza. La actividad cultural sigue siendo inabarcable, entre cines, salas de teatro, librerías y espacio alternativos. La vitalidad intelectual y artística florece en cada esquina. Es un placer entablar conversación con cualquier porteño.
Tomaba un taxi y no me quería bajar. Es un hervidero de ideas y discusiones ininterrumpidas. La comida es excelente y de una variedad gigantesca. Mi paladar se deleitaba con los sabores de las pizzas, de los perros calientes, de las pastas, de los bifes de chorizo, de las cervezas Quilmes, de los sanduches de carne de Tortoni, de los aromas cafeteros en la Biela.
Disfruté del mejor domingo del año en Recoleta, Caminito, el Barrio de la Boca, San Telmo, Belgrano, Palermo, Malba, Plaza de Mayo y Puerto Madero.
Distinguí las brechas sociales por reducir y las distancias por acortar. Los ricos conquistan lo público, adquieren reconocimiento de nobles y excluyen sistemáticamente a los eslabones frágiles de la cadena.
Es una pesadilla de Darwin, una distopía por revertir.
Sea como sea, Buenos Aires continúa redimiéndose y consolidándose gracias al impulso de sus proyectos colectivos y personales.
Sus ciudadanos conscientes, militantes, autocríticos y orgullosos de lo suyo, son la garantía del futuro de la capital. A mi entender, la parte negativa es estrictamente coyuntural y responde a los intereses de una clase gobernante ineficiente y caduca, en alianza con una élite enajenada y sectaria.
No obstante, debe remediarse y contenerse. El resto es absolutamente positivo y justifica la visita del turista. Es lo opuesto de Caracas, cuya diversidad cultural es menor y pierde en la comparación con Buenos Aires.
Ya la extraño. Aguardo por mi retorno. De seguro sus dilemas e inquietudes encontrarán solución.