Sucede que para los críticos, existen dos tipos de cine: el cine «artístico» o intelectual, y el cine «de masas» o de entretenimiento. Desde la atalaya moral y estética que les da la columna en la revista o los años de estudios, ellos se dedican a dividir el mundo del entretenimiento y, en consecuencia, a los espectadores, en cosas «artísticas» y «populares».
Si a usted le gustó Piraña 3D, digamos, debería avergonzarse. Eso no es cine. «Cine», es una actividad aburridísima que obliga a estos críticos a mamarse oscuras cintas asiáticas de tres o cuatro horas, donde la cámara no se mueve, para reforzar la idea de cuán inteligentes son ya que no se salieron de la sala.
¿Exagero? La «película del año», -por unanimidad-, de la prestigiosa revista Cahiers de cinéma es «Holy Motors» de Léos Carax. Poco importa que el film haya sido estrenado en junio, la gente de Cahiers está convencida de que los otros seis meses del 2012 no valen la pena.
Ahora bien, «Holy Motors» es, indiscutiblemente, la peor película que he visto en el 2012, y estoy seguro de que se iza fácilmente a mi top cinco de películas malas de todos los tiempos. Eso es bastante decir, tomando en cuenta que crecí con la maravillosa opción de escoger entre «Cine millonario» o… ¿cómo se llamaba el ciclo de Canal 2? Poco importa. No teníamos cable en los ochenta, así que «películas malas» vi unas cuantas (y unas cuantas veces, porque eso de «en estreno exclusivo» era una bofetada de cinismo cisnérico increíble). Si creciste en Venezuela en los ’80-’90, podías escoger, como en Batman, entre «destierro» y «muerte por destierro».
Yo entiendo que a un pobre crítico al que obligaron a ver Made in USA de Godard en la Universidad o las diez horas del filme Shoah de Lanzmann, a esta gente una película coreana como El tío Bonmee le parece un paseo en el parque. Yo reconozco mis limitaciones. El cine «intelectual», «artístico» y «hermético», se los regalo con todo y lacito.
Mi pregunta es, ¿por qué la rigurosidad teórica no se aplica al revés? ¿Por qué los cómics si pueden ser juzgados por esta gente ex nihilo, como si Batman hubiese sido inventado ayer?
Entiendo que estoy lejos de ser un intelectual del cine y que puede que eso sea lo que impide que yo vea la grandeza de Holy Motors. Está bien. Lo reconozco: nunca vi Empire de Andy Warhol, no le veo el sentido y no pretendo perder mi tiempo en eso. Soy un tipo simple.
Pero leyendo las barrabasadas que ha escrito la prensa de cine más prestigiosa en torno al Batman de Nolan me surgía siempre la misma duda: ¿esta gente tiene la más peregrina idea de lo que está hablando? ¿Comparar a Batman y Bruce Wayne con Iron Man y Tony Stark, como hace Lane de The New Yorker? ¿Qué disparate es ese?
Existe un desprecio intrínseco en estos sesudos «críticos» hacia los cómics, las mangas japonesas y los animé. Porque yo me pregunto, por ejemplo, si el señor Lane, antes de criticar Apocalipsis Now, se leyó la novela de Joseph Conrad. Obviamente, la respuesta es sí: ningún crítico dejó de leer el texto original y lo integró en su crítica. Igual sucede con La naranja mecánica (Burgess) o Eyes Wide Shut (Schnitzler) de Kubrick, y tantas más.
Pero estos críticos no solo no se toman la molestia de empaparse del universo del cómic antes de escribir boberías sobre la vida sexual de Bruce Wayne, sino que desprecian de manera condescendiente dicho mundo.
Cuando la crítica alabó la segunda película de Batman dirigida por Nolan, lo hicieron siempre enfatizando que era «más» que «un simple cómic», que tocaba temas universales, que establecía paralelos con el terrorismo y que por eso les gustaba. Batman es buena porque no es un cómic, porque es una película que trasciende la idea original.
Esto es un completo disparate. Cualquier lector que se haya zambullido en el excelente trabajo de Frank Miller entiende que Batman, igual que sus otros trabajos, está lejos de ser una lectura binaria. Miller y demás guionistas crean mundos complejos, con personajes llenos de ambiciones, emociones y de una profundidad psicológica digna de una novela de Dostoievsky.
Pero esto no lo ve la crítica y, lo que es peor, no asume su completa ignorancia con el género. Los críticos creen que los cómics no valen la pena ser leídos, ni siquiera un poco, ni siquiera para escribir algo que haga justicia a la idea original.
Esta postura, de tener dos medidas, una «intelectual» y otra «popular», es sumamente discriminatoria. Porque si alguien escribe una crítica a Vargas Llosa valiéndose de la adaptación cinematográfica de «La fiesta del chivo» y luego admite que jamás leyó la novela, pero que es mala porque los personajes de la película no son convincentes, nadie lo tomaría en serio. Este «crítico» terminaría vendiendo periódicos en la calle.
En cambio, los críticos tienen carte blanche para decir las incoherencias más grandes en lo que se refiere a los cómics. Pueden rebuznar, mofarse y despreciar el trabajo de todo un género si les da la gana, y a nadie le importa, mucho menos al editor. Lástima que no haya superhéroe para combatir a estos babosos, aunque la excelente manga Bakuman bien podría encargarse de ello.