Después de meditar y dudar por unas horas, ayer decidimos infiltrarnos en el evento de “La Noche de los Museos”, organizado por el gobierno.
Asistí con Adriana Pérez Bonilla, recogimos información en conjunto y prometimos ventilarla por redes sociales a través de un par de crónicas. Por aquí voy con la mía.
En el papel, la iniciativa pretende ser una mezcla entre “Por el medio de la calle” y “Hatillarte”, donde se combinan las acciones de la cultura alternativa con las propuestas institucionales cobijadas por el tejido arquitectónico clásico.
En tal sentido, “La Noche de los Museos” parte de un efecto mimético, de copia instrumentalizada por el poder. Sin embargo, la aventaja el hecho de contar con una de las plataformas estéticas y urbanas más atractivas y seductoras de la capital.
En palabras de Adriana, el resto de los municipios no puede darse el lujo de promover caminatas, verbenas y saraos entre las obras maestras de la modernidad venezolana: Teresa Carreño, Ateneo, Museo de Ciencias, Bellas Artes, MAC y la antigua GAN. Su riqueza semiótica es bárbara y le arranca una sonrisa a cualquiera, hasta al menos dado a participar de los aquelarres colectivos.
Aun así, existen precedentes.
Lo sucedido al fondo de Bellas Artes era una reproducción degradada de las movidas orquestadas por Pepe López, Carlos Sosa y Palmira Camacho durante las jornadas itinerantes de “Como en la Tele”, amén de las transgresiones y conspiraciones de los promotores del encuentro, cuyo acierto respondía a la necesidad de abrir una plaza para los eternos marginados del sistema.
También evocaba las acciones subversivas planteadas por “Poetas en Tránsito” dentro del santuario diseñado por Villanueva. Celebrando a Baco y a Dionisio, tuvimos la ocasión de grabar allí el funeral lírico de Daniel Pradilla y Enio Escauriza. Aparte, traía a colación la impronta de las hermanas Lizardo alrededor de su proyecto de los “Mercados de Diseño”.
¿Cuál es entonces la diferencia con el presente? La ausencia de un contenido claro, consistente, riguroso y dispuesto a sembrar inquietudes, a problematizar, como diría el combativo Jedy de Gerardo Zavarce.
Ahora la oferta luce escasa, programada por la censura oficial, carente de norte curatorial y desprovista del ánimo de ruptura de los colegas aludidos de la escena iconoclasta.
Por mencionar un dato. A los “Poetas en Tránsito” les lanzaron dos ratas en la cara y las autoridades prefirieron distanciarse de ellos, a lo largo y ancho de su perfomance. Nadie del status quiso tomarse la foto con la pareja difunta.
En la ecuación de López+Sosa+Camacho, se vislumbraba la idea de desacralizar y cuestionar a la sociedad del espectáculo, por medio del montaje de un irónico circo freak.
En cambio, “La Noche de los Museos” es como un plagio tardío de “Como en La Tele” y otros sucesos por el estilo, aunque bajo el control estricto de un conjunto de funcionarios y burócratas complacientes con el Presidente, a fin de ayudarlo en su campaña electoral, a costa de los dineros públicos.
Para congraciarse con él, los chicos del Ministerio encontraron la forma de recibir subsidio, anotarse puntos en su gestión, arrimarle el mingo al juego de bolas criollas de la revolución y ponerle la mano al botín de PDVSA, a la luz de un espejismo, de un engaño, de un soberano caballo de Troya de la propaganda roja para el 7 de octubre, valiéndose del patrimonio y prostituyéndolo de manera paternalista, demagógica o dadivosa al trastornar sus funciones originales.
La misma estructura ya fue vandalizada para albergar un campamento de refugiados y una exposición de replicas malas de Evenpro, siempre con el propósito de alimentar una política de la dependencia y la explotación de las masas.
Por ende, “La Noche de los Museos” constituye el último eslabón de una cadena de dislates fundados para inyectarle sangre fresca al paciente enfermo.
Los jóvenes son el nicho a conquistar a base de permitirles “tomar curda”, fumar marihuana y bailar música electrónica en lugares creados para otros menesteres.
La profanación y contaminación ideológica marcan el rumbo de la agenda en el entendido de embelesar a un rebaño fácil de manipular con la fachadas de la rebeldía, el apocalipsis integrado y la liberación de los instintos.
En consecuencia, el simulacro de taima a la violencia y la inseguridad se consigue gracias a la elevación de un dispositivo de represión policial digno de un bunker, de un centro comercial, de un parque temático para adultos bebedores de caña a la usanza de Pleasure Island, de Downtown Disney, de The Universal CityWalk y de las Vegas, a merced de valores disímiles a los de un estado socialista.
“La Noche de los Museos” coquetea con los pecados del capitalismo desenfrenado y juerguista: el consumismo de sustancias legales e ilegales, el tráfico de estupefacientes, la banalización de los íconos históricos, la alienación, el igualitarismo mentiroso y la exacerbación de los egoísmos presuntuosos. Es como la zona de tolerancia implantada por los hermanos Castro en el malecón de la Habana.
En paralelo, la cuestión es de un hipocresía y de un trampa del tamaño de una casa del PSUV, porque incluye absurdos tarantines del comando del Corazón y excluye la presencia del candidato opositor.
Encima, fracasa estrepitosamente al poner a competir a los museos con una noche de celebración escandalosa en la acera, en la vía, en la avenida. El resultado es claro y obvio.
El interior de los museos permanece semivacío en la comparación con las manadas y tropas de adolescentes transitando por el circuito.
Para rematar, las exposiciones dan pena ajena y no soportan el menor análisis. La de Bolívar es un abuso en 3D, una distorsión, un robo en las narices de la audiencia. Prometo comentarla por separado en una próxima reseña.
Afuera, los mentados invitados y emisores de mensajes, renuncian a confrontar y se rinden a los pies de una moda superada, kitsch, ingenua, inofensiva, impostada y ridícula.
Cero vanguardia, resistencia o disidencia. Puros niños intensos felices de danzar al ritmo de versiones amplificadas de éxitos de la salsa cabilla, el drumb and bass y el reggae con aires de progresismo arrastra chola.
Morías de la risa y de la tristeza frente a los imitadores de Bob Marley, Fat Boy Slim, Tiesto y el mini Disk jockey sensacional. Preferible y mejor pagarle al Nené Sarcos para “colocar” un set de changa tuki.
Extrañábamos una intervención inesperada y polémica como las de los Fibonacci en FNB o las chicas de Pussy Riot en Moscú.
En los espacios cálidos, nos empujaban con cierta vehemencia al compás de un tecno inaudible.
Por las proximidades del Museo de Ciencias, la basura empezaba a colmar la entrada. Botellas de vino, latas de cerveza y bolsas de chucherías desplegaban una alfombra de escombros.
La señal de ruina, de Caracazo, de botellón nos convocaba a emprender la huida.
Nos aguardaba el ratón moral a la vuelta de la esquina.
A las once salimos de la matriz.
El miedo y la desolación nos daba la bienvenida al desierto de lo real.
El efecto de la píldora roja había cesado.
Caracas parecía la boca del lobo.
Morfeo nos despertaba del sueño y nos sentenciaba el desenlace: es hora de asumir el barranco y la pesadilla.