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Una noche en el museo (La peli que no te puedes perder, pero bájate solo con la cedula y algo de efectivo, escondido en el zapato)

Sin plan, un viernes por la noche, vale, pero me llama mi amigo, Sergio M., “Vamos pa la ruta de los museos”. ¡¿Qué?! ¡¿Dónde paramos el carro?! ¡El terror! Es natural, ya saben, yo conozco mi patio lo suficiente para saber los riesgos que corremos si traspasamos los guetos. Sí, Caracas es un montón de guetos que llamamos ciudad. Y como en Venezuela NO SE PUEDE SER ATEO, dije “En nombre de dios”.

Nos paramos en un estacionamiento en-el-que-hay-que-confiar-porque-sí, metimos todas nuestras pertenecías en la guantera (esa caja fuerte mágica tan caraqueña) y nos bajamos con la cédula y el efectivo, escondidos. Tranca palanca y ¡Run, Forest, run! Hasta un sitio iluminado con gente, de regreso fue la misma vaina, pero los cien metros fueron oro olímpico, ya saben, la hora. Ojalá uno pudiese saltar como Michael Jordan del “sitio seguro” al carro, pero las fantasías, son solo eso, fantasías.

I

“Por el medio de la calle” versión alcaldía Libertador, lo mismo, pero primero se fajaron a poner bombillos por la “ruta”. No habían más policías que civiles, pero casi. Tres tarimas (primero regue, después salsa brava). Djs mezclando en sus esquinas (sendas computadoras y jugueticos, no podía evitar imaginar cómo iban a hacer para llevarse esos equipos para el carro, seguro tenían un camión blindado de Trasnvalcar). Las cosas esas donde uno mete la cara y se toma la foto, proyecciones de dibujos y poemas en las paredes, artesanos de la vieja escuela, un toldo rojo repartiendo fotos autografiadas del Chávez de hace una década, con un megáfono con patas repitiendo “Corazón de la patria”, y gente, mucha gente, haciendo terapia recreativa, bebiendo caña y consumiendo todo tipo de drogas a sus anchas.

La diferencia está en que ni Chacao ni el Hatillo, pueden montar un festival, es decir, montar la ficción de que somos una ciudad cosmopolita y de avanzada, en una obra de Villanueva, con un Otero por allá y un Michelena guindado por aquí. En infraestructura, el festival, se lleva por los cachos cualquier intento del más entusiasta, pero sólo en ese aspecto, lo demás barajita repetida, “expresiones artísticas” de papel maché. Pero el arsenal de obras, nuestra herencia de los genios que nos prestaron, y el faje de la Imber en las subastas, es otra cosa.

Primera vez en la vida que estoy de noche en esa área. Cuando me asomé en la parte más alta de la escalera que comunica los museos con El Teresa Carreño, con el techo de Soto y un Cruz Diez a mi izquierda, es como si el fantasma de Dickens me hubiese llevado en sueños a ver mi ciudad perdida. Lástima que un pajuo en la tarima ubicada abajo estaba hablando de no sé qué revolución, y me salió movida la foto, pero uno puede abstraerse y elevarse por unos segundos del piso.

Los cafés a lo largo del jardín detrás del museo de Bellas Artes eran sureales. Hasta el jardín, ese jardín. Sergio y yo nos sentamos tres veces a observar y a procesar lo que estábamos viendo. La gente bailaba salsa brava, era una coreografía, los pocos extranjeros miraban, estupefactos, sí, era maravilla dirigida. En una le dije: “Y pensar que Reverón (porque lo vi en un documental) cruzaba esta misma plaza llevando en la mano sus cuadros para venderlos, como si fuesen cualquier cosa”. Uno se pone nostálgico y cursi. Menos mal que es una iniciativa que no tendrá continuidad más allá de la campaña electoral, porque si lo hicieran de verdad por nosotros, para coger un poco de aire, de noche, y lo hiciesen siempre, capaz y me lo creo.

II

Bueno, vimos el Bolívar en 3D, el mismo que mostró en la cadena, estuve a centímetros de la foto, creo que se pasaron con la base y le faltó polvo para matizar, la peluca muy mal puesta, pero ese tipo que posó debe estar por ahí, cuidado y te lo consigues en el metro. El objetivo principal de la exposición es desmantelar la mentira que nos montaron pintores varios durante 200 años, y mostrar al Bolívar real realista verdadero autentico. Y para eso pusieron un cuadro al lado de otro, las mentiras, para que lo compararas con la verdad.

Pero, la verdad es, que esa exposición es un fetiche sexual muy elocuentemente descrito en los párrafos homoéroticos pegados en las paredes. Cómo me arrepentí de no haber llevado cámara para retratar esas descripciones, una precaución imperdonable, valían la pena. Nada de Carta de Jamaica ni de árbol genealógico, pura cejas, labios gruesos y mentón ancho, en uno de los párrafos decían algo de una verruga que no siguió creciendo, sino me creen, tengo testigos, pregúntele a Sergio.

También vimos a Paul Gillman, tenía ojos tristes, debe ser por las Pussy Riot

III

A medida que pasaban las horas el ambiente se fue enrareciendo, ya el licor surtía su efecto en muchos de los asistentes, la droga también, una euforia extraña. Mal presagio. La oscuridad se intensificó. Vámonos, viejo, a correr como en las viejas cuñas de Grafitti. Ponte el cinturón de seguridad, no creo en nadie, y a mí no me pasa como a Pastor Maldonado ni de vaina, de noche, no, en la Libertador, menos. Un solo cholazo y no supe nada hasta la Campiña, más o menos.

Sé que me repito, pero desde hace tiempo, tengo la sensación que vivimos en un gran escenario, que si me asomo por atrás del país, tal vez, pille a un tipo moviendo las luces para alumbrar mejor al recitador de fabulas y mitos, de cuentos. Un escenario donde estamos montados actores sin libreto, improvisando. Estamos en la plaza, pero no estamos; somos, pero no somos. Viviendo la ciudad de noche, pero prestada, acordonada y no pases de esta raya de tiza que puse, esto tiene un límite.

Además, no se entiende ni se disfruta del escenario. Se trata de estar y ya está. Agarrando aunque sea fallo. Somos sonámbulos, profundamente dormidos. No hemos tomado posesión, nada, en realidad, nos pertenece.

Quienes estaban claritos eran los vigilantes de los estacionamientos «Entra rápido» «Esto por aquí es candela». Unos panas que no se caen a cova.

Y bueno, yo no dije que esto es un cuento de suspenso, es una crónica, por lo tanto, ustedes ya se saben el final: En la noche, en el museo, todas las obras cobran vida y juegan al gato y al ratón, al escondite, pero cuando se asoma el sol, todo vuelve a ser inanimado, vuelve el orden establecido. De la evasión poco, porque empalaga.

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