Ya lo dijo Roger Kimball en “La Profanación del Arte: De cómo la Corrección Política sabotea al Arte”. El mundo de la cultura oficial es un manicomio y solo queda ofrecerle resistencia con duchas de agua fría, para traerle un poco de cordura al asunto.
El autor podría escribir un capítulo extra o el epílogo de su libro a propósito de la enloquecida y enfebrecida exposición inaugurada recientemente bajo el título de “El Rostro del Libertador”, coronada con la imagen desquiciante del susodicho personaje en 3D.
En el mundo, tuve la ocasión de presenciar groseras manipulaciones históricas de semejante tenor. Las recuerdo en los museos de La Habana con sus reproducciones fraudulentas y sus replicas kistch de las hazañas de los barbudos en la montaña.
En su época, hicieron las delicias de Stalin y de los camaradas de la internacional socialista dentro de su idea absurda de reescribir la memoria de los pueblos, para justificar el culto a la personalidad del dictador de turno. Cronistas evocan operaciones del mismo color en las naciones protagónicas de la Primavera Árabe, a merced de sus tiranos africanos y del medio oriente empeñados en identificar su imagen con la de los héroes épicos del pretérito.
Incluso, cabe el ejemplo siniestro de la tristemente célebre muestra de los “decadentes”, fabricada por los propagandistas de Hitler para satanizar a los disidentes y a los defensores de la escuela expresionista en Alemania. Nada de ello perduró en el tiempo. Hoy la gente lo rememora con rubor y pena ajena.
Lastimosamente, las autoridades de la GAN pretenden seguir los pasos antes señalados a efecto de complacer al inquilino de Miraflores en un acto crudo de lisonja partidista. Parecen cosas de la época de Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez y Lusinchi, quienes eran consentidos por una camarilla de funcionarios y burócratas corrompidos.
De hecho, nadie en su sano juicio puede comprender la impronta de “El Rostro del Libertador” en otro contexto.
Su primer dislate consiste en obligarnos, casi por decreto, a establecer una lectura maniquea del género del retrato en Venezuela, donde la única pintura válida y correcta de Simón Bolívar es la del hombre arcaico, de facciones anchas, en tercera dimensión.
Las demás son una serie de impresiones y defectos de fábrica, ilustradas en su momento para ocultar la realidad y sumirnos en un estado de alienación.
La organización marxista y binaria del conjunto las proyecta en el espacio y el recinto como los ejemplos del robo semiótico de una clase, de la distorsión burguesa y del interés aristocrático por hacerle una cirugía plástica al padre de la patria a través de la mezcla del óleo con el lienzo.
Al respecto, comparto una cita absurda de la Agencia Nacional de Noticias:
Los retratos de Bolívar que en su momento hicieron José María Espinosa, W.T. Fry y otros artistas, hasta hoy en anonimato, integrarán la muestra que servirá «para demostrar la ambigüedad a la que los historiadores del arte y el público en general han tenido que enfrentarse por más de un siglo para conocer realmente sus facciones», se explica en una nota de prensa de la Fundación Museos Nacionales.
La idea entonces es denunciar públicamente la inconsistencia de los trabajos clásicos de Michelena, Lovera o Espinosa en la comparación con la auténtica, verdadera e inigualable reproducción diseñada a partir de la fotocopia de la osamenta rescatada por los profanadores de tumbas del glorioso proceso de cambios.
Gracias mi presidente por su corazón enorme, su sensibilidad estética y su don de mando. Es usted idéntico al cuadro de “El Rostro del Libertador”. Solo le falta la verruga, mi comandante en jefe. Ya se la “colocaremos” en el futuro.
Fuera de chanza, los argumentos del folleto de mano son de coger palco. A continuación, el último y escalofriante párrafo del susodicho papel mojado:
Afortunadamente, los tiempos han cambiado y a partir del notable tratamiento tecnológico que acaba de hacérsele a sus restos, podemos hoy conocer a Bolívar como realmente era, ya no bajo una interpretación artística, sino como el resultado de un profundo estudio científico que, como documento fidedigno, nos obliga a descartar la fantasía y los juicios subjetivos carentes de rigor histórico, sin por ello subestimar la condición de fuente de primera mano de esta iconografía, ni desmerecer el valor artístico de estas obras. Ciertamente, no es sino hasta el presente cuando se revela el profundo desinterés de quienes en el pasado investigación el tema oficialmente, con la aparente finalidad de aproximarse a la verdad y que, basándose en una supuesta buena fe, desvirtuaron lamentablemente, en alguna medida, el parecido de sus obras con el físico del libertador.
Por supuesto, el texto no lleva firma. En todo caso, es responsabilidad de Juan Calzadilla y su “equipo”. Lo más curioso es la esterilidad de la empresa. La audiencia deambula con apatía por la pequeña e insignificante sala adjudicada para la ocasión. Prefieren deleitarse con los detalles de los perfiles de antaño. La postal del cierre, con la cara de camión, la consumen como un cromo de usar y tirar. Misma actitud displicente asumida por los clientes de los espectáculos de fenómenos de “Aunque usted no lo crea”. La hipertrofia semiótica acaba por anestesiarte y embotarte.
Nos quedará la ardua tarea de recoger los vidrios y reivindicar el patrimonio herido, denostado y vilipendiado.
Las obras nacen en un entorno y merecen un análisis riguroso. No vale la pena instrumentalizarlas para favorecer a un candidato en campaña. Menos cuando provoca la respuesta inversa a la programada.
Yo moría de la risa, con mi amiga Adriana, delante de la cantidad de palabras ridículas e impostadas del ramillete de la cursilería.
Otrova Gomas, Garmendía, Cabrujas y los hermanos Nazoa harían una cátedra del humor con la broma macabra e involuntaria gestionada por el Ministerio del ramo.
Yo pensaba en la lengua y la prosa de Boris Izaguirre. Pagaría por leer una deconstrucción suya de tal cúmulo de declaraciones de amor y sentimientos homoeróticos encontrados en la propuesta.
Sea como sea, la salida del closet cuesta cara y la patrocinan con fondos públicos. He ahí la cuestión.