A principios del tercer milenio, unos extraños gatos amarillos y sonrientes hicieron aparición en la escena de Francia, al decorar y tapizar los muros de las azoteas con aerosol.
Mientras tanto, el siglo XXI iniciaba su camino con mal pie entre el reforzamiento de los movimientos de ultraderecha y el estallido del terrorismo islámico en el caso del once de septiembre, el posible ascenso de Le Pen y el declive de la izquierda como concepto de progreso.
Para rematar, Bush declaraba una guerra insensata al medio oriente, cuando supuestamente nos dirigíamos hacia un futuro de paz y convivencia en la tierra.
En dicho contexto, Chris Marker aterriza con su cámara, procedente de otra galaxia, para rastrear las huellas del extraño minino y buscar en él una posible redención del humanismo, de la misma cultura audiovisual. Así le dedica su curiosa y marciana carta de amor a la especie felina.
El resultado es un documental heterodoxo y de factura casera, donde el realizador filma una declaración de principios para las generaciones de relevo en forma de testamento, cuyo legado trasciende a la muerte de su cuerpo físico.
Por extrañas vueltas del destino, cayó en nuestras manos en Buenos Aires, después de un paseo por el mercado de San Telmo. Un emisario de Marker, un ángel de la tercera edad, nos lo vendió a cambio de 10 pesos.
Le bastó escuchar una sola palabra para saber cómo responder a nuestra demanda, como si fuese el dueño de una Farmacia. El señor detectó en mi una dolencia y de inmediato me recetó “Gatos Encaramados” de Marker.
¿Ya la viste, Flaco?, me dijo en idioma porteño. Apenado le contesté secamente con la verdad: no. Lo demás se consumó en una rápida transacción financiera. Luego, como en las cintas de Lynch, ambos desaparecimos bajo una cortina de humo fantasmal.
Al llegar a Caracas, me senté a disfrutar del hallazgo de mi tesoro en la pantalla de plasma de la sala. El espectro de Marker resucitaba de sus cenizas para hablarme. Yo era uno de sus tantos amigos invisibles.
Grosso modo, el viejo zorro me enseñaba a no preocuparme por la técnica, por el estilo, por la composición, por el encuadre. Sus imágenes lucían desprolijas aunque no menos potentes. Comprendía la naturaleza de su mensaje. El medio no es el fin sino el vehículo para comunicar tu idea, tu pasión, tu mirada.
Marker jugaba a esconderse, como un chico, detrás de su registro de video, dándole carta de cabalidad y legitimidad a la expresión del presente en la red social.
“Gatos Encaramados” se me antoja como el manifiesto y el dogma abierto del “poscine” en la era youtube. Con libertad y espontaneidad, el director mezcla tomas de archivo, fotos de Google, efectos de baja estofa, recortes de periódico y tomas como de teléfono celular en la consecución de un paradigma ideal para ser replicado por cualquiera.
De repente, un gato de la calle asume el protagonismo. Otro del metro nos menea la cola. Uno pobre y confundido no logra descender de un árbol. Varios carteles orientan el significado en la tradición de los primitivos, de los mudos, de los silentes.
El montaje trae de regreso al querido gato de Alicia en el País de las Maravillas, a los gatos egipcios encerrados en el Louvre, a los gatos de Miyazaki, a Totoro, a los íconos del manga japonés.
A su edad, Marker estaba en todas partes y al corriente de las tendencias contemporáneas.
Sabía de moda, de graffiti, de vanguardia y sigilosamente anticipaba la impronta del mago Bansky. La deuda de “Exit Through the Gift Shop” con Marker es enorme.
Salvando las distancias, la pieza del genio es irrepetible en su entrañable rusticidad y carencia de cinismo, de actitud canchera de estrella autoconsciente.
A Marker no le hace falta perder el tiempo, riéndose de sí mismo. Le interesa descubrir el misterio de sus gatos amarillos pintados en la pared. Da igual si él fue el autor invisible de la estampa seriada. Lo fundamental es rescatar su nobleza como necesario emblema de una capital en vías de disolución.
“Gatos Encaramados” arroja una luz de esperanza para el laberinto actual de la Comunidad Económica Europea. Aboga por la resistencia de los jóvenes, por la restauración de las banderas de mayo y por mutar la indignación general en un ánimo lúdico de celebración permanente, tipo Debord a favor de la tesis situacionista.
Pronóstico y presagio del advenimiento de los artífices de la primavera árabe y de los movimientos urbanos de Madrid, Atenas y Lisboa.
“Gatos Encaramados” sembró la semilla para el florecimiento de contagios virales y emociones anárquicas como las de “Pussy Riot”.
Al final, la moraleja es clara. Con ciudadanos cansados y apesadumbrados, no vamos a trascender o a conquistar el mañana. Nos toca aprender la lección de unos humildes gatos de color amarillo. La felicidad nos salvará del abismo. La paciencia de los felinos nos orientará el recorrido.
Con “Gatos Encaramados”, la nueva ola francesa asciende otro peldaño. Nació como una bofetada al solemne y acartonado cine de papá. Posteriormente se hizo académico, pesado y sentencioso.
Chris Marker optó por restablecerle su sonrisa. No es poco mérito.
Materia pendiente: ponerle Marker a mi próximo gato.
Marker reencarnó en todos ellos.
La presto para organizar un cine foro. Única condición: abrir el micrófono y no imponer un panel de críticos amargados y retóricos. Mejor verla y sentarnos a conversar.