Tuve la fortuna de darle clases a Manuel Pifano. Por eso no lo considero mi alumno. Nosotros, como profesores, aprendimos mucho de él. Por tanto, el fungió tanto de maestro como de estudiante de nosotros. Al menos, así entiendo yo la pedagogía.
Por ende, me cuesta hablar duro de su película. Pero igual lo haré porque estoy seguro de la posibilidad de establecer un diálogo sincero y respetuoso alrededor de su estreno.
Hoy publicaré mis primeras impresiones sobre su ópera prima y el viernes compartiré mi crítica por El Nacional. Para no repetirme, comienzo con un tono menos académico y más informal por aquí.
Estimado Manuel, el foro queda abierto para continuar cualquier discusión.
Fui en la mañana al Cine de los Naranjos con Claudia y mi papá. Tres generaciones distintas de comunicadores sociales vinculados por una misma causa.
De entrada, hubo coincidencias y diferencias entre nosotros. De manera unánime, consideramos a Canache el motor de la puesta en escena. Lo hemos seguido desde su debut en la gran pantalla y ahora lo vemos como un actor maduro, ascendente, con alto dominio del difícil arte del humor verbal y físico. Él soporta buena parte de los mejores momentos de la cinta.
Para el recuerdo, la secuencia del montaje de la parrilla, el absurdo monólogo con múltiples voces a la vez, la escapada a la discoteca y el sentido tributo a Don Ángel Lozano.
Quizás, por el propio peso de su impronta, acaba por abusar de su confianza y caer en el abismo de la exageración caricaturesca. En cualquier caso, redime y rescata el aporte del casting.
Para mi, Mercedes no lo hace mal. El rollo radica en su desaparición prolongada. Sea como sea, Brito sube de nivel, tras su contribución para la desigual pieza de Carlos Daniel Malavé, «El Último Cuerpo».
Otras presencias son menos felices y afortunadas. Da risa observar a la estrella porno de Venezuela, Victoria Lanz, convertida en una profesora de primaria. Sin embargo, el chiste se diluye cuando ella abre la boca y acomete un perfomance truncando, supuestamente subido de tono.
Según mi progenitor, la propuesta erótica sufre el mismo problema del guión: prometer una cana al aire y ofrecer lo contrario. Es decir, un coitus interruptus. Consecuencia del clima actual de conservadurismo.
Lo mismo cabe afirmar sobre el desenlace abrupto y la transformación del protagonista en un dechado de virtudes, después de encarnar al Canache cervecero y magallanero de siempre.
En lo personal, me conmoví con la historia del fútbol narrada por el amigo narigudo de Canache. En cambio, no me creí lo de su amor casto y puro del tercer acto. Es una de los ejemplos del doble rasero de la ficción. Por un lado, vende carne de cañón de revista Playboy en paños menores. Tampoco se esperen demasiado destape. Una galería de escotes y listo.
Por el otro, culmina con un jalón de orejas y un alegato a favor de la reunificación de los esposos desesperados.
Visualmente, reivindico el uso justificado de efectos especiales de factura casera, de filtros de ojo de pez y de cámaras al estilo de “Réquiem for a Dream”. Refrescan el acartonado panorama de la comedia criolla, castigada audiovisualmente por el paradigma del Conde.
Manuel Pifano le da una clínica de fotografía a su competidor de la cartelera. De todos modos, a Claudia no le gustó la propuesta estética, al tacharla de mercadotécnica, como de comercial de pasta de dientes. A ella la descolocó la estructura del plot y el subtexto dedicado a la mujer. No soportó la idea de condenarlas a un rol de interesadas, tontas, arpías, mamitas, jevitas explotadas, lolitas de la puerta de enfrente y madres abgnegadas. Claudia extrañó gama de matices en la vitrina femenina.
De hecho, abandonó la función antes de terminar.
Mi papá y yo sí nos mantuvimos atentos hasta la conclusión. Lamentablemente, todo era previsible. Nos imaginamos la resolución de los entuertos y las subtramas.
Nos deleitamos con las salidas del antihéroe. Lo comparamos con el personaje de una cinta de Alfredo Lugo de los ochenta.
De repente, a Pifano le falta el fuelle político de su predecesor. Se aprecia una crítica al vacío de la clase media y a la esterilidad de los rituales de iniciación de los hombres. Se presiente un comentario cuestionador del manual del levante, de la montadera de cachos, de la hipocresía de las relaciones, de la guerra de los sexos y del hedonismo mal entendido.
Canache naufraga como el Tío Conejo y cobra la conciencia de bajarle dos a su ritmo de vida, al asumir el espíritu sereno de la tortuga.
No obstante, la reflexión se queda corta y se disipa. Defiende valores necesarios como la lealtad, la solidaridad y el respeto doméstico. Conceptos para abogar en una época donde golpean a las damas y las humillan en casa. Solo extrañar mayor coherencia de principio a fin. De haberla, las mujeres no serían proyectadas como meros objetos de deseo en instantes de clímax.
Por último, constatar un tema analizado en entregas del pasado. Me refiero a la creación de un espacio urbano con poca identidad, colmado de no lugares. Se corre el peligro de enclaustrar la dirección en una seguidilla de apartamentos, de oficinas, de minúsculos sofás y cubículos. Caracas es tremenda locación y no cuesta nada aprovecharla al máximo. Verbigracia “Piedra, Papel o Tijera”.
Para la próxima, aumentar el volumen de la sátira costumbrista y abandonar el esquema del sitcom mayamero importado y reencauchado como serie para el horario estelar supervisado.
En resumen, los invitamos a debatir el balance en el foro.