Carta de Avellaneda

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Tarragona, 21 de noviembre de 1615.

Intonso D. Miguel de Cervantes Saavedra:

¡Santiago, y cierra España! Que en vuestro prólogo decís que el leyente habrá de decepcionarse al no encontrar en él palabra alguna de insulto o vituperio a mi persona. Prometéis no llamarme ni asno, ni mentecato, ni atrevido, maguer vais y lo hacéis seguido sin reparar en mentiras ni errores. Luego luego debo aclararos que una por una me he referido a vuestra manquedad en tono de burla, jamás he usado fácilmente vuestros defectos como así acusáis en el texto que precede a vuestra más reciente hechura, que parece estar llena de referencias a mi propio Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (por lo menos solo hubo plagio y no venta sin privilegio). No esperéis que le regale ni le albricie con esta carta, que será además irritada como lo fuera la que escribiera un desesperado.

Mi nombre no es Lope de Vega, como queréis significar, ni tengo parentela en el Santo Oficio, sino soy Alonso Fernández de Avellaneda, tal vez nacido y criado en Tordesillas, quien suscribe este despacho del que espero correspondencia vuestra con los mil perdones que merezco. ¡Cepos quedos! Que hago la salva en justo y en creyente a denunciaros como el vil autor que sois.

Contáis cuentos de idos y de temas tratando de verme como uno de ellos pero os equivocáis, que de loco no tengo ni un ápice, puesto que no se me da nada leer vuestra tocada palabrería. Veo yo mejor el destino de don Quijote, paréceme, que vuestra hidalguía, quien pretende matarle incluso denantes de anunciarle al leyente que ha de empezar la historia de su tercera salida. ¡No tenéis ninguna tonsura al poner a don Quijote en su lecho de muerte cuando el ingenioso hidalgo no puede morir sino sufrir mil venturas! A escuras termina al parecer aqueste desafortunado final a nuestro héroe. Aun bien decís en corto espacio las razones de su cruel fallecimiento, mas en nonada satisfacen ni al Visorrey de Barcelona. No le dais espacio a que ardan las hachas funerarias por nuestro caballero; con vergüenza deberíais quedaros, bellaco, por dejar insepulto a semejante héroe, derribando su leyenda.

Habréis de ver a la villa y a la maravilla de mi obra para daros cuenta que mentís por mitad de la barba al decir que no sentís envidia de la mala al leerla, que mi talento en traducir lo que en morisco ha contado Cide Hamete Benengeli sobre el más ilustre caballero andante de nuestra España no se ha visto ni de Dios en ayuso. ¿Pero me habéis puesto en el infierno como un refresco de la pelota de los demonios? ¡A él marchaos largo! Una vez ya le he insultado, y más una ahora.

Despídome de vuestra libre merced amohinado además por vuestra expresa majadería en asuntos caballerescos. Andáis falto de recato, D. Miguel.

Lic. Alonso Fernández de Avellaneda

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