Había menos gente por la coincidencia con el Festival Nuevas Bandas. Pero tampoco para tanto. La convocatoria fue nutrida y rebasó las expectativas de la organización, como es costumbre. En cualquier caso, el desplazamiento era posible por los diferentes módulos del trayecto.
Sin embargo, la Plaza la Castellana encarnaba el hueso duro de roer por la aglomeración de público alrededor de la tarima.
El sonido tampoco ayudaba sino te encontrabas en la olla. De lejos escuchamos al Nigga Sibilino y a Assier de Caramelos, cantando “La Casa”. Un deja vu, pues.
La audiencia coreaba el tema a lo lejos y seguía en lo suyo. Mucha alienación y soledad en colectivo.
Para la próxima, sería bueno trasladar la tarima principal a un lugar más amplio.
Descubrimos una mejoría en organización e información. Unos simpáticos chicos entregaban un mapa del circuito donde podías ubicarte fácilmente en el contexto del municipio.
Claudia sonreía por el parecido del plano con la cartografía de Magic Kingdom y Epcot Center.
En efecto, la concepción de la ciudad como “Parque Temático” define las coordenadas de la puesta en escena, donde existe el riesgo de diluir propuestas modestas al precio de magnificar ideas manidas, bajo el sentido de la cultura del espectáculo.
En lo personal, valoro el esfuerzo de la curaduría por incluir a los comanches y renegados del territorio.
Aun así, la mayoría de las obras pecaban de estereotipadas, simplonas y políticamente correctas. Un río de bolsas y pescados de plástico despertó nuestra sana atención. Recordaba los trabajos de Juan Requena, aunque al margen de su carga irónica y deconstructiva.
Nos gustaron la intervenciones de Starsky Brines, Flix y Emilio Narciso.
Lo demás carecía de identidad entre logos y pintadas de aerosol en forma de clichés contraculturales, domesticados por el entorno. Daniel señalaba la paradoja de un lema impreso en la pared: “art or die”. Así como “skyte or die”.
Muchas personas, ignorantes del inglés, se quedaron sin entender el mensaje. Me vuelvo a preguntar por el futuro del género del grafitti controlado por instituciones dependientes de alcaldías y afines.
Por ende, tendía a desplegarse una estructura de sutil censura y ahogo de la disidencia, como en la ruta nocturna, salvando las distancias.
Allá opera la mordaza roja rojita. Aquí impera una visión retroprogresista y cándida de la expresión artística, filtrada por los colores del apocalipsis integrado, del mainstream, el trendry, lo hipster y el cool pasado de moda, estancado.
De ahí el desfile de barajitas repetidas, del salón Pirelli, a lo ancho del tejido. En dicho aspecto, la evolución es nula. Pero hay más.
Lo peor viene a ser el desaprovechamiento de la Plaza Bolívar para hacer proselitismo a base de una copia escolar y fallida del genio ecológico de Vik Múñiz, cuyo portafolio conozco de cuerpo presente.
En Portugal tuve la ocasión de contemplar su individual del Museo Contemporáneo de Lisboa. De paso, por razones laborales domino la fuente.
Por consiguiente, el homenaje a Vik Múñiz lucía desastroso y no tenía ni pies ni cabeza. Alrededor sonaba gaita y salsa. No tengo nada contra ambos género. No obstante, me gustaría saber de su relación con la técnica del reciclaje y la convivencia con el medio ambiente.
Subías a un andamio, luego de hacer cola, y observabas una panorámica del mapa de Caracas, recreado con objetos de desecho. El obelisco de Chacao coronaba el esperpento. Vaya muestra de ombliguismo y centralización.
Aparte constituía un saludo a la bandera, como tantos otros de Por el Medio de la Calle. Igual la basura se lanzaba a discreción y sin conciencia del respeto por el patrimonio.
En el 2013, uno de los retos es plantear un proyecto de recolección y deposito humano de los desechos sólidos. No podemos regresar al programa para deambular al lado de recipientes desbordados y baños portátiles colapsados por el mal olor.
Un chico lanzó en mi cara una lata de cerveza. No me paré a llamarle la atención por evitarme un problema.
Para el olvido, el mercadito de diseño o el tarantín. Tampoco salía del régimen de fotos fijas y postales del desierto zombie.
En cambio, reconocí el cambio positivo de la estación de la Liga del Rock, ahora en un puesto privilegiado y con cornetas de alto impacto. Incluso, les pusieron una tarima, cuando antes se tocaba a ras de suelo y en una calle desconectada del corazón del sistema.
Allí notamos un crecimiento.
En Plaza Altamira, gozamos con el show de danza urbana, superando las consideraciones de los entendidos. Los grupos entregaban el alma y el espíritu en sus respectivos perfomances.
Nadie duda de las buenas intenciones de participantes, emisores, organizadores y receptores.
Todos quieren pasar un rato ameno fuera de la prisión de sus casas, del toque de queda declarado por culpa de la inseguridad.
Hay una enorme necesidad por reconquistar la decadente y desfalleciente vida nocturna de Caracas.
Se respira alegría y genuina emoción por transitar y festejar en la calle. En lo personal, andaba contento con mi jarra de cerveza en la mano.
Lamentablemente, me invadía la nostalgia cuando pisaba el cable a tierra y presentía corroborar una ficción, divorciada de la realidad.
El simulacro y el espejismo se montaban sobre el marco de un país y una capital fragmentadas y heridas por la polarización, por el miedo, por la segregación, por la intolerancia, por la cercanía con Amuay, por la víspera del 7 de Octubre.
Una nación crispada y enlutada, disimulada por el Festival auspiciado por Emilio Graterón.
Entonces, el hechizo de “Por Medio de la Calle” se desvanecía en el aire, como el embrujo de la Cenicienta.
Al sonar las campanadas del cierre, los policías actuaron como de costumbre, despejando las avenidas y los sectores en pro de retornarles el control a los habituales tiranos de la escena urbana: los carros, los malandros, los dueños de los negocios con sus tarifas absurdas.
Segundo a segundo, el castillo de “Por el Medio de la Calle” se desdibujaba en nuestras narices.
Debíamos esperar por un largo año para volverlo a disfrutar. Le debíamos agradecer la concesión a los organizadores. Aunque nada menos cierto.
La calle es nuestro derecho y merecemos reconquistarla sin pedirle permiso a una alcaldía o un estado. Ellos impiden caminarla con libertad. Si te agarran con una birra en la mano, te detienen por órdenes de su reaccionaria administración.
Nosotros pagamos los impuestos.
Acabo de venir de Buenos Aires y todos los fines de semana hay un Por el Medio de la Calle en “Caminito”, “Recoleta”, “San Telmo” y compañía. Corrientes es “Por el Medio de la Calle” todos los días. Lo mismo cabe para Puerto Madero.
Chacao, Libertador, Sucre y el gobierno están en la obligación de garantizarnos el disfrute de la calle a los ciudadanos.
Ya basta de ofrecérnoslos como una excepción para ganar votos, como una dádiva paternalista a recibir como una misión redentora. Gracias Presidente por su Corazón. Gracias a Chacao por PMDLC.
Por favor.
Es su obligación disponer de sus recursos en pro de los ciudadanos.
No es una taima, un regalo o una bolsa de comida. Es su trabajo.
En el fondo, somos un pueblo desarticulado, complaciente y manipulado por la demagogia.
Nos quieren seducir tapando realidades con un dedo, con un pañito caliente. Encima caemos en la trampa, nos embaucan.
Nos hace falta madurar, aprender a reclamar nuestros derechos.
Voto por quien me garantice un Por el Medio de la Calle, todos los días.
Estoy cansado de una ciudad muerta y vacía, azotada por el hampa y sus causas sociales.
Actívate.
Abre los ojos.
No te dejes engañar y confundir con pantallas, con potes de humo.
PD: el tamaño se traga al circuito. Hay demasiados lugares vacíos, huecos, yermos, huérfanos entre estación y estación. Caminas por un rato y no encuentras nada, solo gente. Pierden la bonita ocasión de incorporar a más creadores. La espontaneidad de la calle se neutraliza. Lo lógico es permitir la intervención de cualquiera, de los no alineados. Así sucede en San Telmo, donde unos ancianos pobres bailan en la calle a cambio de unas monedas, con una milonga de fondo. Acá es imposible albergar tanta libertad de acción.