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Un sábado cualquiera: Por el medio de la calle y Sibeliusfest

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¿Quién ha dicho que en Caracas nunca hay nada que hacer? En estos últimos tiempos la ciudad se ha vuelto pródiga en eventos de calle, llamados a que la gente tome los espacios públicos, ofertas diversas de manifestaciones artísticas – musicales, teatrales, artes visuales o todas las anteriores – marcadas, eso sí, por el signo más característico de las autoridades, el «operativo».

Ayer primero de septiembre las propuestas abundaron: Chacao ofrecía su despelote anual organizado, Por el medio de la calle; en el estacionamiento de El Nacional montaban las tarimas del Nuevas Bandas, y en el Centro Cultural Chacao Philipp Scheer tomó el teatro para su evento de promoción de talentos emergentes en el instrumento rey del Rock, la guitarra eléctrica. Temprano en la mañana habíamos comprado las entradas para el concierto que culminaría esa jornada guitarrera, y a las 5:00, ya con el carro estacionado en el Lido, decidimos acercarnos al casco de Chacao para participar aunque fuera de soslayo de la fiesta urbana que se estaba escenificando en las variadas estaciones que componían la convocatoria callejera.

Como el Lido queda bastante lejos de La Castellana, adonde queríamos comenzar nuestro paseo, optamos por utilizar el transporte superficial. Abordamos una camionetica, conducida por cierto por una dama, y en unos 10 minutos nos bajamos en plena Francisco de Miranda para dirigirnos hacia la plaza Isabel La Católica, en donde una gran tarima hacía prever que la música iba a ser la atracción fundamental en esa estación en particular. La plaza estaba tomada por cientos de adolescentes, que charlaban, reían, y algunos bailaban al compás de la changa tuki que sonaba por los parlantes; en la orilla de la plaza unos simpáticos promotores obsequiaban Doritos a los asistentes. No nos quedamos mucho tiempo pues el mismo apremiaba, y tomamos hacia la calle Urdaneta, la que culmina en el Mercado Municipal de Chacao. Allí vimos algunas instalaciones, en particular la del balcón emblemático del cual colgaban varios artefactos, y en donde seguramente iba a producirse un performance más adelante; en una esquina unos muchachos terminaban de montar un gran móvil. Subimos hacia la avenida principal, y allí observamos tres propuestas: dos de artes gráficas, para llamarlas de alguna manera, y una musical, denominada «La liga del rock», en donde varias bandas iban a alternarse. Volvimos a llegar a la plaza La Castellana, y ya estaban tocando Los Telecaster. Continuamos nuestro paseo, y en la esquina frente a Fridays observamos una instalación denominada «Río iluminado», un montaje de innumerales bolsas plasticas transparentes llenas de agua con jugueticos flotando en su interior, simulando peces. A decir de la persona encargada, el mejor momento para contemplar esa obra era en la noche, pero ya no nos daría tiempo de verla. Seguimos hacia la plaza Francia, y allí vimos varios toldos en donde algunas bandas estaban afinando sus instrumentos. Lo que me llamó la atención fue que, por lo menos a esa hora,  a diferencia de los otros dos eventos por el medio de la calle a los cuales había asistido previamente  el tráfico de vehículos no estaba restringido; no se si más tarde si lo harían.

Ya la hora apremiaba por lo que recorrimos el camino inverso; abordamos otra camionetica, y en el trayecto disfrutamos de la amena compañía de un Hare Krisna vendiendo inciensos. Ya el tráfico arreciaba en la avenida, el corneteo era la banda sonora y las luces de stop de los vehículos teñían de rojo el panorama urbano. Una vez frente al Lido nos apeamos de la unidad, y bajamos hacia el Teatro. Mientras esperábamos por el comienzo del espectáculo estuvimos charlando con unos amigos, y nos distrajimos viendo las personas que iban llegando; la mayoría eran el prototipo de rockeros, franelas alusivas a bandas, cabellos largos, tatuajes, piercings, pero también había bastantes adultos contemporáneos (frasecita que describe a la gente que anda entre los 45 y los 55, aunque cada vez ese intervalo como que se agranda), muchos de ellos acompañados por sus hijos. Por fin, alrededor de las 7:30, abrieron las puertas de la sala, en la cual por cierto nunca había estado. Es un generoso espacio, que mezcla acabados industriales con un color naranja intenso.

Como a los quince minutos, una voz grabada nos dio la bienvenida al local, se apagaron las luces y por fin tras la apertura del telón aparecieron los integrantes de Mojo Pojo, con su energía habitual. Para mí esa banda siempre ha sido un enigma: me cuesta clasificarla dentro de algunos de los estilos musicales que manejo, pues si algo tienen es originalidad. Solo puedo decir que su música es compleja y elaborada, y que todos son unos excelentes ntérpretes de sus respectivos instrumentos. Nos obsequiaron la interpretación de su segundo álbum, y nos ofrecieron enviárnoslos a nuestras direcciones de correo previa solicitud, un gesto que habla de su desprendimiento. La única nota negativa que aprecié fue la falta de claridad en el sonido en lo referente a las voces, no se apreciaban con claridad (aunque para mi gusto lo mejor de Mojo Pojo son los pasajes instrumentales, por lo que esa falla no me molestó en lo más mínimo). Quiero destacar la actitud fresca y totalmente opuesta al divismo de los músicos; fueron a hacer su trabajo, a dar lo mejor de sí, sin poses innecesarias. Para mí fue un gran espectáculo, y espero por el disco para procesar de manera más adecuada su música.

Después de un breve intermedio, apareció en escena el plato fuerte de la noche: la banda Sibelius, encabezada por el autor intelectual del proyecto, el gran Philipp Scheer. Se hizo acompañar por unos solventes  músicos, y alternó temas de su autoría con covers de las grandes bandas de metal y de hard rock de los 80-90, con la habitual calidad a las que nos tiene acostumbrados Phillip. Dentro de los temas propios nos deleitó con una pieza que permite a los guitarristas explayarse en sus cualidades, Neoclassical cowboy. En particular disfruté enormemente de la ejecución de The spirit carries on, de Dream Theater, en la cual Scheer se desprendió de la guitarra eléctrica y ejecutó sobre una acústica (la cual desafortunadamente no pude escuchar a plenitud pues era opacada por los demás instrumentos, claro que eso puede deberse a mi sordera incipiente). Me sorprendió ver la cantidad de personas que corearon la canción, parecía estar entre iniciados. Otro momento resaltante – vista la reacción del público – fue la ejecución de Sweet child of mine. No podía dejar de cerrar el concierto con el tema que se ha vuelto su marca personal, Venezuela infinita.

Una vez satisfecha el hambre espiritual, nos dispusimos a complacer la física. Hicimos una parada en Los Pilones – buena comida, atención mediocre – y al salir de allí nos aguardaba una última sorpresa: coincidimos con el cierre de Por el medio de la calle, y pudimos disfrutar del lanzamiento de los fuegos artificiales a pocos metros de donde nos hallábamos.

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