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UNA VERDAD COMO UN TEMPLO Y EL CUERPO COMO TEMPLO

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Un debate trunco en Facebook, un acicate al pensamiento.

 

 

 

UNA VERDAD COMO UN TEMPLO Y EL CUERPO COMO TEMPLO

 

POR CARLOS SCHULMAISTER

 

 

Si los hombres tuvieran la idea de que los hombres son sagrados para los hombres no mirarían hacia lo alto sino a los ojos; luego, no se matarían, se respetarían y amarían.

 

 

Hace poco vi en el Facebook una imagen  de una joven hermosa tomando una fotografía con su cámara. El mensaje no era esa imagen sino su epígrafe:
La fotografía es como el sexo.

Cuando no hay sentimientos la tecnología no ayuda.”

 

Efectivamente, el mensaje denotado del epígrafe era claro y sencillo de entender y yo coincidía totalmente con el sentido allí atribuido mediante el paralelismo entre la fotografía y la sexualidad en ejercicio cuando ambas están despojadas de sentimientos movilizadores.

 

La percepción de la idea, la elección del campo, la composición del encuadre, del foco y la decisión del instante  fructifican en arte fotográfico cuando la tecnología disponible se halla respaldada, orientada y movilizada por la mirada sensitiva de un artista que trabaja con imágenes, en este caso un fotógrafo.

 

Pero esta clase especial de mirada no nace en los ojos sino en lo más íntimo de su persona; por decirlo de alguna manera, de su mundo  interior, de su horizonte de palabras y  conceptos, de sentimientos, afecciones, deseo, ansias y  emociones, y del entrecruce de los mismos.

 

En suma, su percepción y su creatividad, o la mirada y la respuesta del artista, se nutren y provienen de los múltiples registros de la sensibilidad que lo atraviesan, lo penetran y lo exponen a la luz del encuentro entre su yo integral y total yla realidad. Locual, simplificadamente como vimos, suele considerarse como la síntesis que se instala en la particular y concreta mirada del artista frente a su objetivo.

 

Si ese complejo individual y social que es el hombre mismo se halla presente sin limitaciones, sin autocensura ni mutilaciones en el acto de la captura fotográfica de la imagen, con toda la profundidad y riqueza real y potencial de su ser, habrá de complementar a la tecnología disponible, o bien la completará, o la vestirá con un toque de humanidad viviente y personal. Pero también, la mirada profunda y especial emanada de la intimidad del artista podrá hacer el milagro de contener bajo su alcance y su influjo los logros posibles de  una tecnología no tan lograda ni sofisticada, sino más bien modesta. Ejemplos de esto último abundan en la historia de la fotografía y del cine, convertidos en joyas imperecederas ya desde sus primeros tiempos, cuando aquel que fotografiaba o rodaba o daba a ambos sus lineamientos estéticos se destacaba mucho más que su instrumento y que las técnicas consiguientes de producción de imagen.

 

Si ese entramado de sensibilidad humana no se halla presente en acto, la tecnología puede resultar inútil para producir a su cargo, unilateralmente, la condición artística de dicho acto.

 

En materia de sexo, la analogía se impone fácilmente y sin forzamiento de ninguna especie, toda vez que las características de la  sensibilidad de los amantes, nacida de sus respectivos mundos íntimos en interacción, pueden reforzar y complementar la mecánica y la tecnología más sofisticadas en uso o de moda, logrando así expandir el ámbito sensorio-emocional  de placer  físico y amor sentimental.

 

Pero cuando los “talentos” de la sensibilidad personal de los amantes son notoriamente inferiores, rústicos o bastos, respecto de la sofisticación de la mecánica y la tecnología empleadas o disponibles, el acto amatorio, al no estar a cargo de “artistas” no llegará al grado de arte, y sí, en el mejor de los casos, quizá pueda rasguñar el de artesanía, oficio, metier. De modo que aquí también la tecnología no puede hacer por sí sola el milagro de creación que conlleva el arte, cualquiera sea la materia y el instrumento con que se realice.

 

Hasta aquí, pues mi total coincidencia con el epígrafe de la fotografía antes mencionada.

En lo que no coincidía era en el agregado que una amiga le hiciera al pegarla en su muro: “Una verdad como un templo”. De ahí que pusiera el siguiente comentario:

 

—     … comparto el epígrafe de la fotografía, pero, ¿tú crees que el templo se asocia con la verdad?, ¿no será más bien con los mitos?

 

Ella respondió de inmediato:

—     No sé muy bien a qué te refieres con tu pregunta o los términos en los que me la planteas me resultan extraños ¿tal vez por algún giro argentino? Porque en mi intento de interpretar tu frase entiendo el cuerpo como templo y el sexo como mito y si es así disiento de tu aseveración: En el sexo y en el arte la tecnología ayuda claro que ayuda y se pueden hacer cosas atractivas incluso efectistas, pero poco perdurables porque no estarán hechas con el corazón.

Pues bien, creo que ella coincide con mis consideraciones precedentes en la última parte de su respuesta, allí donde dice: “En el sexo y en el arte la tecnología ayuda, claro que ayuda y se pueden hacer cosas atractivas incluso efectistas, pero poco perdurables porque no estarán hechas con el corazón.”

Sin embargo, no era ése el punto de disidencia que yo le formulé, sino su frase: Una verdad como un templo !!! Por lo cual, reitero, yo le pregunté  -reitero- ¿crees que el templo se asocia con la verdad?, ¿no será más bien con los mitos?

 

Creo que se confundió y en lugar de responder a mi pregunta concreta deslizó una afirmación que se convirtió en mi segunda disidencia, por lo menos respecto a la primera parte: “… entiendo el cuerpo como templo y el sexo como mito… ”

 

Nuestro intercambio de mensajes prosiguió un poco más, pero se truncó. De ahí que me propongo desarrollar mi primera y originaria disidencia teniendo en claro que los disensos y los consensos no son buenos ni malos en si mismos… lo bueno o malo es lo que la humanidad hace con ellos.

 

Estoy en las antípodas de cualquier identificación o asociación entre el templo yla verdad. Desdesus orígenes, el templo, todos los templos, lo que ellos significan y simbolizan, han sido producto, expresión, símbolo y representación de una de las tantas modalidades que reviste el poder como creación de los hombres para dominar a otros hombres. Dicha modalidad es la religión.

 

Templo es religión, aparentemente, pero la aclaración y ampliación de sentido del término aparentemente la iremos viendo de a poco. Lo que sí se sabe es que el templo no es producto de un poder divino anterior a los hombres, ni lo expresa, ni lo simboliza, ni lo representa pues dicho poder no existe. Sólo aparenta que lo hace ya que ese supuesto poder es sólo una fantasía de remotos orígenes que atraviesa la historia y que continuará haciéndolo, seguramente, mientras los hombres perduren en el planeta Tierra, o en otro al que pudieren llegar e instalarse.

 

El poder involucrado en el origen y subsistencia del  templo, usualmente considerado como poder religioso,  no preexiste a los hombres ni dimana de ningún ser distinto a los hombres, sino que es fruto y faceta del poder humano. Estrictamente, una parte o faceta del poder como totalidad, cuyas características provienen de sus posibilidades de complementar y reforzar otras facetas del poder total, léase las económicas, sociales, políticas, ideológicas, etc.

 

Cada faceta del poder, o cada forma de éste posee todas las propiedades del poder total, entendiendo al dominio como la síntesis de todas las demás, a cuyos fines también cada una realiza acciones concretas ordenadas como medio en punto a sus fines particulares, pero éstos a su vez se hallan ordenados y coordinados en relación con los fines totales del poder  de los hombres.

 

Por consiguiente, ni el poder total ni el poder del templo, aquí en la Tierra, provienen del poder total de un Dios único ni de miles de dioses particulares y territoriales, eternos e invisibles, que lo hubieran trasladado a la historia para ejercerlo por si o por medio de algunos elegidos sobre sus supuestas criaturas.

 

El frecuente parecido entre los diversos relatos existentes y los ya perdidos para siempre, respecto a los orígenes milagrosos del género humano no permiten legitimarlos como si derivaran de una memoria atávica de la humanidad primitiva que supuestamente hubiera sido testigo de una creación original del hombre, de un hombre particular, o de algunos “primeros hombres”.

 

Esos relatos no constituyen memorias sino mitos, y su conservación ordenada, entramada, explicada y con sentido finalístico son mitologías. Ellas anteceden y subyacen a las respectivas concreciones históricas de tipo organizativo que comenzarán el ejercicio del poder en nombre de supuestos mandatos, delegaciones y representaciones de seres superiores supuestamente fuera de la historia, pero que según esos relatos tienen el manejo total de ésta cuando en realidad los verdaderos dueños de ese poder son quienes dicen ser los mandatarios de aquella impostura.

 

He aquí, entonces, que el templo está levantado, es decir erigido en la mente de los hombres, sobre la base de una falacia previa. Recuérdese que comenzamos rechazando su asociación conla verdad. Demodo que la primera falacia consiste en que los hombres crearon a un supuesto ser superior a ellos, a quien rinden culto, adoración y pleitesía todos en general, pero sólo algunos, aquellos que dirigen y controlan esa gran mistificación, están en conocimiento de la verdad acerca de esa falacia implícita. Pero nunca la denunciarán, pues han aprendido a vivir cómodamente de ella.

 

Una conclusión surge al paso de este análisis: los primeros descreídos son esos poderosos que controlanla Gran Mentira.

 

Otra evidencia del divorcio entre el templo y la verdad está muy relacionada ala anterior. Yes que si una mentira perdura en el tiempo, si mueve la historia, si tiene tanto peso en todo tiempo y lugar, sobre todo desde que esa mentira se encarnó organizativamente, institucionalmente si se prefiere, es porque ella goza de poder, pues de lo contrario se derrumbaría. Lo que hace el poder es transformar la mentira en verdad, y la verdad en mentira.

 

Téngase en cuenta que tienen poder, simbólicamente, tanto la verdad como la  mentira, y las dos se basan en las creencias de los hombres. Otra conclusión derivada de esto es que es la mente de cada uno de los hombres la que tiene el poder de crear y erigir poder y también de abatir y destruir poder.

 

Todo mito tiene en si partes de mentira y partes de verdad. Pero el mito no consiste en los hechos relatados, los cuales pueden tener porciones de verdad y de falsedad que resulta muy difícil deslindar sobre todo en los mitos lejanos. El mito es el relato mismo. Todo relato afirma y niega simultáneamente, directa o indirectamente, pero cuando un relato se convierte en mito ya no se sostiene por la supuesta porción de verdad y de mentira que conlleva, sino por el poder de las creencias humanas en aquello que se nos hace creer. Cuando los relatos se han convertido en mitos es porque el tiempo transcurrido ha borrado sus impresiones digitales, de modo que al desconocerse su origen y sus fuentes se presentan como increados, como naturalmente fundados.

 

De modo que el templo, por ser desde sus orígenes consustancial al poder y simultáneamente encarnación histórica institucional de brumosos relatos míticos está asentado sobre arenas movedizas, sobre las cuales es imposible construir grandes obras duraderas. Precisamente, por esta razón, en todos los tiempos los hombres han asistido a los tristes espectáculos de desmoronamientos simbólicos de templos, en algunos lugares con mayor velocidad que en otros, pero ninguno escapará a la inexorable ley de la vida que dice que nada se puede afirmar sobre la mentira durante todo el tiempo.

 

El templo no puede hacer expurgo de lo inservible, ni de lo falso que encierra, ni auditorías de la verdad y la mentira sobre las que está erigido, porque como poder que es no se autodisuelve, ni se suicida jamás.

 

Poder, mentira, mito, como ideas centrales de este análisis, se encuentran representados en las religiones, los templos, las doctrinas, los dogmas, los ritos y las liturgias, disfrazadas de verdades.

 

He ahí, pues el análisis de mi primera disidencia.

 

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Paso al análisis de la segunda disidencia, basada en mi discrepancia con aquella idea de mi amiga que considera al cuerpo como templo y al sexo como mito.

 

Habría sido bueno saber antes si ella entiende el cuerpo como templo o si en realidad desea que el cuerpo sea considerado, o que “valga” simbólicamente como un templo en los imaginarios colectivos de los pueblos de creyentes religiosos. No obstante, voy a tomar lo que explícitamente ha dicho: “… entiendo el cuerpo como templo…”, en lugar de especular con lo que pudo haber querido decir.

 

Muchas veces escuché y leí que el cuerpo es el templo del alma. La idea implícita en esa concepción configura al templo como un contenedor de algo mucho más importante, en este caso el alma, la cual, para otras personas podría ser sustituida por el espíritu.

 

Pero cuando los feligreses de todas  las religiones se refieren al templo lo hacen sobrepasando la mera condición de espacio contenedor de la infraestructura y los artefactos para rendir culto a sus divinidades. Efectivamente, para ellos un templo es antes que nada un lugar sagrado. Más arriba me referí al carácter profano, plenamente humano del templo, símbolo de la religión.

 

 

Si  el templo, si la religión, se corrompen -como muestra la historia-, ello evidencia la falsedad de su presunta sacralidad. Si eso sucede con la supuesta casa de los dioses ¿por qué no ha de suceder lo mismo con los templos corporales de los hombres?

 

¿Será el cuerpo un lugar sagrado? Me refiero al cuerpo de los humanos ya que no conozco ninguno que supuestamente pertenezca a alguna divinidad.

 

Como no creo en lo sagrado en sentido metafísico, tengo para mi que el cuerpo es un lugar profano, o mejor aún, es un lugar.

 

El cuerpo humano, corrompible por enfermedades durante la vida, por el envejecimiento y sobre todo por la muerte que acaba pudriéndolo ¿puede ser un lugar sagrado? Pienso que no.

 

¿Qué notas caracterizan inicialmente a lo sagrado? Una relación sustantiva con una divinidad, con Dios o con lo divino; un plano superior al de los hombres; pureza, inmutabilidad y eternidad.

 

 

¿Es eterno el cuerpo perecedero de los hombres. No. Tampoco es inmutable. ¿Está en un plano superior de existencia? No. ¿Tiene alguna relación con un ser superior? En verdad no. Ficticiamente se le ha atribuido una relación de filiación y por consiguiente de subordinación. En ese aspecto el cuerpo de los hombres sería parte de un ser inferior respecto de ese desconocido superior.

 

¿Puede escapar el hombre a ese destino de muerte? No. El colmo de la verdad de lo que digo es que los gusanos que crecen luego de la muerte de los cuerpos ya están en ellos desde el mismo instante en que ha sido concebido.

 

Entonces el cuerpo humano ni es divino, ni sagrado, ni es templo de ninguna naturaleza superior.

 

Pero veamos otras aristas. ¿Lo superior, divino o sagrado puede ser destruido por lo inferior? Partiendo de las ideas implícitas en las nociones antedichas respondemos que no. En consecuencia, cuando un hombre mata a otro desencadenando un proceso inexorable de desintegración de su cuerpo convertido en inmundicia, y finalmente en polvo, es porque no era un ser superior, ni divino, ni sagrado, ni templo, ni casa de Dios.

 

A contrario sensu, cuando un rayo mata a un hombre, ¿quién lo ha matado? ¿Dios?, ¿un dios?… Todo lo que sabemos hasta hoy es que lo ha matado el rayo. Pero esta faceta del análisis no hace a lo principal de mi argumentación.

 

Sigo adelante. Si los hombres tuvieran la idea de que los hombres son sagrados para los hombres no mirarían hacia lo alto sino a los ojos; luego, no se matarían, se respetarían y amarían.

 

Cuando los hombres se producen dolor y sufrimiento a si mismos o a otros, pero no llegan a matarse, ¿están respetando y amando su cuerpo? No.

 

Recordemos, simplemente, que si consideramos al cuerpo como templo en relación a una supuesta vinculación con lo divino no debería existir el aborto, ni la tortura, ni la mutilación, ni la pena de muerte. Sin embargo existen. ¿Se puede considerar divino, sagrado, o templo al cuerpo humano como totalidad y luego eliminar o mutilar partes o derivados de él dejando con vida al resto como en el caso de las mutilaciones, las torturas y el aborto? No. Si algo que es considerado sagrado es perecible en la parte, significa que no participa de la condición de eternidad que se atribuye ala totalidad. Porlo tanto esa totalidad  no reviste la condición de superior, inmutable y eterna.

 

¿Pueden los hombres, a pesar de sus declamaciones sensitivas y sus atribuciones de sacralidad al cuerpo humano legitimar la desacralización y destrucción de lo supuestamente sagrado? Los hombres siempre lo han hecho, pero es una flagrante contradicción entre el pensar, el decir y el hacer de los hombres.

 

Situémonos ahora en otro aspecto. En el de la producción de placer físico, es decir, corporal. Históricamente los hombres han creado la idea de que lo sagrado no se contamina con lo profano. La mayoría de las culturas han considerado al placer en un nivel de baja espiritualidad, y al dolor en un medio para la ascensión a lo divino. Tal el caso de las religiones “reveladas”. Pero éstas y las no reveladas igualmente coinciden en que la ascensión a los niveles superiores de espiritualidad se obtiene mediante el alejamiento de lo sensible. En consecuencia, el placer y el dolor son vías negativas para dicho tránsito.

 

Sin embargo, alternativamente, cuando al templo como expresión histórica de poder humano le resultó conveniente para sus intereses consideró al dolor y al sufrimiento como vía de dos manos: por una vía descendente el sufrimiento del castigo y la pena podía llegar a ser purificador para aquellos a quienes se les aplicara. Y al mismo tiempo, por una vía ascendente, convenció a los impuros que ése era el camino para el ascenso a los niveles dela divinidad. Comoejemplo emblemático ello se observa  cuando el poder total, incluida fundamentalmente su faceta religiosa, inventó la muerte ofrendada a Dios y a la Patria, ésta como emanación del primero. Y también en la Inquisición.

 

De modo que los hombres han manejado discursos históricos sobre el placer y el dolor de acuerdo a sus conveniencias particulares. Al punto que la muerte ha sido martirio y escape místico de abajo hacia arriba  cuando al poder le convenía, y cuando no le convenía ha sido y es terrorismo, y me refiero no sólo al presente sino a todas las edades históricas.

 

Resumiendo, para los poderosos que manejan los templos -y otras cosas más- lo sensible ha sido considerado lo opuesto a lo sagrado y a la pureza de lo divino. Lo impuro y lo puro son antagonistas. Dios y el Demonio son sus encarnaciones míticas, revestidos con forma humana y de naturaleza superior a los hombres.

 

Ello ha sido concebido de esa manera al interior de ciertos poderes religiosos,  pero al interior de otros se han producido modalidades distintas. Así, algunos Edenes prometidos son etéreos, puros de toda pureza, y otros contienen lo sensible desprovisto de toda impureza, como premio divino a los humanos integrados post mortem a la naturaleza de Dios.

 

De modo que, por ejemplo, el sacrificio puede estar presente con naturaleza diferente en la vida mortal y en la vida inmortal, otra contradicción flagrante en todo discurso religioso, o político-religioso, que al final es lo mismo.

 

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Dejo para otra ocasión el tratamiento de la segunda parte de la segunda disidencia con mi interlocutora. Aquello de que entiende al sexo como mito. Aquí también habría sido muy útil tener en claro a qué se refería con el término “sexo”, si a la sexualidad, a los géneros, a la genitalidad, a las identidades de género, al amor o a alguna otra cosa. Al no saberlo no puedo disentir con ella, de modo que en este caso hasta sería posible que pudiera coincidir con esa afirmación.

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