Dos películas nacionales llegan a la cartelera. Ambas comparten el gusto por la demagogia telefílmica y enmascaran su estética plana bajo el ardid comercial de tratarse de iniciativas independientes.
En realidad, distan de ser trabajos alternativos o diferentes a la dieta conservadora administrada por la gerencia de la Villa.
De forma pragmática, alientan el escapismo de la audiencia a base de un contenido inofensivo y políticamente correcto, a años luz de sus modelos de guerrilla a imitar.
En el extranjero las fabrican con el triple de veneno y desparpajo. Por ironías de la historia, cobran legitimidad cuando el populismo mediático hace de las suyas para ocultar la crisis.
En tales condiciones, surgen los estrenos de Er Conde Bond y Solo en Casa, cintas aptas para toda la familia. Encarnaciones del efecto negativo de la Ley Resorte sobre el desarrollo del humor en el país.
Víctimas de ello son los autores y espectadores, sometidos a padecer una interpretación descafeinada de la picaresca explotada en el pasado.
Por ejemplo, la secuela de Benjamín Rausseo vuelve a exhibir el recato moral de su forzada manera de hablar para la pantalla grande. La sala oscura reprime y atomiza su repertorio de monólogos en vivo. Lo mismo ocurre con el Emilio Lovera del 2012. En paralelo, la parodia del hijo del Albertina huele a refrito cocinado a los trancazos y servido antes de tiempo.
La obligación de lanzarlo en agosto, aviva la crudeza de su factura y la caducidad de sus ingredientes. La masa de los efectos especiales no termina de cuajar, así como la consistencia de su guión arbitrario. Incluye un par de chistes de los candidatos del 7 Octubre y unos esquemas agotados de guerra fría.
Tampoco se justifican los viajes a China y Rusia, más allá de ilustrar una galería de postales misóginas y xenofóbicas. También desfilan secundarios huérfanos de identidad y escenografías sin noción de continuidad.
La improvisación campea a sus anchas y rememora la insólita puesta en escena de un Ed Wood involuntario de Musipán. De seguro es parte de su éxito y de su estrategia de profanación. Con todo, la piratería de la empresa consolida la ingenuidad del argumento.
A su lado, Solo en Casa es un prodigio técnico y conceptual, aunque peca de estereotipada. En descargo de la ópera prima de Manuel Pifano, despunta un libreto mejor urdido y humano. La historia es simple, jamás pierde foco y proyecta una fantasía del ciudadano de a pie.
Canache recibe una bendición al quedarse como dueño y señor de su feudo. Cumple los deseos del macho vernáculo, y previsiblemente, aprende una lección puritana de autoayuda. El film revela mayor dominio de la dirección de actores e ingenio en la traducción audiovisual de los contenidos.
El personaje principal se roba la carcajada de la audiencia. Hay menos temor con la censura. Pero igual la mujer no sale de las casillas sexuales y maternales de costumbre.
El vaivén le resta contundencia al mensaje crítico de fondo. Le augura una carrera promisoria a su joven realizador en el ámbito de la taquilla. Conocemos de su pasión por el séptimo arte. Ojalá transite por terrenos inexplorados en el futuro. Por lo pronto, las recetas criollas acaparan la oferta y constriñen a la disidencia. Aguardamos por el renacimiento de lo experimental.
*Publicado originalmente en la columna «La Ventana Indiscreta» de «El Nacional».
**La Imagen del artículo es obra de Juan José Olavarria.