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Apollo 18: El Lado Oscuro de la Luna


Dimension Films vuelve a la carga. La caja chica de los Hermanos Weinstein consolida el sistema de trabajo implantado por los famosos productores de la casa de las sombras, construida por veteranos como Wes Craven, quien por mucho tiempo fue el equivalente de Tarantino para Miramax.

Si los brothers triunfaron con el cine independiente, también se labraron un camino de éxito a puro pulso, gracias a la revisión del género de terror, donde hicieron clásicos automáticos y remakes celebrados por los fanáticos.

Autores posmodernos como Alexandre Aja y Rob Zombie pudieron establecerse como cocineros residentes de la charcutería de los gordos, mientras estrenaban cintas replicantes y pendencieras del gusto de los amantes del gore, la explotación y la porno tortura. Caso de las versiones contemporáneas de “Hallowen” y “Piraña”.

La última demencia de la compañía, en llegar a la cartelera de Caracas, se llama “Apollo 18” y cuenta con el respaldo creativo de Harvey, Bob y Timur Bekmambetov, tres monstruos de su generación de relevo. El tercero, de origen ruso, es mejor conocido por sus títulos pasados y recientes: “Guardianes de la Noche”, “Wanted” y “Abraham Lincoln: Cazador de vampiros”.

Para cerrar el círculo de la ficha técnica, el español Gonzalo López Gallego figura en el crédito de la dirección. Así, el pánico hispánico demuestra la vigencia y trascendencia global de su poderío semiótico e industrial, a pesar de la crisis.

Es interesante y curioso, pero tal mezcla de nacionalidades le imprime un sello decididamente multicultural y descentrado al largometraje, bajo la influencia histórica de los viajes a la luna de Estados Unidos, la carrera espacial según la perspectiva soviética y el sentido de denuncia política atribuida a los teóricos ibéricos de la conspiración paranoica.

El resultado es una pieza de culto entre fascinante y perturbadora, subversiva y apocalíptica, expresionista y gótica, apenas lastrada por un guión irregular.

De todos modos, la propia imperfección de la obra juega a favor de la propuesta de los patrocinantes del ejercicio de estilo.

Verbigracia, es un verdadero gusto disfrutar de su exhibición en pantalla grande, amén de sus texturas granulosas e imágenes de archivo supuestamente rescatadas después de la muerte de los tripulantes de la odisea.

Los protagonistas se graban mutuamente con cámaras de Súper 8 y 16 mm. Nosotros contemplamos la edición rústica del material bruto recuperado.

Desde entonces, “Apollo 18” se inscribe en la corriente de los falsos documentales de espanto y brinco en la tradición de “Proyecto de la Bruja de Blair”, “Actividad Paranormal”, “Cloverfield” y “Caníbal Holocausto”. Una moda en proceso de expansión, aunque empieza a revelar síntomas de agotamiento industrial por la cantidad de ofertas similares.

Aceptado el establecimiento del canon, la cinta se construye como un trabajo de exploración del abismo y los lugares insondables de la mente, dentro de un lugar harto transitado por la ciencia ficción, a través de documentales y monumentos varios de la dimensión de “2001”, “Alien”, “Moon”, “Solaris” y “Operación Luna”.

Para resumir, nos enfrentamos a la antítesis o a la respuesta a la convencional, “Apollo 13”, diseñada para manipular al espectador sobre la base de una trampa común en Hollywood. Revertir una misión catastrófica en el advenimiento de una epifanía heroica interpretada por víctimas oficiales de un desastre para el estado. Nada diferente de lo planteado por la propaganda del gobierno bolivariano con el incendio de Amuay.

“Apollo 18” escapa de la complacencia del relato de la meca, al contar la crónica de una muerte anunciada. La de un programa y la de sus jóvenes soñadores instrumentados por la NASA, para luego ser abandonados a su mala suerte en medio de una absurda maraña burocrática y deshumanizada. Las relaciones con Kafka son brutales.

Los personajes sufren una metamorfosis, tipo Cronenberg, y la institución prefiere despedirlos en el aire, antes de recibirlos como conquistadores en nuestro planeta.

En una insólita conversación con una máquina, el único sobreviviente de la aventura es despachado y cesado por su jefe máximo. El diálogo recuerda al duelo de Kubrick con Hal 9000 y a la clausura devastadora de “Buried”, de otro duro de la madre patria.

Lo condenan al entierro y lo declaran daño colateral. Cuestionamiento a la gélida maquinaría del complejo científico y militar. Alegoría del fiasco y del saldo negativo de la guerra fría. Ambos bloques se reparten las culpas en el entramado pesimista de “Apollo 18”.

Sorprende su narrativa seca, su montaje inclemente y su empaque de factura artesanal y analógica, inspirada en los “fakes” de Peter Watkins. Llama la atención el parentesco con la exposición del simulacro espacial de Joan Fontcuberta.

Confunden los planos y los encuadres, cuando nadie sostiene o empuña el lente. Se nota la presencia de un narrador omnisciente y ello le resta credibilidad al esfuerzo.

Tampoco deslumbra el argumento de la epidemia a expurgar. Se pierden minutos valiosos en anécdotas prescindibles.

En descargo del balance general, “Apollo 18” sabe conservar su brújula, para mantenerse en la órbita de los ovnis de la temporada.

Es un objeto volador a no identificar con las cruzadas reaccionarias de Jerry Bruckheimer.

Lo opuesto a “Armageddon”.

Ejemplo del retorno a la época de depresión de los setenta.

Increíble por su formato vintage.

Houston, seguimos teniendo problemas.

La “Flight 93” del 2012.

Impresionante y contundente la conclusión.

Las actuaciones son intachables.

No hay créditos como en Dogma 95.

Lars Von Trier celebraría la melancolía misantrópica de “Apollo 18”.

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