SI YO FUERA UN REFUGIADO
(EL BONSÁI)
POR CARLOS SCHULMAISTER
Si yo fuera un refugiado,
un refugio tendría,
de dos por dos aunque sea,
para ocultar mi agonía,
para matar el tiempo,
para dejarme morir,
pues a mis años las fuerzas,
y la voluntad,
ya flaquean.
Una pared perforaría,
si por allí se filtrara,
un rayito que bañara,
de sol,
a un bonsái de mi tierra.
Al bonsái lo nombraría,
cada vez al saludar,
¡buenas noches, alamito…!,
¡hasta mañana, saucesito…!,
¡buenos días, duraznerito…!,
o cualquier otro arbolito,
de mi tierra,
que pudiera conseguir,
¡porque nadie viaja,
ni huye,
con el bonsái cultivado!
Desde adentro,
el afuera atisbaría,
y por las noches, si pudiera,
el cielo observaría,
aunque una estrella, jamás,
para mí se corriera,
y muy feliz yo sería,
si de mi infancia volviera,
una luna de melón.
De allí sólo saldría,
con mi bonsái a cuestas,
y mis gafas oscuras,
de espiar,
a procurar un bocado,
y un trago,
para mí y para el bonsái,
y en mi tierra pensaría,
lamentando no tener,
siquiera,
un álbum de fotografías,
para mirar por las noches.
Si todo hombre precisa,
una caricia en el alma,
es probable que las únicas,
disponibles para mí,
fueran las caras que amé,
que tal vez me amaron,
y quizá fotografié,
¡pero un refugiado, a sus fotos,
tampoco las lleva consigo!
En su defecto, consuelo…
el de la memoria sería,
para darle los domingos,
un repaso a la tarde,
los más tristes días,
si solo,
y en tierra extraña.
Lo que nunca tendría,
si yo fuera un refugiado,
sería un espejo colgado,
pues los espejos engañan,
y ya no soportaría,
ver que mis ojos me vieran.
Por lo demás,
si algún día,
que ni recuerdos tuviera,
y de allí me sacaran,
llévenme adonde sea,
y si enterrarme debieran,
por piedad os lo ruego,
que sea en la pura tierra,
de mi bonsái en compañía,
y donde el sol nos abrigue,
ése,
y todos los días.
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