La temporada estival aumenta la temperatura de las pasiones domésticas refugiadas en casas de campo con olor al discreto encanto de la burguesía de provincia de Claude Chabrol.
El estreno de una pequeña obra maestra viene a reconfirmarlo. Lleva por título Verano 04 y fue dirigida por una sobresaliente figura del nuevo cine alemán, surgido a raíz del desplome del muro bajo la corriente primaveral de la famosa escuela de Berlín, cuna de valiosos herederos del legado de Herzog, Fassbinder y Wenders.
Desde el derrumbe de la cortina de hierro, somos testigos de la irrupción de un movimiento de hondo calado intelectual, dedicado a reflexionar sobre la historia pasada y reciente del país de Goethe. Entre las piezas destacadas cabe resaltar La Vida de los Otros, Good Bye Lenin, El Hundimiento y Bárbara, del admirado Christian Petzold. Dramas existenciales abocados a la revisión crítica y política de la sociedad germana, atormentada por complejos de culpa y heridas difíciles de cicatrizar.
Así, el expresionismo contemporáneo funge de caja de resonancia de ansiedades e inquietudes de las generaciones de relevo ante la mala conciencia de los guardianes de la memoria y el derrumbe de los proyectos redentores asumidos por la clase dirigente.
Los fantasmas de Hitler, la Stasi, Marx y la ilusión del milagro económico siguen quitándole el sueño a los hijos de la pantalla demoníaca erigida en tiempos de El Doctor Caligari. La única diferencia estriba en el detalle del aspecto de la pesadilla. Ahora los monstruos se parecen a nosotros. Dejaron de personificar una alteridad cómoda para señalar con el dedo y librar de responsabilidades a los creadores del problema.
Por ello, los protagonistas de Verano 04 encarnan la normalización costumbrista de los males de antaño, como si el germen del nazismo hubiese devenido en la descomposición de la familia nuclear del siglo XXI. No en balde, los personajes de la trama son movidos por la desconfianza, el desafecto y la traición. Buscan un escape en la época de vacaciones, pero la evasión solo aflora su descontento, frialdad e incomunicación. Los padres no logran conectarse con los jóvenes y resienten la llegada de cualquier agente externo a su morada.
Una Lolita de Nabokov derrumba la estabilidad del hogar de la película, al comportarse como el Terence Stamp de Teorema. Ella simboliza al objeto de deseo capaz de destruir, con su belleza y honestidad, la hipocresía desplegada por la pareja principal.
La presencia de la chica también desnuda las relaciones eróticas y psicológicas con el Roman Polanksi acusado de pedofilia y obsesionado con los triángulos amorosos devastados en las profundidades del mar. El arribo de otro forastero acaba por disolver la tregua de la guerra de los sexos y el pacto de lealtad de los esposos desesperados, observados por su descendiente con ojos de inquisidor.
El desenlace consuma la crónica de una muerte anunciada en un velero. Emergen a la superficie las deudas con A pleno sol y El Talento de Mr. Ripley. La mentira termina por silenciar la verdad incómoda.
Ergo, la felicidad de hoy es un pantano de lodo encubierto por una fachada de sonrisas fingidas y viajes en clase turística. El lado oscuro del hedonismo actual.
Metáfora del elefante en la sala del holocausto.
*Publicado originalmente en la columna «La Ventana Indiscreta» de «El Nacional».