A Sangre Fría es mucho más que el fascinante relato de un crimen atroz. Recorre las fronteras de la condición humana y se asoma a un abismo donde todo es más de lo que parece. La sutileza de las descripciones, la complejidad de los personajes y la inexplicable violencia del asesinato, se conjugan para revelar un mundo que no admite términos absolutos, en el que abstracciones como el amor, el mal o la misericordia sirven más para confundir que para comprendernos a nosotros mismos.
Los matices, las desmesuradas circunstancias y peculiaridades de la realidad en que habita la novela nos obligan a suspender el juicio y a observar minuciosamente un mundo de hombres comunes: padres e hijos, extraños y vecinos, víctimas y asesinos. Tan lejano en la distancia y en el tiempo pero tan cercano a nuestras experiencias y secretos, a la enemistad y al recelo presente en todas las épocas y en todos los lugares.
Una historia de seres ordinarios, desgarrados entre el bien y el mal, que a veces aman y otras odian, pero que siempre sueñan y desean, porque nunca es suficiente para quienes se saben libres. Una libertad que recuerda que la vida nunca es lo que quisiéramos y que las fuerzas invisibles del destino operan sin que lo notemos, entrelazando nuestros caminos en un azar imposible que se muestra calculado, dibujando un sentido que aun no puede sernos revelado.
Una meditación sobre el dolor y el perdón, sobre la delgada línea roja, la de la sangre, que separa a los hombres de los criminales, a lo humano de lo monstruoso. Y conduce a las heridas del pasado, aquellas que erosionan la mente y el corazón, hundiéndolos en un espiral descendente en el que solo es posible caer. Tal vez la redención no se encuentre al alcance de todos.
¿Qué importa cómo y cuándo terminan las historias, si al final siempre espera la muerte? Poco…y mucho, pareciera contestar Capote, enredado en una paradoja con la que todos debemos vivir.