Moraleja: si haces negocios con el diablo en el infierno, vas a salir quemado y trasquilado.
Juan Carlos Caldera quizás nunca leyó a Goethe. Ahora, sin querer queriendo, encarna su propia tragedia al estilo de «Fausto» por pactar con el demonio, a fin de conseguir plata.
Ya de entrada se parte de un error al sentarse a recibir dinero de un doble agente del gobierno, conocido por enriquecerse a costa del paro petrolero y de las prebendas de la revolución.
A sabiendas de ello, el comportamiento del muchacho del día carece de sentido y mesura.
Si usted es un delegado de oposición no debe compartir la mesa con un hombre acusado de montones de fraudes a la nación.
Ruperti es un hombre de cuidado. Ni siquiera conviene tenerlo de enemigo. Anda con miedo y rodeado por guardaespaldas. Cuenta con un séquito de aduladores y le encanta sentirse acompañado de la farándula con complejos de grandeza.
Puso a la esposa a manejar un canal y casi lo llevó a la ruina comunicacional. Es un caballero oscuro con pretensiones de «Ciudadano Kane». Pero le falta glamour, apellido, educación, clase y escrúpulos. No tiene el carisma de un Donald Trump, aunque se pinta el cabello y le gustan las modelos. Es un viejo verde en toda regla. Arquetipo del empresario, del rico bobo, del capitalista salvaje crecido a la sombra de un estado clientelar. Es una constante de la ciudad podrida.
Igual un sector de la prensa del corazón le rinde pleitesía. Reina la censura y la complacencia alrededor suyo.
Famosos son sus viajes en yates, animados por músicos y artistas de la televisión. Ellos pertenecen a un mundo envilecido. Por desgracia, hasta allá abajo cayó Juan José en busca de unas pocas migajas. Fue una presa fácil para el Vladimiro Montesinos de Ruperti y sus secuaces, quienes lo grabaron para exponerlo con tres cámaras. Le entregaron 40 mil bolívares fuertes en la mano. Los guardó en un sobre. Se jactó de su amistad con Henrique. Abusó de su confianza.
Sirva su mal ejemplo para empezar a distinguir el grano de la paja dentro de la mesa de la unidad. Bien por Capriles por expulsarlo de una del proyecto.
Triste por descubrirlo tan tarde. De ahora en adelante, conviene andar el doble de atentos y despiertos.
El adversario montará peines y ollas a discreción, pues los números no lo dan después del fracaso de Amuay.
Es la última etapa de la guerra sucia. La destrucción moral del rival. Son métodos conocidos y de larga data. Se aplican en México, Colombia y Perú. El proceso los importa a efecto de tapar sus debilidades y contrariedades. Es importante develarlos a tiempo.