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Mi vida, a través de los perros (XXIV)

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No supe de Lucía hasta entrado enero. Apareció de la misma forma misteriosa como había desaparecido, con esa manera tan suya de desconcertar. Se presentó en la tienda, a eso de las seis de la tarde, dirigiéndose a la pequeña oficina de administración en donde solía transcurrir la mayor parte del día, analizando el movimiento de la jornada y planificando las futuras compras.

-Hola- me dijo como si nos hubiéramos visto ayer. Por mi parte, me le quedé viendo con una mezcla de indignación y sorpresa, y le respondí:

-Feliz año. Vaya que tienes la cara dura, te presentas aquí como si nada, después de haberme dejado plantado como un idiota. ¿Se puede saber qué te ocurrió?

-No preguntes cosas que no quieres saber.

-Esto si lo quiero, es más, lo necesito saber.

-Estaba embarazada.

-¿Estabas? ¿Cómo que estabas, te pasó algo?

-No me pasó nada, simplemente me encargué de eso.

-¿Te encargaste de eso? ¿Qué significa?

-Lo que supones, no creo que seas tan ingenuo.

-¿Y lo hiciste sin consultarme?

-¿Qué te hace pensar que tenías algo que ver en esa decisión?

-No seas descarada, creo que el padre tiene derechos.

-¿Y por qué crees que tú eras el padre?

Esa pegunta me hirió, me produjo dolor físico. Sentí una punzada aguda en el medio del pecho. No obstante, traté de recomponerme y le dije:

-Es decir, que mientras salías conmigo…

-Ya te dije que no preguntaras lo que no quieres saber. En fin, pasaba solo para venir a despedirme. Me voy del país.

Estaba claro que esa mujer era una caja de sorpresas. No pude hacer otra cosa que soltar una frase melodramática:

-Supongo entonces que este es el fin.

Ella soltó una carcajada larga y sonora, con una carga implícita de burla hacia mí. Luego comentó:

-Dios, eres una niña. Si sigues tomándote todo tan a pecho vas a pasar demasiado trabajo en la vida. No me voy para siempre. Las cosas en mi casa están, a ver, algo tensas, y mientras se aquietan voy a conocer un poco de mundo. Me marcho a Nueva York, allá vive una tía que es tan loca como yo y por eso mismo me sabrá comprender. Pero eventualmente regresaré.

-Y yo voy a estar aquí esperándote, según tu desquiciado y desconsiderado plan.

-Si eres lo suficientemente bobo, sí. Sin embargo, te recomiendo que no lo hagas; no se si te has dado cuenta, y con esto voy a hacer algo que va en contra de mis intereses, pero eres un tipazo: soltero, no muy mal parecido, amable hasta el empalagamiento (eso deberías trabajarlo un poco, para que no pasen tanto coleto con tu dignidad), y dueño de una hermosa tienda. Si sabes jugar bien tus cartas, no te van a faltar distracciones mientras yo esté afuera. Cuando regrese, se verá.

-Caramba, lo tienes todo calculado. ¿En qué momento te volviste tan cínica?

Esa pregunta endureció de pronto sus facciones, y enmudeció. Era su manera de expresar que ese camino no debía transitarse. Vaya a saber uno cual recuerdo doloroso despertó ese comentario. En esos momentos se convertía en una esfinge, inescrutable y pétrea. Por experiencia sabía que no iba a lograr más nada de ella, por lo que cerré la conversación diciendo:

-Bueno, Lucía, espero entonces que tengas un feliz viaje, y encuentres la paz que tanto necesitas. Y si me disculpas, estoy algo ocupado, así que…

No me dejó terminar. No existió el abrazo final, ni el beso de despedida. Solamente un portazo, no excesivamente estruendoso, pero firme. En el más depurado estilo Lucía.

 

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