Tiempos de Dictadura: No Habrá Paz para Los Malvados

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Tarde o temprano, el cine desnuda la banalidad del mal de los tiranos de la historia a través del género documental. Alrededor de 1973, Basilio Martín Patino hizo justicia poética con Francisco Franco en Caudillo, anticipo de su declive político.
Al año siguiente, Barbet Schroeder estrena la tragicómica General Idi Amin Dada, retrato irónico del genocida del pueblo de Uganda.
Con puro material encontrado, Jay Rosenblatt dirige la cumbre de la tendencia bajo el título de Human Remains, desmitificación de la mediocridad de los principales carniceros del siglo XX.
En el mismo sentido, Andrei Ujica le practica la disección al cadáver del vampiro de Rumania. De su tumba audiovisual sale a la luz la Autobiografía de Nicolae Ceaucescu, montaje analítico del archivo filmado por los esbirros del líder comunista.
Mutatis mutandis, Venezuela no se queda atrás. Manuel De Pedro inscribe su nombre en el firmamento vernáculo gracias a su obra maestra Juan Vicente Gómez y su Época, narrada por los testigos del período oscuro e ilustrada con imágenes registradas por los mercenarios del Benemérito a fin de glorificarlo.
A la postre, el narcisismo mediático invierte el proceso y teje una soga al cuello del déspota enamorado de su reflejo. En efecto, la proyección contemporánea de Tiempos de Dictadura sirve no sólo de espejo del pasado sino del futuro de los imitadores posmodernos de Marcos Pérez Jiménez, condenados al destierro y el fracaso.
Así, Carlos Oteyza describe un ciclo de horror iniciado con el derrocamiento de Gallegos y concluido el 23 de enero de 1958, según el enfoque de sus protagonistas y mártires. Especial atención merecen los alegatos de Pompeyo, Teodoro, Catalá y Consalvi. Entrañables y necesarios los homenajes a Yolanda Moreno y Mario Suárez. Ambos le aportan un contrapeso de frescura al duro relato impreso por la notable fotografía expresionista de Branimir Caleta.
Otro punto a favor es la animación de Alberto Hadyar, por su habilidad para llenar vacíos difíciles de cubrir. El diseño gráfico permite al espectador cobrar conciencia del infierno de Guasina y de los campos de concentración de Pedro Estrada.
Por su lado, Álvaro Cordero reivindica el oficio de la composición musical en el país. La banda sonora dignifica el patrimonio de Bolívar Films.
El guión ofrece la lectura iconoclasta del ascenso del fascismo ordinario apuntalado por el miedo y la demagogia del aparato de propaganda.
La película cumple a cabalidad con su cometido y logra coronar la trayectoria del autor. Hasta ahora, su mejor trabajo era Mayami Nuestro, cuyo humor negro se perdía de vista.
Hoy Tiempos de Dictadura corrobora sus dotes para la sátira y la deconstrucción de la absurda realidad criolla.
La sala recompensa con risas y aplausos el genio de un largometraje de no ficción, rabiosamente personal y urgente. Ejemplo para la industria abocada a la complacencia.
Apuesta por los valores de la civilidad y la democracia en resistencia a la perpetuidad de los ideales totalitarios y marciales en boga.
El petróleo, la pasividad del colectivo, la complicidad internacional y la construcción desaforada de obras públicas son el caldo de cultivo para la instauración de la hegemonía corrupta. Aprendamos a conjurarla dentro y fuera de la pantalla.

*Publicado originalmente en la columna «La Ventana Indiscreta» de «El Nacional».

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