En un artículo publicado recientemente en la versión online de la revista The Freeman, el abogado argentino Ariel Barbiero reúne una serie de argumentos que ejemplifican casi a la perfección la esencia intelectual del libertarismo vulgar en el cono sur.
El artículo arranca con lo que probablemente sea el cliché favorito de la derecha en Argentina: Hasta 1930 (año que marca el comienzo de la «Década Infame» con el golpe de estado de José Félix Uriburu a Hipólito Yrigoyen, desembocando en la «Revolución del ’43» y la irrupción de Juan Domingo Perón en el escenario político), el país era poco menos que un paraíso terrenal de los mercados libres (a continuación traducimos las palabras de Barbiero, cuyo artículo fue escrito en inglés):
Los argentinos empezamos muy bien. A la gente se le olvida que para 1928 el producto interno bruto de la Argentina era el sexto más alto del mundo. El ingreso per cápita era similar al de Alemania. La literatura y la música florecían… Los inmigrantes veían a la Argentina como un lugar donde el trabajo duro hacía prosperar a la gente… ¿Y qué hacía que esa prosperidad fuese posible? La buena tierra y el trabajo duro, por supuesto. Pero también los sabios principios y las nobles ideas… Antes del giro ideológico de los años ’30, los hombres que gobernaban y educaban a la Argentina habían acogido al libre comercio y creían que no podía haber progreso sin el respeto a los derechos de propiedad. Leían a Tocqueville y El Federalista. El debate era libre también, y a veces fiero, pero ya no se intercambiaban puñetazos, sólo ideas.
Lo que sigue invariablemente es una detallada descripción de los vicios colectivistas que se cometieron durante la era peronista y que siguen estando vigentes en el país hoy en día, en los cuales no vamos a hacer hincapié — el lector puede enterarse de ellos leyendo el artículo de Barbiero.
Versiones similares del mismo argumento se repiten ad nausean en los medios de la región.
Otro pensador que no nunca falla con este argumento es Mario Vargas Llosa. Por ejemplo, en declaraciones recientes al diario argentino La Nación, aseguraba que el peronismo es moralmente equivalente al nazismo y en seguida remataba con que la Argentina del siglo XX antes de Perón era «un país del primer mundo… que disfrutó de una prosperidad envidiable».
En otras palabras, el peronismo es presentado como una especie de Pecado Original del Estatismo en lo que hasta entonces había sido el Jardín del Edén del Libre Mercado.
Obviamente, esta visión barre bajo la alfombra histórica toda referencia a las causas estructurales más profundas que crearon las condiciones propicias para que la demagogia peronista calara en la clase trabajadora argentina, a saber, el que dicha clase hubiese sido sistemáticamente explotada por intereses oligárquicos que desde la fundación misma del país hicieron uso del estado para imponer por la fuerza un sistema basado en el latifundio y la cartelización de la industria y el comercio. La noción romántica que Barbiero nos presenta del «respeto a los derechos de propiedad» adquiere un significado radicalmente distinto una vez que se reconoce la artificialidad de dichos derechos.
Pero lo que resulta verdaderamente insultante es el hincapié que hacen los libertarios vulgares en la Argentina de las primeras tres décadas del siglo XX. Dejemos que Barbiero se regocije todo lo que quiera con lamentaciones piadosas porque la gente no recuerda los récords de PIB que Argentina rompía por ese entonces; pero recordémosle a él también que esas cifras no se traducían exactamente en prosperidad para la gran mayoría de inmigrantes que supuestamente «veían a la Argentina como un lugar donde el trabajo duro hacía prosperar a la gente»: en realidad los inmigrantes estaban enzarzados desde principios de siglo en una fiera batalla contra la oligarquía con la aspiración de obtener condiciones de trabajo mínimamente dignas, batalla que fue liderada por la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), de carácter predominantemente anarcosindicalista.
En su libro La FORA, Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina el historiador y activista Diego Abad de Santillán estima que durante el período comprendido aproximadamente entre las primeras tres décadas del siglo XX los militantes de la FORA sufrieron un total acumulado de medio millón de años de prisión, 5.000 habían sido asesinados por fuerzas militares o policiales, centenas de ellos habían sido deportados, decenas de miles de sus hogares habían sido allanados, y cientos de sus bibliotecas habían sido incendiadas.
Otra característica típica de muchos intelectuales «liberales» latinoamericanos es su ciega devoción hacia el aparato estatal y la élite intelectual de los Estados Unidos de América, idealizándolos como los guardianes supremos del imperio de la ley y los mercados libres. Barbiero despliega este prejuicio de manera elocuente cuando expresa su indignación hacia los catedráticos del derecho argentino que condonaron la decisión de la Corte Suprema de Justicia, durante la crisis financiera del 2002, de incautar las cuentas bancarias en dólares y cambiarlas forzosamente por bonos o pesos a menos de la mitad del valor de mercado del dólar, pero al mismo tiempo asegurándonos que:
Si uno le dijese a un profesor de derecho en Estados Unidos (incluso a un ‘liberal’ en el sentido estadounidense de la palabra) que el gobierno ha incautado los dólares en las cuentas bancarias privadas y que la Corte Suprema (después de hacer los cambios necesarios en su composición) ha justificado todo, se esperaría que el profesor levantase una ceja.
Vaya. La verdad es que no sé cuantas cejas profesorales se habrán levantado desde que se pinchó la burbuja inmobiliaria estadounidense en el 2008, pero por muchas que hallan sido lo cierto es que no pudieron impedir el desate de una ola de salvajes bancarios que quizás equivalga a la confiscación y subsecuente transferencia forzosa de riqueza del contribuyente al sistema financiero que nación alguna haya impuesto en la historia de la humanidad.
Pero Barbiero nos reserva lo mejor para el final cerrando su artículo nada más y nada menos que con un sutil elogio al desastrosamente corrupto programa de privatización de Carlos Menem, que facilitó la apropiación de activos argentinos por parte de corporaciones extranjeras a una fracción de su valor; todo esto en el marco de un régimen de paridad cambiaria que fue la causa fundamental de la crisis financiera que precipitó la incautación de las cuentas denominadas en dólares denunciada por Barbiero.
Es imposible que la versión de libertarismo promovida por Barbiero tenga alguna posibilidad de obtener apoyo popular en América Latina, porque a fin de cuentas la gente capta la falsa retórica de «libre mercado» y se da cuanta de que no se trata de nada más que de neoliberalismo, osea, del saqueo estatista de la clase trabajadora para favorecer a los «empresarios» bien conectados con los políticos de turno.
Y aunque el enriquecimiento de políticos y sus amigotes a costillas del resto de la población también sean una cruda realidad de los gobiernos populistas de izquierda, las masas empobrecidas de América Latina seguirán prefiriendo esa versión del juego capitalista al neoliberalismo, simplemente porque el primero pesa menos sobre sus espaldas que el segundo.
Publicado originalmente por Alan Furth en el Centro para una Sociedad sin Estado