Los católicos mentirosos son una especie bastante curiosa que he encontrado unas cuantas veces a lo largo de debates. Por lo general suelen ser mucho más religiosos que el católico venezolano promedio. Su devoción es profunda, sincera y no tiene inconvenientes en difundir mentiras evidentes, violando su sexto mandamiento, acerca de los condones, las pastillas anticonceptivas, la eutanasia y otros temas. Por lo general son curas (Aún recuerdo un cura que afirmaba en las cartas a El Nacional que los condones tenían poros 10 veces más grandes que un espermatozoide), pero las beatas de Iglesia también son comunes en este grupo. No sé si es que se creen sus mentiras o es que la verdad les importa poco en comparación con difundir su mensaje. Lo que si está claro es que a la Iglesia poco parece importarle.
Por ejemplo, Francisco Chimoio, arzobispo de Mozambique, dijo en 2007 que los condones venían con el virus del SIDA, y que los fármacos antiretrovirales son un complot de los europeos para acabar con los africanos. Sigue siendo arzobispo de Mozambique, un país con una tasa de VIH de 16.2%. Tommaso Stenico, un obispo que resultó ser gay, fue suspendido ipso facto. A la vista están las prioridades del Vaticano: Use su esfinter anal en sentido opuesto o meta su miembro donde no debe y será castigado. Mienta y asuste a la gente, alejándola de medicamentos que le pueden salvar la vida y no pasará nada. La violación de niños tampoco fue muy perseguida hasta que la sociedad civil le dijo a la Iglesia, ese Faro Moral, que eso no estaba bien.
Visto que los mentirosos al servicio del Señor y la Madre Iglesia tienen carta blanca, no es de extrañar que digan las cosas más absurdas sin pudor ni vergüenza. La gente pensante no es su audiencia, sino que se dedican a propagar sus mentiras entre sus pares, entre otros creyentes, para fortalecer su fe, que parece es incapaz de nutrirse sino de mentiras y distorsiones. Un caso realmente patético es el de doña María Denisse Fanianos de Capriles, columnista de El Universal. Esta persona tiene una columna los miércoles donde se dedica a soltar su veneno contra las minorías sexuales, sus mensajes piadosos repletos de clichés y a veces, como en el caso que nos ocupa, de mentiras. En su artículo ¿Rezar Para Ganar? afirma que los atletas olímpicos tenían prohibido introducir libros religiosos a las villas olímpicas. Afirma, la ferviente católica, sin ninguna ironía que «a medida que avanzamos en el siglo XXI, y que el secularismo quiere adueñarse del mundo, cada día más personas dan valientes muestras de fe pública.». ¡Qué valentía! ¡Increíble! Los atletas dieron gracias a sus dioses, que son plenamente aceptados en sus sociedades, donde las iglesias, sectas y religiones muchas veces tienen enorme poder social y político. Cualquiera jura que estaba hablando de la URSS. Están tan perseguidos los pobres que ni mintiendo y discriminando les quitan sus columnas semanales de opinión en los diarios más antiguos del país.
Los únicos reportes acerca de la religión en las olimpiadas de 2012 que pude encontrar en la BBC fue una nota que hablaba de la presencia de centros de adoración en cada unidad de vivienda y que tenían los atletas restaurantes que se aseguraban de seguir todas las restricciones idetéticas religiosas las 24 horas del día, especialmente útil para los atletas musulmanes, que compitieron en Ramadán. Así, las afirmaciones de doña Fanianos no sólo son inexactas, sino diametralmente opuestas a la verdad, sólo buscan formar un martirio ficticio y reafirmar el complejo de persecución, cosa difícil en un país con más de un 90% de la población nominalmente católica, por lo que hay que inventarse cocos extranjeros, y el COI no es santo de la devoción de casi nadie.
Siempre ha habido gente inescrupulosa capaz de hacer y decir lo que sea para avanzar sus fines y no es infrecuente que usen la religión (o el materialismo dialéctico) para hacerse inmunes a las críticas y creerse más virtuosos que el resto, las mentiras de doña María Denisse no son tan inquietantes, lo inquietante, es que su mendacidad y estulticia no están confinadas a su Iglesia, su grupo de Damas Voluntarias o su empresa, sino que un diario como El Universal considera sus palabras lo suficientemente valiosas para gastar tinta en ellas todos los miércoles.