Ahora que se acerca el Día Internacional de la Blasfemia, creo pertinente hacer algunas recomendaciones para que nuestras blasfemias procedan de la estética más profunda, es decir, para que tengan un sólido fundamento ético (para la relación entre la estética y la ética no puedo sino recomendarles los desarrollos de Nietzsche al respecto, en particular las ideas contenidas en El Nacimiento de la Tragedia).
Antes de entrar en materia, les recuerdo que el Día Internacional de la Blasfemia se celebra el 30 se Septiembre. En esta fecha se nos anima a ejercer nuestro derecho al libre pensamiento a través de la crítica e incluso la descalificación del pensamiento religioso. Fue propuesto por el Center for Inquiry (CFI), una organización «dedicada a promover la ciencia, la razón, la libertad de investigación y los valores humanistas». Se celebra desde 2009.
TRES MANERAS DE BLASFEMAR
Hay, a mi entender, tres posiciones desde las cuales podemos blasfemar. Éstas quedan expresadas en la siguiente cita de Nietzsche, la cual paso a desarrollar:
Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin en niño”. Así habló Zarathustra.
El camello: ¡atención cristofrikis, prohibido blasfemar!
La primera posición subjetiva es, precisamente, la que da origen a nuestra celebración. Venimos a este mundo e incluso antes de nacer, ya somos cargados con mensajes pacatos que nos son inoculados especialmente a través de la educación, en una época en la cual nuestras habilidades cognitivas no nos permiten tomar postura propia sino, simplemente, aceptar esas supuestas verdades como algo dado.
¿Qué es pesado? así pregunta el espíritu paciente, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que se le cargue bien”
Las creencias religiosas son, ante todo, esa joroba que nos mandan y que sí, puede ser muy útil, especialmente cuando se tiene miedo a vivir, o cuando no se es lo suficientemente valiente como para tener pensamiento propio y apartarse del rebaño. Hazte fuerte; anúlate, y carga el peso de creencias que te fueron impuestas por los intereses más mezquinos. Lealtad es otro de los nombres para esta carga. El miedo a dejar de pertenecer es mayor que la curiosidad por saber cómo se siente ejercer el derecho a la libertad y el cultivo del libre pensamiento. Sí, es una posición muy triste.
Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu paciente: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto”.
El León: ¡basta! ¡esas creencias (auto)impuestas pesan demasiado!
Si la primera postura se corresponde a la infancia, la segunda es la típica del adolescente. En esta etapa del desarrollo nos vemos confrontados con decisiones existenciales importantes, a saber, ser o no ser nosotros mismos; tomar las riendas de nuestra existencia.
Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa, y ser señor en su propio desierto».
No se si pasar por esta etapa es necesario, aunque sí se que suele ser la transición que se verifica en la práctica. De hecho, acá podemos ubicar al grueso de las blasfemias que encontraremos. Me refiero a imágenes y pensamientos cuyo objetivo primordial es irritar a aquellos que habitan el pensamiento religioso.
La característica de esta posición, su desventaja, es que sigue ligada al Otro de la religión. El sujeto está en plena lucha para abrir su espacio de pensamiento y debe decir constantemente “¡no!”. Además de ser negativa, pues busca mantener a raya sin proponer nada nuevo, la estrategia de cercar es agotadora en tanto se centra en la defensa continua. Más de fondo, si en la primera posición encontramos amor, en ésta segunda encontramos su reverso, un rechazo que puede llegar al odio, manteniendo entonces el vínculo que, se supone, debería desanudar.
Así que está bien, grita y patalea todo lo que quieras tu rechazo al pensamiento religioso, pero recuerda que se puede ir más allá y que la verdadera independencia pasa por ni siquiera preocuparte por lo que los cristofrikis y similares pensarán o sentirán acerca de tus blasfemias. Mientras dependas de su mirada, te colocarás en una posición vulnerable y estarás limitando el potencial creador de la blasfemia. Para promover este blasfemar-otro es que me animé a escribir esta nota.
El niño: la blasfemia como exploración estética del artista creador
Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí».
Acá llegamos al meollo del asunto. La blasfemia puede ser el ejercicio de la libertad más radical, de la creación de uno mismo a partir de la consolidación de un estilo propio. Desde esta posición, blasfemar consistiría en el acto de apropiarse del signo religioso, para ser usado con ironía y total independencia del corpus que le da sentido. Por supuesto, con esto me refiero a usarlo como un significante en una nueva cadena, para promover la emergencia de algo nuevo, de nuestro ser creador. Corte, ruptura, y apuesta por las metáforas más osadas. Agarra al cristo y olvídate del cristianismo; explora las maravillas del santo prepucio y de las demás reliquias ahora prohibidas por el Vaticano; dibuja a Mahoma vestido de Armani y mirando pornos o reivindica las imágenes sexuales del budismo tántrico como presentación para cadenas de comida rápida.
Por supuesto, Nietzsche, en el Nacimiento de la Tragedia, resume el punto mucho mejor que yo:
“Aquel desmesurado andamiaje y maderamen de los conceptos, al que se abraza el hombre menesteroso a lo largo de su vida para salvarse es, para el intelecto que se ha liberado, sólo una armazón y un juguete para realizar sus más osadas obras de arte: y cuando él lo rompe, lo mezcla desordenadamente, lo recompone con ironía, acoplando lo más heterogéneo y separando lo más cercano, descubre entonces que no necesita de aquel recurso de la menesterosidad y que él ahora no es conducido por los conceptos, sino por las intuiciones”
De esto se trata el Día Internacional de la Blasfemia, de explorar nuestro potencial creador (tal como lo hicieron los dadaístas y los surrealistas), yendo más allá de las blasfemias más obvias.