Editorial de Periódico El Libertario # 67; septiembre-octubre 2012

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Votar por Chávez es votar por Diosdado; Votar por Capriles es votar por
Diosdado. La certeza de esta frase se verifica al comparar los programas
de gobierno ofrecidos por los dos candidatos en su parte medular: La
dirección que tomará la industria energética, para ambos indiscutible
palanca del modelo de desarrollo para el país, el mismo instalado entre
nosotros desde 1914, fecha del primer pozo de petróleo en Venezuela. La
falsa polarización se desnuda al constatar el consenso en la duplicación
de la producción de energía fósil en el país con la participación de las
compañías transnacionales. Sin embargo para los y las anarquistas la
discusión fundamental no es quien controla la industria, la burguesía
nacional o extranjera, sino en que esta reiteración del modelo
extractivista se pone de espaldas a la promoción de un modelo alternativo
de desarrollo, que no alimente los motores a combustión de gasolina del
capitalismo mundial y no perjudique ni al medio ambiente ni a las
comunidades indígenas y campesinas. Cualquiera que sea el ganador del 7 de
octubre representará una victoria para el capitalismo especulador
financiero, en sintonía con el mercado mundial, que tiene en figuras como
Diosdado Cabello a un seguro servidor.
 
La victoria de Hugo Chávez sólo será posible por el oxigeno dado por una
candidatura idónea para sus intereses, la de un representante de la
oligarquía venezolana  con participación en el golpe de Estado de abril
del 2002. Capriles le proporcionó a Chávez un escenario perfecto para
revitalizar la polarización, con un discurso enfocado en la clase media
del país y con escasa sintonía con los sectores populares. A pesar de su
pretendida amplitud e inclusión, nunca fue un secreto que las decisiones
eran tomadas por la cúpula del partido más conservador y reaccionario del
país: Primero Justicia. A pesar del evidente descontento con los
resultados de su gestión y el sostenido aumento de la conflictividad
social, mantenida a raya por las expectativas carismáticas del caudillo,
en este escenario Capriles no logró convencer ni al chavismo descontento
ni a amplios sectores de la población. En este resultado el futuro estaría
dominado por un fortalecimiento del estatismo comunal autoritario, el
agudizamiento de la exclusión por razones políticas de las políticas
públicas y, por el efecto dominó, la hegemonía bolivariana de las
gobernaciones y alcaldías en las siguientes elecciones.
 
Por otra parte una victoria de Capriles sólo sería posible más por las
abstenciones del chavismo descontento y por el voto castigo de un grueso
de los electores y electoras, y menos por las “virtudes” del ganador.
Cansados de las humillaciones, demagogia y el empobrecimiento general de
las condiciones de vida, el voto “contra-Chávez”, de quienes antes habían
confiado en él, daría las cifras necesarias para la segunda derrota
electoral del comandante-presidente, lo cual abriría un escenario de
conflictividad y la ratificación de los poderes regionales gobernados por
la llamada «oposición» en la siguiente cita electoral. Este resultado,
empero, robustecería la gestación de un nuevo bipartidismo entre los
bloques partidarios chavistas y no chavistas, quienes a mediano plazo
acordarían diferentes acuerdos de alternatividad que tácitamente devendrán
en un nuevo “Pacto de Punto Fijo”.
 
Cualquiera sea el resultado hay otras dos consecuencias importantes. La
primera es la relegitimidad de la democracia representativa y clientelar
que parecía desmoronarse en el estallido popular del Caracazo,
gobernabilidad que sólo podía recomponerse con una figura carismática y
populista como Hugo Chávez. La segunda, de especial interés para los y las
antiautoritarias, es que estas votaciones se celebran en medio del peor
retroceso histórico de la autonomía de los movimientos sociales
venezolanos. Como atestiguan las cifras del Observatorio Venezolano de
Conflictividad Social, la electoralización de las agendas de las
iniciativas populares lograron lo que parecía difìcil: Detener el
incremento de la cantidad de manifestaciones realizadas en el país, las
cuales habían experimentado una curva de aumento constante desde el año
2004. El chantaje electoral logró institucionalizar, hacia los canales
electorales, la energía de las multitudes en movimiento, desvaneciendo los
niveles de autonomía que habían alcanzado algunos conflictos de base
contra los poderes establecidos.
 
La actitud del anarquismo consecuente no puede ser otra que denunciar la
farsa y el chantaje electoral, negándose a participar en la comedia y
canalizando todas sus energías en la recomposición y recuperación de la
autonomía de los movimientos sociales y populares. Los hechos de los
últimos 13 años nos han dado la razón: Los discursos de los gobiernos no
cambian nada. Las transformaciones estructurales y revolucionarias
provienen de todos y cada uno de los oprimidos y sus iniciativas
colectivas.

 

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