Votar por Chávez es votar por Diosdado; Votar por Capriles es votar por Diosdado. La certeza de esta frase se verifica al comparar los programas de gobierno ofrecidos por los dos candidatos en su parte medular: La dirección que tomará la industria energética, para ambos indiscutible palanca del modelo de desarrollo para el país, el mismo instalado entre nosotros desde 1914, fecha del primer pozo de petróleo en Venezuela. La falsa polarización se desnuda al constatar el consenso en la duplicación de la producción de energía fósil en el país con la participación de las compañías transnacionales. Sin embargo para los y las anarquistas la discusión fundamental no es quien controla la industria, la burguesía nacional o extranjera, sino en que esta reiteración del modelo extractivista se pone de espaldas a la promoción de un modelo alternativo de desarrollo, que no alimente los motores a combustión de gasolina del capitalismo mundial y no perjudique ni al medio ambiente ni a las comunidades indígenas y campesinas. Cualquiera que sea el ganador del 7 de octubre representará una victoria para el capitalismo especulador financiero, en sintonía con el mercado mundial, que tiene en figuras como Diosdado Cabello a un seguro servidor. La victoria de Hugo Chávez sólo será posible por el oxigeno dado por una candidatura idónea para sus intereses, la de un representante de la oligarquía venezolana con participación en el golpe de Estado de abril del 2002. Capriles le proporcionó a Chávez un escenario perfecto para revitalizar la polarización, con un discurso enfocado en la clase media del país y con escasa sintonía con los sectores populares. A pesar de su pretendida amplitud e inclusión, nunca fue un secreto que las decisiones eran tomadas por la cúpula del partido más conservador y reaccionario del país: Primero Justicia. A pesar del evidente descontento con los resultados de su gestión y el sostenido aumento de la conflictividad social, mantenida a raya por las expectativas carismáticas del caudillo, en este escenario Capriles no logró convencer ni al chavismo descontento ni a amplios sectores de la población. En este resultado el futuro estaría dominado por un fortalecimiento del estatismo comunal autoritario, el agudizamiento de la exclusión por razones políticas de las políticas públicas y, por el efecto dominó, la hegemonía bolivariana de las gobernaciones y alcaldías en las siguientes elecciones. Por otra parte una victoria de Capriles sólo sería posible más por las abstenciones del chavismo descontento y por el voto castigo de un grueso de los electores y electoras, y menos por las “virtudes” del ganador. Cansados de las humillaciones, demagogia y el empobrecimiento general de las condiciones de vida, el voto “contra-Chávez”, de quienes antes habían confiado en él, daría las cifras necesarias para la segunda derrota electoral del comandante-presidente, lo cual abriría un escenario de conflictividad y la ratificación de los poderes regionales gobernados por la llamada «oposición» en la siguiente cita electoral. Este resultado, empero, robustecería la gestación de un nuevo bipartidismo entre los bloques partidarios chavistas y no chavistas, quienes a mediano plazo acordarían diferentes acuerdos de alternatividad que tácitamente devendrán en un nuevo “Pacto de Punto Fijo”. Cualquiera sea el resultado hay otras dos consecuencias importantes. La primera es la relegitimidad de la democracia representativa y clientelar que parecía desmoronarse en el estallido popular del Caracazo, gobernabilidad que sólo podía recomponerse con una figura carismática y populista como Hugo Chávez. La segunda, de especial interés para los y las antiautoritarias, es que estas votaciones se celebran en medio del peor retroceso histórico de la autonomía de los movimientos sociales venezolanos. Como atestiguan las cifras del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, la electoralización de las agendas de las iniciativas populares lograron lo que parecía difìcil: Detener el incremento de la cantidad de manifestaciones realizadas en el país, las cuales habían experimentado una curva de aumento constante desde el año 2004. El chantaje electoral logró institucionalizar, hacia los canales electorales, la energía de las multitudes en movimiento, desvaneciendo los niveles de autonomía que habían alcanzado algunos conflictos de base contra los poderes establecidos. La actitud del anarquismo consecuente no puede ser otra que denunciar la farsa y el chantaje electoral, negándose a participar en la comedia y canalizando todas sus energías en la recomposición y recuperación de la autonomía de los movimientos sociales y populares. Los hechos de los últimos 13 años nos han dado la razón: Los discursos de los gobiernos no cambian nada. Las transformaciones estructurales y revolucionarias provienen de todos y cada uno de los oprimidos y sus iniciativas colectivas.