Basado en hechos reales.
Cada mañana es una batalla. Despertarse y salir de cama, aun cuando parece simple, pues no lo es.La brisa de los días siempre se despierta igual si, eso lo se. También el sol. El calienta de poquito a poquito esta ciudad y solo la primera hora y la ultima me refrescan, el resto es pura antipatía de su parte. En mis zapatos, se guardan sucios mis pies y menos mal, porque es solo el sucio de mi casa. Ese que nadie ve ni se imagina. Y aunque vean que voy siempre con la ropa vieja y roída en verdad no es para tanto.
Cada cuanto, al andar, pienso en como resultaría mas fácil enfrentar los demonios de la calle. Mi alegría es lo único que tengo y por otro lado es absolutamente todo. No tendría ningún sentido apelar a la lógica o al pragmatismo porque hablamos de ese sentimiento fugaz pero intermitente que apenas me sostiene lo suficiente para dar pasos en la calle sin echar a correr.
Calle, polvo, carros que pasan, me detengo en ese quiosco de revistas donde apenas se vende el periódico y se dan los buenos días a esa señora que mantiene un luto inexplicable después de cada proceso electoral pero que le dura para siempre. Sonreír sin que te sonrían, es ese el único ejercicio de corazón que se practica detrás del mostrador. Aun así consigo encender el cigarro detallado, sonreír, y encarar la cuesta que conduce a petare como si de ello dependiera el resto del día. Nada es importante en verdad, pero me muero de curiosidad de saber que sorpresa me cae en el camino.
La calle ahora, transforma baratijas y mordiscos sabrosos en el desasosiego de quienes corrían y se detienen de repente. Desolación diría, pero no, al contrario. Una nube densa sonora mercantiliza absolutamente todo al tiempo que la gente sube apurada a los autobuses. Aquí no hay espacio para mi guitarra. La misma esta muerta sin salir del forro que le guarda. La desolación era para mi a pesar de que nunca llevo nada conectado a mis oídos.
La gente se arrima los otros y parecen cercanos pero todos practicamos lo único que conocemos, un individualismo que oxida a los sensibles y desintegra las pasiones que se convierten en lecturas de diarios de propaganda, canciones que quizás no querían escuchar y conductas aberrantes del pensamiento que quedan solo para ellos, aberrantes accionares del imaginario, para cuando exploten.
Nadie diría que aquí se construye nada. Es solo un lugar de paso con perros abandonados que se hacen los residentes hasta que mueren atropellados. Y a dentelladas defendieron lo que pensaban era de ellos y otro can les quería arrebatar. Para luego darse cuenta de que la calle no da collar, pero nada mas odioso que un amo que te daba cobijo y que ahora te devuelve a tu suerte con alguna bofetada para siempre en tus recuerdos sin color.
Nadie diría que por aquí paso fulano el de la guitarra, que ayer murió la pintora que siempre atravesaba los puestos de moto-taxistas que le silbaban, que aquel viejito sucio es el abuelo del policía que acaba de saltarse la luz en su patrulla. Nadie diría nada porque de ese lugar no hay mucho que hablar. Salvo cuando ocurren hechos terribles que nada tienen que ver con la belleza. O cuando llegan esos que dicen que quieren cambio y ver felices a los perros o eliminarlos.
Llegado el punto álgido del recorrido la sonrisa es un instrumento de la subversión y la sorpresa del día me dice que los subversivos somos cientos. Justo aquí se detiene el tiempo y no recuerdo nunca si cuando esto sucede yo me detengo también, o me guía la navegación de la masa que circula y camino con ellos pero ausente.
Una señora se detiene con el tiempo también. Me detengo con ella y me acuerdo perfectamente de sus ojos vidriosos que no dieron un paso mas para detenerse con los mios.
Ella me ve, y su sonrisa es la alegría que buscaba. Tendrá la edad que sus ojos gastados dicen y mirándome calmadamente mientras señala hacia una farola me dice:
-No les creas hijo, toditos son iguales, aquí todos son corruptos-.
vientosinfronteras