De pronto me acordé de la cédula, porque claro, en Twitter todo el mundo hablaba de la cédula. Tenía el pasaporte, la documentación española y no la cédula. ¿Cómo se va a quedar a mi la cédula? ¡Yo que ando detrás de todo el mundo para que vote!
Intenté ver pasajes de avión, de tren, pero no podía pagarlos. Miré envíos urgentes, pero ya era demasiado tarde. Pregunté por todos lados si alguien venía de Madrid a Barcelona. Nada.
Finalmente en casa, mi amigo Justo me dijo que podría ir alguien a la estación de tren en Madrid y pedirle a algún desconocido que me trajera la cédula. ¡Es una locura¡, me dije, pero puede funcionar. Además, si funcionaba va a ser muy divertido de contar.
Llamé a Mar, mi compañera de apartamento en Madrid, y le expliqué. ‘Ostíaaa’ me soltó, pero estaba muy ocupada. Comencé a escribirle a amigos y a contarlo por Facebook. Necesitaba alguien con algo de tiempo, y con la desfachatez necesaria para acercársele a extraños a pedirles un favor.
Mi amiga Natália es de Fortaleza, en el nordeste de Brasil. Nos conocimos el domingo pasado en Donostia/San Sebastian, en el País Vasco. Estuvimos en un tour por el centro de la ciudad. La típica conexión latinoamericana hizo que termináramos hablando de que-haces-en-madrid, de política, y después comimos juntos que ya esa tarde volvíamos a Madrid. Nos vimos, digamos, unas 4 horas.
Natália decidió insistir, espero hasta la hora del siguiente tren, y se puso de nuevo a preguntar. Gabi , así se llama la generosa desconocida, dijo que sí. Horas después yo la esperaba en Barcelona y me dio la cédula. La recibí agradecido. No podía creerlo. Gabi dijo que no fue nada, y se fue tranquila.
Si en alguna cosa es débil la democracia venezolana es en la falta de confianza, con lo cual nuestra generosidad se obstruye, no nos hacer vivir mejor. Tememos a la gente que se acerca. Nos reunimos en sitios donde nos sentimos seguros. Esas barreras hacen que nos hagamos mentiras sobre como son los otros, los del otro bando, los que viven allá. Esa desconfianza llega al extremo en la política cuando los discursos insultan al otro, amenazan, profetizan el caos, la guerra, la muerte. La desconfianza hace que no podamos ser generosos.
Es difícil hacer cualquier acto político, montar una panadería, o dar una opinión sincera, porque no sabemos que va a pasar, no sabemos quien nos va a querer hacer algo. Es difícil escuchar al que piensa diferente porque todo puede formar parte de una agenda oculta.
Curiosamente, para tener confianza el único camino real es confiar primero. No en cualquier cosa, sino algo que quizás inspire confianza, aunque no deje de tener riesgo. Eso abre una brecha, que muchas veces se confirma. Una buena democracia termina produciendo una sociedad donde los odios e insultos escasean, donde los conflictos se resuelven sin violencia, ni física ni verbal. Donde cuando se vota, se ha escuchado antes al otro.
Mañana son las elecciones. Yo podré votar, finalmente. Votaré por la construcción de un país mejor, donde podamos convivir y trabajar juntos. Como me dijo Gabi en un mensaje de texto: “vota al correcto”.
Apareció primero en Rayas y Palabras.