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ÚLTIMO CHANCE, MÁS QUE NUEVA VICTORIA —¡cómo hablar de perfección!—

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Por fin tiene ya NUESTRA IZQUIERDA otra oportunidad —generosamente por parte del pueblo noble— para hacer lo que no hizo hasta ahora; para continuar lo que inició, pero abandonó; para corregir lo que había que corregir, y no corrigió… Es de esperar, entonces, que sus dirigentes deban sentir hoy, en el fondo de sus almas —probablemente embriagadas por el triunfo—, más vergüenza que júbilo. Más responsabilidad que orgullo de sí mismos. Más compromiso que gloria. Ahora les corresponde, sí, lo que de hecho siempre les correspondió, y no asumieron: MODESTIA Y TRABAJO PAREJOS.

Sobre todo sería bueno que olvidasen de ahora en adelante auto propiciarse nuevas aventuras masturbatorias de romanticismo ideológico. Son completamente estériles. Para ser realmente útiles tal vez deban considerar en cambio, seriamente, incorporar la VIRTUD DEL SILENCIO: cerrar por fin el grifo abierto (¿quizás averiado?) de la RETÓRICA OLÍMPICA por el cual se fueron gastando tantas horas del proceso en ríos de palabras (no siempre tan sabias por cierto), impidiendo para siempre al gobernante de nuestra Nación encontrarse entre aquellos individuos de la historia que prefirieron ser «los primeros en hacer y los últimos en decir».

Por el momento, nuestro gobernante sólo ha de ser el primero en estar sorprendido de su propia victoria (¿verdad que sí?), tras una gestión cuyo embarazoso resultado terminó afectando su campaña electoral de una angustia inmaquillable. Bastó ver al recatado Ernesto Villegas literalmente «soltarse el moño», gritando a pulmón partido sobre una tarima en La Vega los peligros del imperio, para comprender la inquietud interna del partido de la revolución —y de cada quien por sus «puestos»— frente a los inminentes comicios.

Pero no era para menos: similares resultados gubernamentales no hubieran obtenido perdón alguno en otros países, más bien generado prontas y voluntarias demisiones. Ojalá que después de 13 años de abusos, obsecada intransigencia, soberbio mesianismo, incompetencia, guisos a granel y profusas rebatiñas puedan los dirigentes de nuestra indolente izquierda comprender la nueva y casi milagrosa oportunidad que vienen de recibir.

Si bien siete años adicionales no ha de ser mucho para probar lo que en el doble de tiempo no se pudo (a pesar de la abundancia de recursos disponibles), tal vez sean entonces suficientes para permitirles entender que CON PURO RESENTIMIENTO LOS PUEBLOS SÓLO REPRODUCEN SU MISERIA. Humildad y diálogo, apertura y mutuo reconocimiento (envés de división) es lo que necesita, a través del ejemplo, el pueblo agriamente polarizado.

¡Adelante ahora…! A honrar las consignas de un verdadero progresismo (sin el relativismo autista de las cartillas ideológicas), y a ganarse no sólo la pasión feligresa de las masas, sino también el respeto!

Sin olvidar tampoco desechar del proceso el «método Mario Silva», devenido prácticamente el modus operandi de la revolución, consistente en jamás escuchar ni responder a la crítica puntual (venga de donde viniese), y echarle en cambio la culpa a la derecha de la incompetencia —mítica ya— de la izquierda. «¿Será que la izquierda es entonces un títere de la derecha?», se preguntaría hasta un niño.

Obviamente, de allí sólo pueden surgir atrincheramientos irracionales y pantalleros frente a la oposición, de utilidad más que nula para el país. Pero las oposiciones, ¿no son útiles a cualquier bando en una democracia?

Tal vez el peor error en Política (con mayúscula), y también el más ingenuo, sea el de irse siempre por las ramas, concentrándose en entremezclar las cuentas del bando opuesto a las propias: se contribuye a instalar en medio del país un toma-y-dame infinito cuya argumentación circular desgasta por completo las fuerzas de progreso, y sobre todo «patotiza» la Política.

Cada quién, cada bando, siempre funcionará mejor observando sus propios trapos a la luz del camino recorrido, juzgando el estado en que los mismos se encuentran, que tratando de explicarlos por las manchas habidas en los ajenos. Si alguien hoy está orgulloso del estado inmaculado de sus propias prendas, que celebre. Todo lo que pueda, hasta el desmayo. Ya es cuestión de consciencia…

XPXPX

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