Busqué el diario que escribía en el 98 para tomarle una foto a la página donde puse «Ganó Hugo Chávez, la gente anda contenta», pero debe estar en alguna de esas cajas de la mudanza que jamás ocurrió en mi casa.
Cuando Chávez entró a la presidencia yo tenía diez años y recuerdo que hasta mis padres celebraron. Me imagino que les llamó la atención lo mismo que uno anhela: el eterno cambio, progreso, vivir bien, más oportunidades, igualdad, no repetir los errores del pasado, blah, blah. Discurso demagógico casi para llevar.
Desde ese entonces un porcentaje de mi vida ha tenido que ver con Chávez. En el 2001 la canción que me sabía de memoria era «Aló, aló, aló presidente aló», y recuerdo que durante el miniparo que hubo en ese diciembre, la tararereaba camino a la Colonia Tovar -mi papá no quiso perder su reservación en la posada así que fuimos-. Luego comenzaron los episodios de los cacerolazos, de las miniprotestas, de que «hasta esta navidad es que llega»; de Globovisión y su musiquita estresante. No me gustaba Chávez pero veía sus cadenas mientras oía todas las teorías conspiratorias de mi papá. Retorcidamente quería ir a marchar y desmantelar todos los planes macabros del presidente. Pero mi mamá nos prohibió ir a las marchas.
En abril del 2002, tenía trece y las protestas de PDVSA-Coordinadora democrática eran el tema más hablado en el salón: mi profesora de artística opositora radical, mi profesor de matemáticas un pintoresco chavista. No tuve clases y eso fue perfecto para estar pegada al mortal zapping VTV-Globovisión-Venevisión-RCTV… si pudiese retroceder el tiempo, pondría más Nickelodeon o Discovery. Fui parte del rating en la noche del 11 de abril hasta que me dio sueño. Me emocionó saber que se había ido al día siguiente. Recuerdo estar sentada en la sala viendo por tv a Carmona mientras el gentío aplaudía y mi papá decía «coño, pero la cagaron también». No entendía por qué la habían cagado si en ese momento estaban, de un solo coñazo, poniendo las cosas como antes de que llegara Chávez, incluyendo el nombre del país ¿eso no era lo que querían, pues?… yo era una carajita y esta gente lucía que también.
Un día después, Chávez regresó a Miraflores. Necesitaba cacerolear, bajar a la principal de Santa Mónica a no sé qué, hacer un comando para sacarlo y alucinaciones varias. Mi mamá no me dejaba cacerolear, así que me conformaba con esconderme en mi cuarto y pegarle gritos a los chavistas del edificio del frente… mi hermano, de ocho años, ponía pausa en Zelda y me acompañaba en los griteríos tontos de «fuera Cháveeeez», como si el hombre dijera «está bien, Elena, me voy… no me grites».
En esos años mis padres nos sacaban a pasear en las noches. No sé, era una rutina de ellos que hace cuatro años dejaron de hacer por el hampa. En el paro del 2002-2003 iba a esos paseos de las diez a doce de la noche oyendo a Isa Dobles y demás comentaristas parecidos a Marta Colomina. Considero que estaba viciada: qué hace una adolescente semidormida en un carro oyendo «es que Chávez nos está amedrentando». Por eso, aparte de mis rollos adolescentes, en mi agenda mental estaba el tema «¿qué hacer con él?».
Más tarde vino el firmazo, las listas, la votación de Chávez-Arias Cárdenas, la consulta, el revocatorio y así. En todas Hugo siempre ganó y la oposición cantaba fraude, se cuestionaba la legitimidad de la derrota una y otra vez -pero seguían participando en el CNE y cuando no lo hiceron, se lamentaron-.
En el 2006 cumplí 18 años, y voté por primera vez. Voté por Rosales, un tipo que me parecía ridículo y demagogo, pero que no era Chávez y al menos podría cambiar el loop de «es que Chávez nos lleva al infierno». Razones nada ciudadanas para votar pero siguen la línea de «todo es mejor que ese señor». Resultado: ganó Chávez… de nuevo. Ya ahí era ya notorio algo: el tipo mueve gente, hay personas que quieren tenerlo en la tv todo el día y les gusta su planteamiento de país con sus misiones -que no me parecen «logros», me parece que uno paga impuestos para algo, ¿no?-.
Chávez ha sido el «pueblo», «el corazón del pueblo», «el amor», y demás slogans.El tipo es como una casa de alta costura que se renueva año a año, y esa técnica funciona, por algo existen las temporadas.
En el primer año de la universidad comienza lo de RCTV, «el cierre», «la no renovación», etc. Cerrar las calles era la manera de protestar (y de joderle la vida a la gente que maneja, además de darle excusas a sus llegadas tardes al trabajo). La primera vez que participé en eso, iba con las ganas reprimidas de la adolescencia, de ser una suerte de V de Venganza. Me imagino que no era la única, allí todos tenían mi edad y probablemente habían vivido lo mismo. Al final nos dijeron «no se pongan violentos, hay que promover la paz… repartan estos papeles, RCTV no debe cerrarse, nos quitarán el trabajo»; de hecho, en mi universidad todo empezó porque vino Carla Angola a regañarnos por nuestro poco compromiso con los medios, siendo nosotros de esta carrera. Pues nada, activados todos al estilo Globovisión: protestar, entregar papeles, hacer asambleas, salir en tv. En Globovisión decían que lográbamos mucho, aunque Mario Silva hacía su trabajo en la noche.
La segunda vez que participé ya me parecía todo un show. Bombas lacrimógenas, helicópteros revoloteando a la gente en Chacaito, todo el mundo pintándose las manos de blanco -me las pinté una vez y me dio alergia, qué tontería, de paso-; unos que se encapuchaban, otros salían corriendo, otros se burlaban de los que corrían. Comenzó la competencia entre universidades a ver cuál defendía más la libertad de expresión, cuál tenía más convocatoria, cuál salía más en la tele. Recuerdo que en las asambleas del cafetín se exclamaba «¡solo éramos diez de nuestra universidad! Debemos participar, gente». Es que comenzaba la guachafita: «no profe, hoy iremos todos a marchar» así que no había clase, por lo tanto unos cuantos iban a marchar y otros simplemente se quedaban en casa o salían por ahí como si fuese sábado. Me imagino que así fue el paro o las otras protestas. Yo lancé la toalla cuando dije un día «coño, pero por qué no vemos clases y los que quieran protestar, que lo hagan» y nada, todos a ver a Elena como la chavista infiltrada, la que no quería cooperar. Incluso cuando le dije a mi exnovio que no quería ir a la marcha, se arrechó como si le hubiese dicho que me acosté con otro. Estaba tomando un poco de los tragos de lo que criticaba.
Como siempre y como todo: Chávez gana. Ya no existe RCTV en señal abierta y aunque por un tiempo estuvo en cable, también salió del aire para Venezuela. «La gente» pensaba que «la gente» era la más perjudicada con no ver RCTV por la desinformación. No estuve de acuerdo con que quitaran un canal, pero eso de «desinformación» ya tenía tantos matices que me parecía tonta esa exclamación. Al final, «la gente» siguió viendo otros canales.
La única vez en la que Chávez no ganó fue con el referedum de «la reforma» que lanzó ese 2007. Dijeron que se debió a los jóvenes y a sus protestas. Yo creo que fue más porque la campaña anti-reforma estuvo bien llevada, habían miles de jóvenes repartiendo papeles, moviéndose por ahí con algo de convicción, jugaron con el miedo de una constitución con leyes confusas y también despistaron a la gente poniendo el «NO» de letras blancas con fondo rojo, los colores de Hugo, digamos.
Igual, el artículo más importante y definitivo de esa reforma, el de la reelección indefinida, se metió en otras votaciones en el 2009. Chávez ganó y por lo menos se aseguró ese pase para estar más tiempo en su acolchado sillón. La historia se repitió varias veces más adelante: en las votaciones de la Asamblea ganó el rojo -sin importar que tuvo menos votos- y también en las de los alcades-gobernadores. Siempre quedamos perplejos, parados con las manos extendidas, nuestras cosas tiradas en el piso y los ojos bien abiertos frente al televisor. Luego viene lo propio: explicar por qué perdimos, como si la cuestión no estuviese extremadamente clara.
Cuando era adolescente me comí el discurso del fraude, luego el discurso de que todo está controlado por los gringos o cubanos como Cisneros, que el tipo es un títere de los chinos y demás teorías. Admito que todo terminó quedando claro para mí en estas elecciones: Chávez gana porque tiene gente y maneja dinero.
Es cierto que controla el juego, los poderes, que es totalitario, personalista-casi-rockstar, pero la gente lo apoya. Habrán cosas que de cajón uno se obliga a entender: que el sandwich en bandejas de anime, la cerveza y la promesa de una casa son razones suficientes para presionar la cara del hombre y dar «votar». Que el hampa nos mantiene recluidos, con toques de queda y es material para nuestros cuentos de sobremesa; pero que a esta gente poco le importa, que viven en donde surge aquello, conocen las caras de los que joden y han desarrollado sus técnicas para vivir unos días más. Al final, es como quien tiene a un matón en su edificio, sabes qué hacer y qué no.
El asunto acá es que esta gente que elige siempre a Chávez no les importan las mismas cosas que a mí. Pero si ellos son mayoría y si el país está lleno de estas personas, ¿no seré yo la tonta en pensar que algo diferente pueda pasar? De verdad, luego de todo lo que he vivido, ya mi conclusión es esta: «o lo tomas o lo dejas». Y nos lo dicen siempre, desde directivos del gobierno, hasta los que van apretujados en el metro.
Hace un tiempo, con Planetaurbe, descubrí lo que es un «contrato de adhesión», es una suerte de «o lo tomas o lo dejas»; no puedes venir a aceptar algunas cosas sí y otras no. Lo mismo pienso que sucede ya con Chávez y el país: o se acepta que este es un gobierno tropicalozo, con hampa sin castigo y la flexibilidad de hacer lo que nos da la gana en el desorden -y por lo tanto, desarrollar habilidades y técnicas para seguir acá sin que eso moleste demasiado-; o es hora de plantearse seriamente que si uno quiere un cambio y lo quiere rápido, bienvenido el abanico internacional con todo lo que involucra emigrar (y adaptarse a los problemas de los otros sitios).
El chovinismo o esa idea absurda de «aquí nací y aquí me muero», «esta es mi patria y si me voy, soy cobarde», «Venezuela es lo mejor del mundo, afuera eres nadie», le hace daño a la gente que, inconforme con lo que ve, piensa en cambiar. Repito, si uno no quiere más desidia, doblemoralismo venezolano, la disociación de «ganamos perdiendo», la inflación maldita que se come todo, problemas de necesidades básicas; si en los planes no está el país dibujado Chávez y coloreado por su gente, pues es desgastante ponerse a protestar en una plaza… Solo funcionó en un momento de la década pasada y nada, el resultado fue el mismo. Es mejor despojarse de emocionalidades, de dioses, de frases de autoayuda y friamente ejecutar un plan.
Así como a los de acá se les debe meter en la cabeza que hay gente que vota por Chávez por una mensualidad, también debe metérseles en la cabeza que hay gente que prefiere ir a lavar platos afuera porque quiere pagar su propio apartamento. Y si no ocurren esos análisis, qué carajo, tampoco es importante para tomar decisiones.
Pues nada, para mí quedó claro que todo va sobre «tomar o dejar», adherirse o no a este modo de vida, a la gente y al país.
Creo que es hora de pensar en serio el tan popular: «si no te gusta, te vas».
-Ele.