Réquiem por Fidel

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Los rumores del día nos enfrentan a otro dilema falso. ¿Fidel vive o acaba de morir? En realidad, Castro dejó de existir, tal como lo conocíamos, hace mucho tiempo atrás, para devenir en un mito, una leyenda, un gobernante zombie, un fantasma mediático, extraño hasta para su propio pueblo.

En 1998 pisamos la Habana y preguntamos por él. Nadie sabía de su paradero. Menos de su lugar de residencia. A lo sumo podían informarse de su omnipresencia espectral por medio de su triste y lúgubre órgano de propaganda, una extensión de su proyecto condenado a la extinción.

En efecto, la revolución de la isla es también un no lugar. Un espacio abolido y desierto. Una fuerza movida por la inercia de la respiración artificial.

Por defecto, coincide con la imagen del dinosaurio socialista entubado a una máquina para prolongar la fantasía de una utopía clausurada, fallida, quebrada.

Disneylandia para sandalistas alienados y comerciantes del turismo sexual.

Por consiguiente, no hablamos de un país, sino de un estado en condición vegetal.

Culpable de ello es la vehemente, egocéntrica y obtusa cerrazón del Comandante, negado a compartir el poder y a abrirle paso a las generaciones de relevo.

Prefirió atarse a su silla y a obligar a su colectivo a rendirle pleitesía por los siglos de los siglos.

El uniformado hizo de la adulación el mejor trampolín para ascender en la escala social de la nomenclatura y la burocracia.

Por tanto, los disidentes correrían la peor de las suertes, entre calabozos, exilios e inquisiciones marciales.

Allí comenzó la traición del barbudo hacia los ideales de cambio.

Pronto, se convirtió en la replica demagógica de la figura de Batista, pero con las imposturas de la izquierda caviar, utilizando al imperio y a la guerra fría como coartadas de su hegemonía estalinista.

Derivamos de la ciudad casino a la urbe prostíbulo del siglo XXI. Caldo de cultivo de jineteras y proxenetas.

Una Aldea tipo Canino sojuzgada por la policía del pensamiento.

El fascismo puro y duro de la zurda conducta.

De inmediato, persiguió a los opositores, le aplicó una cacería de brujas a los intelectuales independientes y expulsó a los comandos menos condescendientes. Humilló a los homosexuales y los expuso al escarnio público de Reynaldo Arenas.

A los cineastas los censuró a diestra y siniestra, bajo el lema de «dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada», proferido tras la prohibición de un simple trabajo de no ficción, «P.M».

Las listas negras de escritores fueron moneda corriente y en las librerías nacionales desapareció el nombre de Guillermo Cabrera Infante. Luego vino el período especial, parte uno y dos. El segundo lo pagamos los venezolanos con nuestro dinero, mientras Hugo quiere imitar el modelo de su mentor.

De tal manera, acontece el derrumbe y el ocaso del líder de los comunistas trasnochados. Muy atrás quedó su estampa de guerrillero victorioso de la Sierra Maestra.

El presente es distinto y guarda correspondencia con un duplicado del desplome del muro de Berlín, de la caída de la Unión Soviética. Tarde o temprano, se dará la noticia del periódico de ayer.

Ojalá sea motivo suficiente para declarar el nacimiento de una versión tropical de la primavera árabe. Para evitarlo, un contingente de la internacional de los no alineados, viajará con destino a Cuba para impedir el estallido de los jóvenes cansados de esperar por las promesas incumplidas del papá mentiroso.

La operación de apaciguamiento será en vano. La historia le propinará una lección a los cabezas calientes del patio de América Latina.

Una sedición espontánea marcará el principio del fin para los rojos rojitos.

Paz a los restos de Fidel y de sus camaradas en la patria grande.

Generales en su laberinto.

Los hipócritas tienen miedo de reconocerlo.

El Rey está desnudo en su lecho de cuidados intensivos.

Good bye Lenin.

Prepárense para un funeral de corte egipcio, dedicado a las momias en proceso de liquidación.

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