Siguiendo con el análisis de la obra en cuestión, La máscara del poder, es importante compartir la siguiente observación: para1988, época en se publica el primer tomo, los acontecimientos de la década le hacían vaticinar al autor “decisivas alteraciones en el sistema”. Tales acontecimientos pueden resumirse en:
– La continuidad en el poder de dos partidos políticos que se sucedían sin cambios significativos a favor del colectivo.
– La baja en los precios del petróleo desde 1981.
– Una deuda pública que para 1983 era de unos 176.234 millones de bolívares, que por causa de los intereses se duplicaba cada tres años.
– Los vencimientos de los intereses para 1983 equivalían al 82.3 % de los ingresos por exportaciones de petróleo.
– Los acuerdos de refinanciamientos preveían la necesidad de pagar unos 5.000 millones de dólares anuales.
– Según estadísticas de bancos extranjeros, fueron exportados unos 89.000 millones de dólares de fondos registrados en cuentas por venezolanos, de las partidas secretas nunca se obtuvo información.
– Todo lo anterior provocó que la paridad entre bolívar y dólar pasara de 4.30 bs a 35 bs por dólar en sólo 4 años. Esta escalada nunca paró, a pesar de los controles cambiarios; unos 25 años después se dio una seria devaluación que incluyó un cambio denotativo de la moneda, con que ilusoriamente se intentó equiparar nuevamente al bolívar con el dólar.
– “El mero desequilibrio causado por el crecimiento cuantitativo y cualitativo de los sectores no integrados a la sociedad”.
El populismo y las clases sociales.
A pesar de que la idea nace en Rusia a partir de los valores sociales de unas comunas agrícolas y campesinos no capitalistas, posteriormente otros autores han calificado dentro del movimiento a distintos grupos sociales como activadores, muy distintos de esos movimientos agrícolas. Por ejemplo, Torcuato Di Tella menciona a la clase obrera urbana, la pequeña burguesía, la marginalidad y hasta las élites. Mientras que Ernesto Laclau ubica al nacionalsocialismo y al fascismo dentro del movimiento, e indica que la pequeña burguesía y buena parte del proletariado son clientelas del populismo. Lo que le da un carácter policlasista al movimiento.
Según Octavio Ianni, citado por LBG, “el populismo es también un proceso (político y sociocultural al mismo tiempo) con el cual se da la plena formación de las relaciones de clase en las naciones de América Latina. Para este autor, el populismo acompaña la declinación de las antiguas oligarquías”.
“Los populismos latinoamericanos insurgieron casi siempre contra oligarquías rurales decadentes, tuvieron directivas surgidas de la pequeña burguesía y hasta el presente han confrontado problemas de diversa índole causados por la radicalización de sus masas obreras” agrega LBG.
Y en el siguiente extracto quedan claras las condiciones que propician la aparición de uno u otro caudillo populista en nuestra historia, desde los aborígenes hasta el Presidente actual: el populismo es una “’alianza (tácita) entre sectores de diferentes clases sociales’ provocada por la ausencia de una fracción de clase hegemónica que pueda por sí sola dominar el juego político, en momentos en que una oligarquía tradicional decadente se encuentra enfrentada a nuevos grupos empresariales y clases medias incapaces de proponer alternativas viables, y en que irrumpen las clases populares surgidas como consecuencia del desarrollo urbano e industrial. Esta falta de preponderancia de una clase en particular (forzada por la confrontación con las restantes) provoca que las masas populares queden disponibles para la manipulación por un liderazgo personal antes que clasista, siempre y cuando tal liderazgo, en alguna medida atienda los intereses de aquellas a través de “donaciones” o “concesiones””.
Y reveladoramente se cita a otro autor, Francisco Weffort, “La peculiaridad del populismo viene de que surge como forma de dominación en condiciones de vacío político, en donde ninguna clase tiene la hegemonía, precisamente porque ninguna clase se considera capaz de asumirla. En estas condiciones de crisis de hegemonía, se reserva al líder o al partido populista la función de intermediario entre los grupos dominantes y las masas”.
Como diría cualquiera de nuestros ancianos abuelos, más claro no canta un gallo. En todos los períodos presidenciales, al demagogo de turno le ha tocado mediar entre unos y otros, con discursos más o menos fuertes, esa mediación supone un acuerdo que obviamente no es igual para alguna de las partes. Por lo que “la etiqueta de ‘conciliación’, ‘unidad’, ‘entendimiento’, ‘pacto social’ sólo esconde esa desigualdad entre clases y grupos participantes”.
Especialmente en este punto podríamos colocar el nombre de cualquiera de nuestros candidatos presidenciales y políticos emblemáticos venezolanos. Y resulta tan actual el meollo que sobran los ejemplos desde la 1era hasta la 5ta república.
Habría entonces que estudiar esa estructura de clases, al menos en el caso venezolano, para confirmar cómo se teje el entramado. Según el autor, en Venezuela podrían catalogarse las siguientes clases sociales:
– La oligarquía terrateniente.
– La alta burguesía comercial, industrial y financiera.
– La pequeña burguesía: con la pequeña burguesía pueblerina; y la pequeña burguesía urbana.
– El campesinado.
– La clase obrera.
– Sectores en situación de marginalidad.
Sabemos que nuestro país fue netamente de economía agrícola antes que petrolera, y esa economía era controlada por los dueños de la tierra quienes, en los albores del siglo XX, comienzan a recibir estocadas por parte de mandatarios como Castro y Gómez; las crisis mundiales y definitivamente el petróleo. Sin embargo esa oligarquía venida a menos y sin el poder de decisión política por sus milicias locales, no desapareció. Se transformó.
LBG cita a Alberto Micheo cuando dice en 1987 que: “después de tanta demagogia nos encontramos que hay 39000 productores que poseen el 93% de la tierra disponible del país. En el otro extremo tenemos 170.844 explotaciones menores de 10 hectáreas que sólo suponen el 2.2% de la superficie cultivable del país, es decir, 314.639 hectáreas”. Saque usted sus conclusiones.
Con las nuevas oportunidades de negocios en la industria petrolera, muchos de ellos mudarían sus intereses económicos hacia el nuevo rubro enriquecedor. Donde además tendrían el apoyo del Estado con préstamos, protecciones y consideraciones suficientes como para mantenerse como clase dominante.
Ante la declinación de aquella oligarquía terrateniente, surge el Estado como caballo petrolero por domar. “A partir de 1924, el Estado se convirtió progresivamente en el perceptor directo del ingreso nacional más importante, y en virtud de ello, en el único redistribuidor de dicho ingreso, en orientador real de los procesos económicos del país, en proveedor de asistencia pública, en gran fuente de empleo, y en determinante consumidor de bienes y servicios”.
Más adelante señala que, “… las burguesías nacionales dieron su apoyo al Estado, en la medida en que este les otorgó sus favores, y buscaron ansiosamente medios –desde la corrupción hasta el financiamiento de organizaciones políticas- para asegurar la continuidad de esos dones. Tal alianza entre la burguesía nacional, el capital extranjero y el poder político subsistió a través de todos los avatares dictatoriales o populistas de este último”.
Tales alianzas no implican identidad. La misma burguesía no se había logrado articular directamente como actores políticos sino como grupos de presión, aspirando a estar como grupo dominante por encima de los vaivenes y períodos políticos. Esto explica en nacimiento de FEDECÁRAMARAS, que desde 1945 “tuvo representación legal en el Consejo de Economía Nacional, y desde 1969 en el Consejo Nacional de Comercio Exterior (…) con lo que asume un papel importante en la planificación pública”.
Lo anterior muestra cómo una organización patronal logra institucionalizarse e incidir en las políticas del Estado sin tener que convertirse en la “clase ocupante” del mismo, sino operar como la “clase dominante” garantizando la participación de las masas y creando “agentes que soporten la reproducción capitalista de la sociedad”, con una participación del capital foráneo que sin ninguna traba es recibido y protegido por el Estado.
Respecto a la pequeña burguesía pueblerina, dice el autor que se compone de los pequeños artesanos, comerciantes, productores o empleados que no migraron a las grandes ciudades y tampoco pertenecen a la oligarquía terrateniente, y se convirtieron en clientelas del populismo al igual la pequeña burguesía urbana, caldo de cultivo de las “dirigencias medias y líderes campesinos”.
Con la quiebra económica de los rubros agrícolas y pecuarios, el decaimiento de la oligarquía terrateniente y el auge petrolero, se produjo la migración del campo a la ciudad de un campesinado que engrosaba el 70% de la población del país. Sin embargo, aquellos que no emigraron quedaron a la merced de quienes pudieran ofrecerles mejores condiciones de vida, como peones de haciendas tecnificadas, como cultivadores en tierras ya ocupadas, como pequeños artesanos independientes o engrosando los planes de organizaciones creadas por los partidos populistas.
“En 1958 existían 130 sindicatos agrarios. En la actualidad (1987) llegan a 3200, en gran parte mediatizados por su dependencia con respecto a los entes públicos que dispensan ayudas y créditos. (…) El censo agropecuario de 1971 revela que, de 287.919 explotaciones agrícolas, apenas unos 870 fundos -el 0.3%- ocupan 9.949.393 hectáreas, que representan el 38% del total de la superficie; mientras 212.531 fundos -el 27.4%- tienen extensión inferior a 20 hectáreas y ocupan el 4.1% de la superficie cultivable. Las unidades de más de 500 hectáreas tenían en 1971 el 58.6% de sus propietarios ausentes; y las tierras sometidas a un cultivo intenso eran escasas. En 1984, el total de familias asentadas desde 1960, sólo llega a 160.000 en parcelas cuyo promedio en extensión oscila entre 5 y 10 hectáreas”.
Mientras que la pequeña burguesía urbana está constituida “tanto por artesanos, como por pequeños comerciantes, empleados del comercio y la industria, intelectuales, profesionales liberales y empleados públicos de las ciudades grandes. (…) El gigantismo estatal convirtió a todos los que dependían económicamente de él en clientelas de los partidos políticos y en activos participantes en las tareas de los mismos”.
Sobre la clase obrera, dice nuestro autor, es a partir de 1936 cuando nacen los primeros núcleos sindicalistas, partidizados primero por los marxistas, luego por los populistas. Acción Democrática tendrá su peso en ellos en la década del 40, y para 1972, el 55% de la población activa económicamente será obrera de la “industria petrolera, de la industria de la construcción, y de las diversas industrias de sustitución de importaciones”.
“Los sindicatos manejados por los partidos populistas terminaron a su vez por convertirse en activos agentes de la paz laboral, al negociar contratos colectivos de larga duración que permiten mantener estable el costo de la mano de obra; al desechar continuamente la huelga como medio de lucha, y al constituir crecientes burocracias sindicales, alejadas de los trabajadores y perceptoras de privilegios”.
En días previos a las elecciones de octubre de 2012, en una reunión que mantenía el Presidente candidato con los empleados de las empresas básicas de Guayana, un trabajador puso en evidencia que la discusión y acuerdo de los contratos colectivos sigue siendo tema pendiente en la agenda política venezolana, intereses vencidos, contratos y promesas también vencidos engrosan esa lista.
Finalmente de los sectores en situación de marginalidad encontramos que, de acuerdo a los criterios de Gino Germani citado por LBG, “la deficiente inserción en los aspectos económico, político, cultural y social”, determinan su condición de marginalidad, su imprecisa ubicación y su limitada o inexistente estabilidad en el mercado de trabajo.
Como características de esa clase se mencionan “las deficiencias de inserción social, el modo de vida precario, el sub empleo y el desempleo, los ingresos bajos, la aglomeración en zonas específicas que devienen áreas problemáticas en las ciudades, y la tendencia a movilizarse sólo por sus más inmediatos intereses, lo que convierte a su conducta política en manipulable, cambiable, y difícilmente predecible”. Para 1988, año de publicación del libro, quienes integraban esa clase eran los “campesinos en tránsito hacia una vida urbana, obreros víctimas de prolongados períodos de desempleo, pequeños burgueses desclasados, buhoneros, o inmigrantes afectados por problemas de integración cultural o social”.
Hasta 1936 toda protesta fue duramente reprimida, y esa suerte no cambió hasta que el presidente Isaías Medina Angarita (1941-1944) permitió “legalmente la organización de las masas en partidos”. Así, los “sectores de la pequeña burguesía urbana y pueblerina, organizados en partidos políticos, constituyeron una alianza con las clases dominantes –alta burguesía y oligarquía en declinación- para mantener al campesinado, a la clase obrera y a la “marginalidad” en la condición de clases subalternas. Tal cometido se cumpliría encauzando la potencial movilización de estas últimas dentro de cauces políticos “institucionales”, que no pusieran en peligro los intereses de las clases dominantes y que, por el contrario, dotaran al sistema de una legitimación por consenso electoral. Para ello se aplicarían las tácticas de manipulación cultural y de redistribución limitada del ingreso que han sido calificadas de populistas”. Fuera de eso, toda protesta sería duramente reprimida.
Citando a Torcuato Di tella, LBG escribe “los grupos incongruentes (por lo general ocupantes de un status superior al término medio) y las masas movilizadas disponibles, están hechos los unos para los otros. Sus situaciones sociales son bastante diversas, pero tienen en común un odio y una antipatía por el statu quo, que experimentan en forma visceral, apasionada”.
Y reveladoramente dice LBG “La diversidad de los componentes del movimiento populista provoca a su vez cierta imprecisión en las ideologías del mismo: ‘Como consecuencia de la debilidad o imposibilidad de formar un movimiento político liberal u obrero, alguna otra combinación ocuparía la escena por el lado de la reforma (o revolución). En general está formado con elementos de diversas clases sociales y contará con una ideología avanzada con respecto a su composición de clases. (…) Esto no crea un gran problema porque las ideologías se utilizan en forma instrumental, como medio de un control social y de movilización de las masas en una medida que no tiene paralelo en las naciones más antiguas. El corpus de la doctrina se reinterpreta y se mezcla con elementos nacionalistas, pero, sobre todo se ritualiza hasta hacerse irreconocible”.
Sin olvidar que la publicación del libro que comentamos, data de 1988, su lectura resulta estremecedoramente actual.
En la próxima parte, EL MENSAJE SOY YO. O como la “vaguedad”, la “confusión”, la “oscuridad”, la “demagogia”, y la “emocionalidad” de la ideología son los ingredientes que conforman el discurso populista.
Y como el arte cuando es arte está siempre al día, y por encima de todo, acá les dejo esta excelente canción de Desorden Público, de su disco Estrellas del caos. Póngale atención a la letra, se llama Hipnosis.
Gracias por ese pollito desmenuzado Alimavaca.
Completamente de acuerdo; lectura estremecedora por lo actual.
¿Y que hará hoy día LBG?
Presidente del consejo de estado. Entre otras lindezas.
¿Ad hominen? si!!!!,
en el 88 era un iluminado
hoy rebuzna tarifado.
Aun así le agradezco haber escrito eso, no se crean.
un saludo y gracias de nuevo!!!!
Así es, en el mismo libro, afirma que los intelectuales de la época se negaron a participar en los shows del populismo, a pesar de que éste, con «buenos» presupuestos para el área de cultura, creación de editoriales, becas y demás dádivas, nunca logró rodearse de los librepensadores críticos. Salvo uno que otro caso, siempre existieron quienes tenían su precio, claro está. Como ejemplo, cita las veces que AD se dividió por serias diferencias en sus objetivos y prácticas, como cuando salió de sus filas Domingo Alberto Rangel, o Luis Beltrán Prietro Figueroa.
Curiosamente, hoy en día parece un dejavù el asunto con los intelecutuales y el actual régimen.
Es realmente patéitco descubrir que LBG, cuyo texto analizas, termino entregándose a los mismos vicios del sistema que el denuncia en este libro. Patético, muy pero muy patético…