Amigos para Siempre: Invasiones Bárbaras

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En apariencia no pasa nada. Lo dice Olivier Mongin en El Miedo al Vacío a propósito del cine francés de la época contemporánea. De acuerdo a la perspectiva del sociólogo, el país del largo río tranquilo cede al chantaje de la cultura mainstream, abandona el espíritu de mayo del 68, pierde identidad, coquetea con Hollywood y asume la cartografía de las pasiones explotadas por la escritura de la superación de la adversidad.
Por fortuna, también persiste la escuela del realismo sucio inspirado en la nueva ola de posguerra, así como el estallido de los realizadores alegóricos del siglo XXI. En pocas palabras, la diversidad de la industria gala no corre peligro y goza de buena salud, amén de la convivencia de la clásica política de autor con la tendencia populista de la generación de relevo.
En el papel, Luc Besson comparte la cartelera con Assayas, Hazanavicius y Ozon. Pero la realidad es muy diferente. A menudo, el éxito de fenómenos como El Artista opacan el estreno de largometrajes alternativos del patio parisino. Hacia fuera, la globalización tapa al sol con un dedo y anula el impacto internacional de la singularidad.
Las asimetrías de la distribución ofrecen una imagen limitada y parcial del mercado extranjero. Por ende, conviene ser prudente a la hora de considerar el lanzamiento de Amigos para Siempre en Venezuela. El film es una gota en el océano de la memoria gala y solo trasciende por su repercusión de taquilla. Los críticos lo acusan de condescendiente, edulcorado y tramposo, al simplificar la verdadera esencia de los problemas ventilados por el guión.
El argumento fungiría de válvula de escape para las tensiones amplificadas durante la gestión de Sarkozy. El racismo y la xenofobia de las calles, descubrirían una solución de manual de autoayuda en el final feliz de Intouchables, de un rancio gusto académico y qualité. En lo personal, comprendo el enojo de los ortodoxos por el trabajo de Olivier Nakache y Eric Toledano.
Para ellos representa el triunfo de la civilización del espectáculo, por encima de los valores de la complejidad europea.
Con todo, prefiero entender a la pieza en otro contexto, próximo a la lectura de Alessandro Baricco para el libro Ensayos sobre la mutación.
Precisamente, el posible mérito de la obra radica en la lúdica y salvaje deconstrucción de las imposturas de la élite, a través de los resortes del humor negro y de la comedia física, a la altura del genio de Jacques Tati.
El cliché de la pareja dispareja logra la identificación de la audiencia en la sátira de los rituales de salón, de las bellas artes.
Omar Sy nos contagia de una energía vital mientras le inyecta una transfusión de sangre fresca al arquetipo del personaje amargado en silla de ruedas. Evidente parábola de resonancias aleccionadoras.
Para salir de la crisis, el viejo continente necesita de África y viceversa.
A tal efecto, la dirección busca romper con los moldes de los protagonistas mártires de la tragedia lacrimógena. Brillante la mecánica del gag y de la acción absurda en las secuencias de la ópera y la persecución por la ciudad. Humano el vuelo en el parapente. Forzados los estereotipos románticos y narrativos de la conclusión.
En síntesis, un placer culposo de la mala conciencia, a no confundir con un retrato fiel del entorno.

*Publicado originalmente en «La Ventana Indiscreta» de «El Nacional».

4 Comentarios

  1. Es cierto que hay algo particular en el cine francés contemporáneo, puede que sea algo ligado a la forma de adjudicar presupuestos del Estado (el famoso Centro Nacional de Cine). Me parece que esta «burocratización» del arte, a la cual se somenten practicamente todos los cineastas (ya que te garantizas distribuidor), termina domesticando e intelectualizando al cine (y cómo no va a ser así, cuando una atribución tarda dos o tres años. En ese tiempo claro que se ponen a buscarle las cinco patas al gato).
    En ese contexto, «Intouchables» es una obra fresca, sincera y sin pretensiones, que cayó como un respiro de oxígeno en un panorama cinematográfico plagado de obras pseudo inteligentes que no hacen sino reciclar clichés vacíos y pesados, estereotipos de clases y demás. Nada peor que un melodrama francés protagonizado por Charlotte Gainsbourg.
    Coincido en que el cine galo se está «americanizando» (sucede con toda la sociedad, pero ese es otro tema). De hecho, el cine de Jean-Jacques Audiard, como «El profeta», es la vaina más hollywoodense posible. No que la película sea mala, lejos de eso; pero llama la atención que parezca «Scarface» rodada por un francés.
    Yo todavía no tiro la toalla con los independientes: Roman Gavras, Kim Shapiron y los execrados tipo Jan Kounen o Gaspar Noé. Creo que por allí pueden venir los tiros del nuevo cine francés. Pero Alain Resnais, por ejemplo, es la vaina más aburrida del mundo.
    Ah, y esperando con impaciencia tu crítica a «Holly Motors» de Léos Carax, la peor película que jamás haya visto en mi vida, aplaudida y alabada por críticos europeos y norteamericanos. Eso sí, tómate una vaina para evitar dormir antes de verla (recomiendo café con LSD).

  2. Prefiero apostar por un cine que ofrezca resistencia a ese inminente proceso de americanización que todo lo estandariza. Cierto que el cine francés podría ya suponer una suerte de estética en sí mismo (por los lugares comunes que ha presentado), pero el sello del autor ha sido algo todavía importante para la singularización. Intouchables, sin embargo, en mi humilde opinión, me pareció increíblemente fácil, altamente predecible y, en consecuencia, prescindible.

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