Este fin de semana pasado tuve un debate con una amiga(?) con respecto a la «neocultura» del halloween. Ella me definió como pesimista, por no ponerme en contra, sino que debía hacer resistencia a esa «cultura alienante que no tiene que ver con nuestras costumbres autóctonas».
Ahora yo me pregunto, ¿cuál de nuestras costumbres son autóctonas? Somos un sincretismo de culturas, de Europa, África y un poco de la aborigen, que en las grandes urbes es poco frecuente o no existe. No sé la historia de la música, pero sé que los instrumentos de la música llanera provienen de Europa (arpa), el cuatro es una modificación del laúd o la guitarra y las maracas son de origen indígena. Los vallenateros colombianos prefieren usar acordeones alemanes.
La comunidad indígena puede estar a seis horas en lancha desde el poblado «civilizado» más cercano, en algunas chozas se pueden ver plantas eléctricas, antenas de DirecTV, sus habitantes usan blue jeans y franelas, sus lanchas tienen motor fuera de borda, y existe un chamán que hace sus curas, y si no, existe un ambulatorio.
Algunos japoneses trabajan en alguna empresa transnacional, usan corbata, y en sus tiempos libres se encuentran con geishas, hacen meditación zen y practican con una espada samurai los fines de semana.
En nuestra aldea global resulta imposible resistirse a culturas foráneas, todas, a la larga, asumen nuevas culturas y las integran a las propias, como las pizzas con bocadillo de plátano o los perros calientes con aguacate. Resistirse a nuevas culturas es como quienes se resistieron a los trenes cuando empezaron a moverse, tirándoles piedras. Dentro de un conglomerado social cada quien decide si desea participar en alguna manifestación cultural, a menos que en su contexto la práctica sea obligatoria, pero de ahí a rechazar, criticar, odiar cualquier manifestación cultural, por ser ésta «de afuera», ya resultaría ser algo cerrado de mentes.