Mi vida, a través de los perros (XXIX)

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Helga, o la bruja que vino del norte. Bruja en el buen sentido, debo aclarar: su poder de sanación fue tal que a partir de entonces la llamé -para mis adentros- de esa manera. Su historia era bastante particular: nacida en el país, de padre alemán y madre criolla, fue llevada a la nación de origen de su progenitor a muy tierna edad, sin el consentimiento de la mamá. Siempre le hicieron creer que ella había muerto, cosa que le era imposible corroborar o desmentir y siempre aceptó como un hecho, hasta que, veinte años más tarde, encontrara unas cartas viejísimas olvidadas en algún cajón, gracias a las cuales se enteró de la verdad. A partir de ese momento puso todo su empeño en regresar al país en donde había nacido, y encontrar a su madre. Trabajó sin descanso hasta lograr ahorrar dinero suficiente para trasladarse. Como supe antes, su profesión era la enfermería, pero además era una excelente artista plástica, siendo la pintura su fuerte.

No tenía un plan muy preciso; en esos momentos estaba concentrada en dos cosas: la búsqueda de su madre, y la localización de vistas de la montaña para sus cuadros; esa fue la razón de que deambulara por el sitio en donde me auxilió, ya que desde esos lugares se tenían las mejores. Cuando le di un paseo por mi casa, y la acerqué a la biblioteca, salió corriendo hacia el ventanal sin poder reprimir un grito de asombro:

-¡Necesito esta imagen, es perfecta!

-Cuando quieras la puedes tener, esta casa está a tu disposición. No podría hacer menos para agredecerte.

-Lo malo es que queda muy alejada del sitio en donde vivo, y este jeep es prestado, así que no voy a tener muchas oportunidades para volver.

-¿Sí? ¿Y en donde vives?

Mencionó el nombre de un barrio de bastante mala reputación, y con mucho tacto traté de darle a entender lo peligroso de ese lugar. Ella me contó que estaba al tanto, y tenía pensado mudarse. Tuve una repentina iluminación:

-Tengo el sitio ideal para tí: es una pequeña casita, sin ningún lujo, con apenas lo indispensable para tener cierta comodidad, pero con la mejor característica que puedas soñar: esta vista.

-¿Me estás proponiendo que me mude contigo? Me parece que estás entendiendo mal las cosas.- respondió ofendida.

-Para nada, Helga. No vayas a pensar lo que no es. Te estoy ofreciendo la vivienda que está más arriba: en ella vivía mi madre, y desde que falleció nadie la ocupa. Y te aclaro que me harías un gran favor, de paso: las casas se deterioran cuando no se utilizan, y tener una vecina cerca me ayudaría a paliar mi soledad en este monte.

-Es muy precipitado, déjame pensarlo. Primero que nada me debes informar sobre el alquiler que piensas cobrarme.

-Tómate tu tiempo, en cuanto al alquiler nos arreglamos. Es más, te ofrezco este trato: me pagas un cuadro al mes. Pero no cualquier cuadro; deben ser obras grandes, para adornar esas enormes paredes que tengo todavía desnudas en la casa.

Era verdad: una de las cosas de las que nunca me había ocupado era del arte, y salvo una que otro cuadrito antiquísimo, que había logrado preservar de la casa de mis padres, no tenía nada.

-¡Pero ni siquiera sabes qué tan buena o qué tan mala soy! No has visto todavía ninguna de mis pinturas.

-Confío en mi instinto: alguien con unas manos mágicas como las tuyas no puede sino hacer cosas buenas. Pero vamos a hacer algo: te lo piensas bien, y si te decides me llamas por teléfono, concertamos una cita para ver tus cuadros y allí decido si me conviene el trato. ¿Te parece bien?

Titubeó un poco, pero después se daría cuenta de que le estaba ofreciendo una oportunidad excelente, y aceptó. Eso me puso muy feliz: la perspectiva de tener a otra persona cerca, que eventualmente me sirviera de compañía, era muy halagadora.

Con precisión y puntualidad teutonas se presentó a la cita que concertáramos, el sábado siguiente. Nos vimos en mi casa, ya que no se me ocurrió otro lugar en donde poder revisar con tranquilidad las obras. Llegó en el Jeep, ataviada esta vez con mayor elegancia que antes, con unos ajustados jeans y una franela pegada al cuerpo. No pude dejar de admirarla: la combinación entre la robusta ingeniería alemana y la calidez del trópico había producido una criatura excepcional. Se bajó del carro y  se dirigió a la parte trasera para extraer los grandes lienzos. Entre los dos los trasladamos al interior de la casa, y allí los estuve observando durante largo tiempo, como hipnotizado. Tenían una rara cualidad, eran casi oníricos a pesar de su aparente realismo. No puedo explicarlo muy bien, lo que más puede acercarse a una descripción sería compararlos con un sueño muy vívido, pero que en el fondo sabemos que es solo eso, un sueño.

Tras esa larga apreciación de los cuadros, di mi veredicto:

-Por mi parte, el trato se mantiene, aunque tengo la impresión de estarte estafando. Un cuadro de esos no equivale a un mes de alquiler, es muchísimo más valioso. Si estás de acuerdo, puedes mudarte de inmediato.

-¿En serio? ¿Tanto te gustan?

-Me encantan- respondí al tiempo que destapaba una botella de vino. -¿Te apetece una copita, para celebrar las felices casualidades?

-Claro, es de mala suerte dejar huérfanos de celebración los acontecimientos.

En ese ambiente distendido comenzamos a charlar, a conocernos. Tuvimos química desde un principio, pues a pesar de las circunstancias totalmente disímiles de nuestras vidas teníamos caracteres parecidos. Pasamos horas charlando, y se hizo noche profunda. Seguimos hablando, tomando vino, y nos sorprendió el amanecer. Pero no estuvimos solos; cual improvisado chaperón, Byron se instaló con nosotros, nos estuvo merodeando, soltando de vez en cuanto un gruñido de asentimiento, y en un momento determinado se durmió en el regazo de Helga, quien lo dejó hacer. Algo mágico estaba comenzando a surgir en mi vida, lo presentí en ese momento.

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