Mi centro de reclusión, de lunes a viernes y de 7:00 AM a 5:30 PM, queda en la Urbanización San Luis, de El Cafetal. Un sitio tranquilo, rodeado de colinas verdes salpicadas a ratos con una que otra construcción, fresco y silencioso.
El único detalle que viene a romper la armonía del lugar es el colegio que está situado justo al comienzo de la avenida principal, que provoca un gran atascamiento a la hora de entrada de los muchachos, las 7 de la mañana. Todos conocemos la dinámica: por lo general cada padre lleva a sus hijos (o a su hijo) en el vehículo, se estaciona frente a la entrada del centro educativo, espera a que se bajen, y hasta que no los ve entrando sanos y salvos al interior del mismo no se va. Eso provoca que el tránsito se convierta en un lentísimo Vía Crucis, que dependiendo de la acuciosidad de los padres de turno puede durar hasta 15 minutos desde el semáforo de entrada a la urbanización hasta mi sitio de llegada, una distancia de un kilómetro aproximadamente.
El «efecto colegio» ocasiona que el Bulevar Raúl Leoni también colapse en ese tramo, con los carros que deben entrar a la urbanización. Ahora bien, si conocen esa arteria vial habrán notado que paralelas a la vía principal existen algunas calles de servicio que permiten el acceso y la salida de los edificios ubicados a lo largo del bulevar. Justo antes del semáforo de San Luis existe una de esas calles, y es particularmente larga. Ya se ha vuelto costumbre que algunos vehículos conducidos por personas totalmente desconsideradas esquiven el tráfico del bulevar utilizando ese atajo. Hoy fue el colmo: ya había tráfico en esa calle de servicio, y el consiguiente retraso en donde empalma con el bulevar. Esas personas, con tal de ahorrar unos minutos, ocasionan que los que no andamos con esos subterfugios perdamos más tiempo del necesario. Es un desprecio, una desconsideración total y absoluta hacia los demás ciudadanos; es el triunfo del yo sobre el colectivo.
Estando en esa situación, esta mañana, me di cuenta de que es un reflejo de la realidad nacional. Para todo existe un atajo: en el tráfico, en las diligencias, en las colas para adquirir entradas ya sea del metro, o de algún espectáculo. En horas pico los motorizados andan a toda velocidad por las aceras, y los peatones deben apartarse para no ser atropellados. Parafraseando a Carujo, pareciera que el mundo es de los vivos. En cualquier circunstancia siempre habrá alguien quien considere su tiempo más valioso que el de los demás, y busque la manera de adelantarse. Si hay un resquicio aunque sea mínimo para deslizarse y ganar unas cuantas posiciones, será utilizado. Al límite, agotados los pasadizos, se impone la fuerza: si soy más fuerte que tú paso primero, aunque tengas horas esperando. Lo que me preocupa es que cada vez son más; tal vez dirán que si lo hacen otros, ¿por qué no ellos? Creo que es una de las tantas maneras como vamos perdiendo civilidad. Si no tenemos un policía vigilando, cometemos abusos, tan sencillo como eso. Pero no existen tantos policías en el país, lamentándolo mucho. Si no se emprende alguna iniciativa, a la larga, cansados del abuso, todos nos volveremos abusadores, y el país terminará de colapsar. Si es que a esta hora no colapsó ya.