«Cristo es mi pastor.»
Una oveja capitalista no es un patrullero de arcilla al que un Dios da vida y más o menos funciona. Es una combinación inimaginable de procesos con diferentes tipos de historias: cortas, largas, simples, complicadas, más aisladas, más entrelazadas… En fin, una verdadera biósfera de procesos. El capital, el hambre, el pleito con la amiga, la costra de un roto, el bien y el mal, la última colección de Gucci, todos son procesos que están actuando al exacto mismo tiempo sobre la oveja.
El simulacro capitalista es el esquema según el cual la oveja capitalista establece un equilibrio entre sus procesos. Se caracteriza por ser como un perro jugando a la pelota: no tiene significado, pero agota el instinto significante. No hay una fuerza metafísica que te lleve a comprarte paja inútil, ni tiene significado, pero es una decisión tuya, repetida muchas veces, y nueva cada vez. Es un simulacro.
La gran manipulación del sistema para cierto tipo de gente, pues, es convencerla de que si tan sólo logra cumplir bien todas las simulaciones no será más oveja y entenderá **la verdad**. Lo que en verdad termina pasando es que sigue las simulaciones por tanto tiempo que, eventualmente, se olvida de la verdad y se mete de lleno en el juego de la simulación. Se convierte en un reaccionario, una oveja feliz de ser oveja. Cuando ve su sistema de simulaciones amenazado, se convierte en reformador.
O bien nunca cruza ese puente y se convierte, más bien, en el corruptor de corruptores; en el que tiene que destruir su propio intelecto para seguir convencido y convenciendo de que viene la verdad.
Se convierte en pastor.