Notas de un jueves por la tarde: para Gabriela Jaramillo

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A veces me observo en el espejo y logro divisar a los ojos de mi padre, lo sé ¿por qué son ellos mismos lo que me juzgan?, otras veces solo soy el recuerdo fúnebre de una pequeña llama que se ha apagado, el silencio es un lugar acogedor y distante para reflexionar sobre un mundo exterior que me niega todas las certezas de un mañana mejor, y con el pasar de los días la cotidianidad es una marea que ahoga las horas en pequeñas tumbas que se albergan en el agujero de la memoria.
Miro alrededor y la red es un lugar hermoso para engañar, me siento como Woody allen interpretando a James Dean en rebelde sin causa, soy el número imperfecto en la cadena de las bajezas de la humanidad, entras y compartes fotos para darle un cauce a un aburrimiento constante, indiferente e intangible como las gotas de esperma de tu primera paja, después de esa sensación puedes dejar que el mundo descuelgue sus ideas ante tus ojos con un solo clic.
Te sientas en una silla y dejas que tus pupilas se dilaten, conoces el hermoso rostro de la plasticidad con el molesto sonido del tecleo, te incomunicas y eres solo un pitillo absorbiendo a toda prisa un refresco de ideas y palabras indiferentes a tus oídos, eres un hermoso Ángel caído de la infelicidad informática, formas parte de un arco que luego se transforma en una página en blanco que quiere ser quemada e ir directamente a la morgue.
Pero nada está perdido, no me creo más de lo que mi pesadilla Kafkiana me puede dar, y converso conmigo mismo frente al espejo, mi reflejo es el recuerdo de lo que pude haber sido en otros tiempo y no fui, nos callamos mutuamente mirándonos describiéndonos, somos blancos con abundante miopía, de dedos largos y ojos cafés (color mierda) nada más lejos de la realidad mi otro ser no miente ni engaña.
Él se queda quieto mientras el humo del cigarrillo invade todo el cuarto de baño y me pican las manos, esas manos amarillentas llenas de arrugas y con mil historias sexuales para contar ¡si ellas pudieran hablar! Contarían todas las formas absolutas de la desgracia, su mirada penetrante es sin lugar a dudas unas de esas imposturas que se soldán en el bálsamos de mis sueños y perturban mis más profundos deseos.
– ¿Hace tiempo que no hablamos he?
– Sí.
– ¿Por qué me has abandonado?
– No te he abandonado he estado algo ocupado.
– ¿Por qué me mientes?
– No, te estoy mintiendo
– Si me estas mintiendo.
– ¿por qué la mataste?
– La mate porque a lo que realmente le tengo miedo no es al sexo, sino a las emociones que evaden las personas después de una noche de deseo.

Dejo a mi reflejo a un lado y lo ignoro como un niño pequeño armando un berrinche, así funciona mi falta de madurez, odio la oscuridad de esta habitación, odio mi cara de pingüino, y prefiero buscar dentro de esta nefasta habitación un rincón donde pueda catalizar mis delirios enfermosos, esos que son tan míos y de ella. Al culminar su último instante de vida, debo admitir que sus miradas de horror me causaron morbo, pero ahora esta habitación y el tecleo es el sitio excelso para corromper mis ideas de nuevo.
No pretendo ser más de lo que mis libros me permiten ser, pero la muerte es como don quijote solo avisa que viene cuando ya no se está loco y la cordura solo pertenece a los trastos inútiles que se han dejado en el sardónico pasado, quiero descansar y cerrar mi cabeza en un pequeño baúl sin llave al mar voy a llamar ese instante eternidad.
Nota: la última frase pertenece al manuscrito original de la nota de suicidio del escritor norteamericano Jerzy Konsinsky

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