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Cochino

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Llevo a Khumba a la peluquería canina. “Corte y baño”, pido. No puedo hacerlo en mi casa. Ya lo he intentado. No tengo el equipo ni la paciencia. Por eso es bueno que exista ese tipo de servicio para personas como yo: flojas. Uno paga y listo. Luego de un par de horas, me entregan al “niño”.

Mientras estoy revisando que no lo hayan trasquilado, la chica me dice: “¡Señor!”. Subo la vista aún con la sonrisa tonta de volver a ver a mi perro. “El cochino”, me dice y señala una figura de plástico que parece un cerdo azul con una parafernalia de adornos. Está en una esquina de la habitación, sujeto con unas cadenas a un poste. Muy navideño todo, en pleno albor de noviembre.

Reacciono como un autómata. Saco la cartera y le doy un billete. Ella lo ve, sonríe ­­–una mueca macabra–, dobla el papel y lo desliza por una abertura que tiene el chancho de plástico en la cabeza. Me despido y salgo del lugar. Mi perro me mira y siento que dice: “Te conejearon, pendejo”.

Y así vamos: pidiendo colaboración por lo que se supone tenemos que hacer. Eso viene de niños. Cuando salimos bien en el colegio, esperamos un buen regalo. Imagino que si no nos dan el obsequio, saldríamos corriendo donde el profesor a decirle: “¡Epa, gafo! Ponme cero en la boleta porque mi mamá no me regaló el Play 3. Y de paso, anda a revisar lo que escribí de ti en la puerta del baño para que llamas a mi papás y le digas que han criado a un malandro”. Qué boleta.

En navidad, el cochino es para metérselo a la arepa cuando te despiertas con un ratón que casi es un canguro. Ya comenzó la temporada porcina de plástico. ¡Ay de ti si no le metes nada al cochino! Mínimo: una volteada de ojos y un susurro que comienza por “c” y termina por “madre”.

Tal vez en el futuro, algunos pedirán colaboración por decir: “Buen día”. Lo cierto es que está por comenzar el tiempo de la gastadera desmedida de plata. Hay muchos cochinos vacíos en todas las panaderías y en cuanto sucucho hay en la ciudad.

No es que sea un tacaño, sino que prefiero no ponerle precio a la cortesía. Porque esa es la maldición de la sociedad de consumo.

Este texto fue publicado en el diario 2001 el día 15 de noviembre de 2012. Pág 2. Columna: «Grotexto».

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