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Meón

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Me salen raíces esperando al Metrobus. Es una infamia tener que esperar media hora por un viaje de veinte minutos. Sin embargo, la espera me permite ser testigo de lo orgánica que es la ciudad.

Plantado en la cola pensando obscenidades, aparece una criatura trotandito con la mano en el cierre del pantalón. El individuo no tenía un aspecto que uno pueda decir: “Asco”. Un tipo normal, un día cualquiera. Da unos pasos en una de las jardineras de la estación del Metro, dándole la espalda a la fila del Metrobus, y se dio gusto regando las matas.

Comienzo a mirar hacia los lados como un ventilador. Unos con la vista pegada en el celular, otros quemando las últimas energías que le restan del día y un par de carajitos de liceo en pleno romance de estación de Metro. A nadie le importaba que alguien estuviera haciendo sus necesidades a pocos metros. Si uno se concentraba, hasta se podía oír el chorro.

Mientras la criatura seguía en su éxtasis úreo, pasa una tierna abuelita cargando un par de bolsas casi vacías. “Por eso estamos como estamos”, dijo después de vomitar una de las vulgaridades más dantesca que he oído. Nadie se atrevió a contestar. O nadie escuchó.

¿Cómo estamos?”, pensé. La respuesta comienza por “jo” y termina en “idos”. Pero el verdadero asunto es si podemos hacer algo para cambiar o reducir lo que llamo el “caretablismo”. Es algo así como pedir una hamburguesa incomible en una sola pieza con un refresco light. ¡Qué caretabla! La costumbre hace los hábitos, el rollo es acostumbrarse a hacer las cosas bien. Aunque tengas que aguantar las ganas hasta llegar a casa.

En el borde de cualquier autopista o calle, a cualquier hora, hay una moto o un carro vacío. El conductor –y a veces un compinche– está parado echando un chorito, relajado. Como si nada, se sube el cierre –con los zapatos salpicados– y se monta en el vehículo. Arranca y va con medio brazo fuera de la venta. Así estamos. Esto no es un país, es un baño público.

El meón del Metro se alejó raudo, un perfecto representante del caretablismo contemporáneo. El terror de las aceras, un bragueta alegre, pues. Pensé: “Menos mal que no tenía ganas de hacer del dos”.

Este texto se publicó el 8 de noviembre de 2012 en el diario 2001. Página 2. Columna: «Grotexto».

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