Desde hoy lunes 26 de noviembre entra en vigencia el artículo 27 de la Ley sobre Donación y Trasplante de Órganos, Tejidos y Células en Seres Humanos, lo cual significa que toda persona mayor de edad a quien le hayan diagnosticado la muerte se presumirá donante de órganos, tejidos y células con fines terapéuticos.
A primera vista esto significa que habría una abundancia tal de órganos que todo el que necesite uno lo tendrá disponible. Pero eso es el azúcar que cubre el caramelo de cianuro (esta nota no tiene que ver con el grupo de ¿pop-rock? venezolano, ojo).
Lo esto que significa en la práctica, es que nuestros cuerpos le pertenecen ahora al Estado, el cual podrá disponer de ellos a su antojo a menos que, gracias al más increíble egoísmo y actitud antisocial y neoliberal, declaremos formalmente que no queremos ser donantes (es decir, declaremos la independendencia de nuestro cuerpo respecto al Estado).
«Esto de la independencia de nuestro cuerpo y tal, puede sonar muy bonito pero tenemos que pensar en los que esperan en la lista de la muerte por un transplante que les salve la vida, ¿verdad? ¿Verdad?». Ciertamente tenemos que pensar en ellos, para eso se hace hincapié (a través de múltiples campañas) en apelar a la conciencia de todos para ser donantes vo-lun-ta-rios, aparte de que se podrían establecer otros mecanismos para aumentar la disposición de órganos donados que solo la mentalidad estatista impide poner en práctica por ahora.
Pero hay que establecer un límite. Porque hay cosas que no pueden hacerse pasando por encima de los derechos ajenos. Permitir esto desde hace 50 años es lo que nos ha llevado a donde estamos. Establecer por ley que nuestro cuerpo está «disponible» para que el Estado disponga de él es invertir las cosas. Es como aceptar (como casi todo el mundo ha hecho ya) que los derechos los establece el Estado (como no, «democráticamente», mediante una mayoría electoral circunstancial) cuando la verdad es que los derechos son anteriores al Estado, de hecho, son atemporales, si no, no serían derechos.
Si el Estado puede establecer los «derechos» que podemos disfrutar, de la misma manera puede establecer cuáles no, o incluso cancelar los derechos «establecidos» anteriormente. ¿Me explico? Permitir la donación por defecto o «forfait» es aceptar, tácitamente, que no tenemos derecho sobre nuestro cuerpo. Declarar que no queremos donar nuestros órganos al morir, además de hacernos quedar como unos desalmados, significa pedir una «excepción», un privilegio; en todo caso, una concesión graciosa que muy bien podría dejar de existir si las circunstancias lo requieren.
Desde hoy declaro que no le pertenezco al Estado, y mientras más lo asuman, mejor.