Aparte de mi pasión por la historia, también esta mi gran afición por el cine de ciencia ficción en general, y por las películas de futuros distópicos y viajes en el tiempo, en particular. Crecí en un tiempo y momento donde las retransmisiones del Planeta de los simios (en todo el esplendor de sus cinco partes, cada una con menos presupuesto y menos simios que la anterior) eran una cosa de cada domingo, donde Rollerball (1975) y Soylent Green («Cuando el futuro nos alcance», 1973) nos aterraban con aquello que posiblemente, podía pasar en los años venideros (sobrepoblación, gobiernos dictatoriales y super controladores, falta de comida… ¿suena familiar?). Eran tiempos bastante interesantes para la ciencia ficción: George Lucas acababa de terminar la trilogía original de la Guerra de las Galaxias (1983), y Blade Runner (1982) y Alien, el Octavo Pasajero (1979) eran un recuerdo reciente. El primer Terminator (1984) de James Cameron estaba por venir.
II
Las películas de viajes en el tiempo fueron las que (desde esa temprana época) capturaron mi atención, además de ser el foco de interminables discusiones con mis amigos de colegio. Lo eran, por lo que consideraba como inconsistencias e incorrecciones obvias, en cuestiones de historia. Al hablar acerca de Volver al Futuro (Back to the Future, 1985) nunca olvidaba las dos cosas que más me hacían ruido: a) El que «Doc» Brown mencionase como ejemplo de posibles elecciones en el menú de «viajero del tiempo» el 25 de Diciembre del año «0» (cuando ya había leído que Jesús NO había nacido en el año 0, o mucho menos durante el mes de Diciembre) y b) Que Marty McFly no dejase de existir en el mismo momento que interrumpía la futura relación amorosa de sus padres? (¿La foto de sus familia que desaparece poco a poco? Nada convincente…)
Pero la paradoja de Marty McFly enamorando a su madre (y viviendo en un final feliz para contarlo) no era nada al lado del mega enredo que representaba para el espectador entender el embrollo del plot de Terminator (1984): El soldado de una futura guerra de la humanidad contra las máquinas regresa en el tiempo para salvar a la madre del líder de la resistencia (John Connor), líder que es concebido… ¿Por ese mismo soldado, que viene de ese futuro que sólo será posible si nace esa persona (John Connor)? Un poco difícil entender los matices de la Bootstrap paradox a los diez años… ¿O era más bien la paradoja del abuelo?
III
Paradojas de Chuck Berry aparte, los gazapos a que nos tienen acostumbrados las películas de viajes en el tiempo son en parte explicables debido a las limitaciones de producción. Por ejemplo, el cine y la televisión nos han hecho creer que un viajero en el tiempo sería capaz de entender a cualquier persona en el pasado remoto o cercano, en cuestiones de lenguaje, al menos. Tal es el caso Army of Darkness (1992), donde el personaje principal, Ash Williams, es enviado a través de un portal al año 1300. O el de Dark Shadows (1966-1971, 1991, 2011) donde Barnabás Collins (un inglés de noble cuna convertido en vampiro) pasa 200 años bajo tierra, despertando en el Estados Unidos de la década de 1970. O el de Time Bandits (1981) donde uno de los protagonistas viaja hasta la antigua Grecia, y conoce nada menos que al rey Agamenón. Ninguno de ellos tiene problemas (viajando hacia el pasado, o futuro) en comprender a sus interlocutores, y sus interlocutores tampoco tienen mayores problemas en comprenderlos a ellos.
Esto ya es algo que se ha tratado en otros sitios antes, así que voy a permitirme robar un gran ejemplo, y ponerlo de este modo: Imaginemos que por medio de una máquina del tiempo, viajamos a la España del siglo XI. Intentamos hablar con sus habitantes, pero hay un pequeño problema: Ellos no hablan español (o como nos dirían nuestros amigos españoles, lo que no hablan es castellano). Hablan una lengua iberorromance previa al castellano, y que luce más o menos así:
Merecérnoslos hedes, ca esto es aguisado,
atorgarnos hedes esto que avemos parado.-
Gradeçiólo don Martino e reçibió los marcos,
gradó exir de la posada e espidiós’ de amos.
Exido es de Burgos e Arlançón á passado,
vino pora la tienda del que en buen ora nasco.
Reçibiólo el Çid, abiertos amos los braços,
-Venides, Martín Antolínez, el mio fiel vassallo,
aún vea el día que de mí ayades algo.-
-Vengo, Campeador, con todo buen recabdo,
vós seisçientos e yo treinta he ganados.
Mandad coger la tienda e vayamos privado,
en San Pero de Cardeña í nos cante el gallo,
veremos vuestra mugier, menbrada fijadalgo,
mesuraremos la posada e quitaremos el reinado,
mucho es huebos, ca çerca viene el plazo.-
Estas palabras dichas, la tienda es cogida,
mio Çid e sus conpañas cavalgan tan aína,
la cara del cavallo tornó a Santa María,
alçó su mano diestra, la cara se santigua,
-A ti lo gradesco, Dios, que çielo e tierra guías,
válanme tus vertudes, gloriosa Santa María.
D’aquí quito Castiella, pues que el rey he en ira,
non sé si entraré í más en todos los mios días.
Vuestra vertud me vala, Gloriosa, en mi exida e me ajude(Cantar del Mío Cid)
Ni pensemos en leerla directamente de la fuente:
¿Que ocurre aquí? Pues que los lenguajes evolucionan y cambian. No permanecen estáticos. Viajar hacia el futuro (o hacia el pasado) y esperar encontrar la misma forma de lenguaje que utilizamos hoy (sea que hablemos inglés, español o chino) es, un poco como esperar que una persona tenga el mismo corte de pelo y la misma vestimenta durante digamos ¿diez años? ¿veinte?
Ahora, imaginemos (por otro lado) lo difícil que ya resulta para un productor de cine, filmar una película de época o ciencia ficción (cuya trama se desarrolle, aunque sea parcialmente, en otro tiempo que no sea el nuestro): Escenarios, vestuario, maquillaje, etc. ¿Se va a enrollar más la vida, buscando que los actores y extras reproduzcan el lenguaje y el acento del período requerido en cuestión? No. Buscará hacerlo todo en un sólo idioma. Por eso simios y humanos hablan un inglés bastante uniforme en El Planeta de los Simios (1967): Arthur P. Jacobs se habría metido en un tremendo paquete, si hubiera optado por filmar al pie de la letra lo que había en la novela de Pierre Boulle (donde los simios tenían un lenguaje propio, y eran los astronautas venidos desde la Tierra los que se esforzaban en aprenderlo)
IV
Un viajero del tiempo tendría que (como mínimo) tener a su alcance un androide de protocolo como C3PO para poder afrontar un salto hacia el futuro o pasado distante (o algo así como el personaje de Michael Fassbender en Prometheus). O un traductor simultáneo que pueda ser ocultado fácilmente, como sugiere Michael Crichton en Timeline, la única novela (creo) que tiene un enfoque inteligente y realista en cuanto a las dificultades que enfrentaría un viajero del tiempo (no la adaptación cinemátográfica de 2003, que cae en los errores de «entendimiento universal» expuestos anteriormente)
En Timeline vemos, además de una elaborada explicación de como una corporación ficticia (ITC) logra dominar el viaje en el tiempo, las primeras consideraciones realistas en cuanto al viaje mismo, entre ellas, las del idioma. Los viajeros van hacia la Dordogne (Dordoña, Francia) del siglo XIV (1357 es el año en cuestión) y en esa región, para ese momento, sólo se hablan (además del latín, lingua franca de la intelectualidad de aquellos tiempos) otros tres idiomas: Occitano, Francés Antiguo e Inglés Medio ¿Que hacer? A pesar de contar con un experto en los idiomas de la Edad Media (André Marek), los demás miembros de la misión necesitan algo extra de ayuda. Lo obtienen por medio de unos traductores universales en forma de piezas de ayuda auditiva. Adicionalmente, previo al «salto», escuchan varias cintas que los familiarizan con la pronunciación del Inglés Antiguo.
No obstante, esto no libra a los viajeros de dificultades. Chris Hughes, uno de los investigadores (arqueólogo) miembros del equipo, termina envuelto un problema mayúsculo, al declararse (sin saberlo) noble. Las grandes dificultades de comunicación (si, posee un traductor simultáneo, pero no, no habla la lengua «nativa») le llevan inevitablemente en esta dirección.
V
Hay complicaciones más allá del lenguaje. Para empezar, el viajero en el tiempo debería abandonar cualquier pretensión de estar cómodo, en especial si el destino al que quiere llegar es el pasado. Mientras más viaje atrás en el tiempo, más complicado será para él. Por ejemplo, aquellos decididos a visitar las glorias de la antigua Roma, o Grecia, podrían tener algunas objeciones respecto al diseño o uso de las instalaciones sanitarias. Ni hablar de lo que utilizaban como sustituto del papel higiénico (que no existía)
También (y como ya menciona Cracked.com) existe el problema de la higiene en cuanto a la comida que decidamos tomar, o el agua que decidamos beber. ¿Es una apuesta segura para el viajero del tiempo? Sin duda que no. La purificación del agua (tal y como la conocemos) es algo reciente. No fue sino hasta la epidemia de cólera en Londres, en 1854, que el público en general se dio cuenta de lo limitado de sus sentidos (olfato, gusto) como jueces de la calidad del agua que consumían.
Por alguna razón los piratas preferían el ron (o más bien, grog) al agua.
VI
Las películas de viajes en el tiempo son sin duda entretenidas. Un gran ejercicio de imaginación, que es a la vez declaración subrepticia de lo que una parte de la humanidad quisiera alcanzar (científica y tecnológicamente hablando), y que se coloca (junto con otros deseos más o menos materiales, más o menos justificables) en el rango moral y deontológico de aquello que ¿debiéramos o no intentar? (en caso de tener los recursos y la posibilidad).
Pero están severamente delimitadas por las carencias propias del medio audivisual: Visión del realizador, fiabilidad vs. factibilidad (costos de rodaje y producción), pérdida de contenido en la «traducción» del material escrito (novela o material histórico) al guión cinematográfico o televisivo, etc. Esto les hace caer una y otra vez en los clichés y vicios propios del cine histórico o de época: Simplificación o caricaturización de personajes, teorías y eventos. El pasado no nos habla simplemente con un exagerado (y trabajado) acento británico.
Si la historia amena (la historia de los grandes eventos) y el cine histórico tradicional son la «espuma de la historia», el cine de ciencia ficción y más especificamente, el tema de los viajes en el tiempo dentro del género de ciencia ficción (en el cine) no constituyen más que burbujas dentro de esa espuma. Es el ejercicio ad infinitum de la historia alternativa. La historia de los «Y si…?»
Una historia alternativa que sigue, por supuesto, impulsando la curiosidad de muchos, a la par de su incansable deseo de recuperar lo que es imposible de recuperar: El tiempo perdido, y las oportunidades desperdiciadas.