Frankenweenie: Copia Certificada

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Tim Burton sale del foso de la intrascendencia con su nueva obra maestra, Frankenweenie, versión amplificada de su cortometraje homónimo, así como una adaptación libre y ecléctica del relato clásico de Mary Shelley sobre la creación de la vida artificial en una época de conmociones tecnológicas.
El prometeo moderno encarna las pasiones y fobias de la moral anglosajona ante la génesis de la revolución industrial, cuando las máquinas amenazaban con barrer al hombre de la faz de la tierra. De aquellas pesadillas tempranas de la ciencia ficción, nacieron los avatares de la sociedad del espectáculo. Entonces surgieron los replicantes de Hollywood para capitalizar los miedos de la depresión de los treinta.
La Universal Studios contrata a James Whale y juntos fabrican al mito de Boris Karloff.
En adelante, el filón será explotado por los genios y los artesanos menores del género. Pocos pasarán a la historia. Del grupo cabe destacar el empeño de James Cameron. Titanes como Kubrick, Spielberg, Scott, Verhoeven y Cronenberg tampoco se quedan atrás en su exploración de los abismos de la distopía y el no futuro de la especie humana.
Por mérito y esfuerzo, al conjunto dorado pertenece el director de Sleepy Hollow, dueño de una poderosa y compacta filmografía dedicada al tema en cuestión, no exenta de altibajos. Sus puntos ciegos y discutibles son conocidos: Planeta de los Simios, Alicia en el país de las maravillas, Sombras tenebrosas y Charlie y la fábrica de chocolate.
De un tiempo para acá, el realizador avanza a trompicones por una artería minada de piezas fallidas y promesas rotas en finales decepcionantes, por mero compromiso corporativo.
Justo ahora, después de arar en el mar de la creatividad perdida, vuelve a sorprendernos con un curioso y entrañable remake de un trabajo amado y odiado por sus promotores de la Disney. El ratón Mickey lo aceptó a regañadientes en su momento y luego supondría el catalizador de la ruptura con el niño prodigio de Big Fish.
Irónicamente, la Frankenweenie de 2012 viene apadrinada por el mismo emporio infantil. Razón suficiente para considerarla una venganza dulce contra los herederos del viejo Walt.
Entre líneas, el filme proyecta el exorcismo y la revancha de un autor, joven por siempre, asediado por la cacería de brujas de un entorno gris, dibujado con las luces y sombras de un circo freak, a la manera de Tod Browning. El largometraje reinventa el contenido implícito de Eduardo Manos de Tijera según el enfoque animado de El Cadáver de la Novia, a través de la recreación estereoscópica del arte del stop motion.
El efecto 3D potencia la profundidad de campo del argumento abocado a resucitar el espíritu del adorable perrito Sparky, reconstruido por retazos a semejanza de la película.
A partir de ahí, la ficción rinde tributo al cine como lugar de encuentro de las diferencias irreconciliables, de lo bello a lo feo, de la tradición a la vanguardia y de la vida a la muerte. A su vez, el mensaje reflexiona en torno al dilema de la copia enfrentada a su original. Frankenweenie es un duplicado legítimo por la inteligencia y el afecto invertidos en su fase de gestación. Los demás clonan el prototipo y acechan en forma de mutaciones perversas de los clásicos. Aprendamos a distinguir el grano de la paja.
*Publicado originalmente en «El Nacional».

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