Los bonos venezolanos suben hasta el cielo y la nomenklatura chavista se enjuga las manos. Nada mejor que una enfermedad bien administrada para exprimir la deuda pública y hacerse re-millonario. Todos lo saben y por eso sonríen para la foto.
El tipo se muere, no se muere. Se va, vuelve. Maneja el ciclo de noticias a la perfección. La única constante es que ellos se revuelcan en dólares y tú no. La cuenta regresiva para que te den un tiro en la calle ya comenzó, pero obviando eso, como apunta Rubén, tu vida no cambiará ni para bien, ni para mal. Si crees que su muerte cambiará algo, te equivocas. Lo peor de los gobiernos radicales truncados es que nunca terminan. Siempre existirá una masa crítica de loquitos que alabarán las 20.000 muertes al año y la devaluación de 1500%. Siempre estarán, en el peor de los casos, a un voto de la victoria.
Pase lo que pase, se muera ahorita o en el 2031, dentro de veinte años Rosinés ganará las elecciones cabalgando sobre el cadáver de su padre. Para ese momento, Venezuela ya no exportará petróleo y la cosa estará realmente jodida, pero millones de fanáticos se harán pipí de la emoción cuando escuchen con reverb la palabra del profeta Hugo. Si estás preparado y contento con eso, quédate, roba, traiciona, participa en el saqueo y se feliz. Si no, yo sugeriría que te vayas, así tengas que cruzar la frontera a pie. Tú, yo, todos estamos enfermos. Caímos por accidente en un lugar que lo tenía todo y decidimos ser liderados por gente tan, pero tan talentosa, que mandaron todo a la mierda. Hoy somos 30 millones de personas con cáncer en el alma, no tenemos puta idea de cómo vivir en sociedad y todos pensamos que tenemos la razón. Fracasamos de manera extraordinaria y nuestro más simbólico testimonio para futuros arqueólogos, será esa rampa de patineta que construimos para enterrar un sarcófago vacío.