Cuando el paro petrolero en el 2002-2003, fue ferozmente afectada la navidad de Juan Carlos Benevento, un señor jubilado de la antigua PDVSA, quien jamás creyó que las navidades podrían ser iguales a otras, después de semejante contratiempo.
Entre todas las pericias que tuvo que hacer, una de las más recordadas fue comprar cervezas en mil quinientos bolívares cuando estas costaban trescientos cincuenta Bs débiles; paradoja que los colombianos estaban alegres al ver su profecía cumplida “algún día hijueputa, le venderemos cerveza y petróleo a Venezuela”.
Durante esta locura de secuestro social J.C.B. tuvo que echarle gasolina al carro un par de veces, y sacársela para surtir la moto, que había comprado en Maracaibo hacía unos años atrás.
Lo común del caso fue que muchas familias venezolanas se quedaron sin hallacas porque las esposas no permitían que se hicieran gasto extras, ni para pasarla bien, ni para pasarla mal. Durante aquella navidad, los fuegos artificiales se resumían a fósforos.
Benavento era padre de tres hijos, dos de ellos pasados de 25 años y su hija menor de 17. Todos estaban resignados a pasar la navidad y el año nuevo si diversión, a pesar de tener una buena colección de discos de Sandro y Piero, que resultó la salvación en los momentos de tragos, tomando en cuenta que sacó un par de botellas de la reserva de güisqui que le habían regalado unos inversionistas panameños.
Las calles estaban sin gandolas; sin camiones de regalos, sin aceitunas, sin alcaparras, sin ganas de pasarla bien porque el ambiente era un croche en mal estado y se necesitaba de disco, prensa y collarín, para volver a la vida.
En las noches bajo reflexiones profundas y sin tener mucho ánimo Juan Carlos se desvivía por irse del país, al parecer no veía su continuidad económica, y pensar vivir bajo esa dictadura era mejor irse para Miami, al cuarto de un apartamento que su prima le había ofrecido en su último viaje.
En la casa de la Familia Benevento todos comulgaban con el cambio costara lo que costara. Las luces del pesebre estaban estáticas mostrando el único símbolo de navidad en un rincón olvidado de la casa. El arbolito lo dejaron en cajas entreabiertas. San Nicolás también estaba de paro. No había sino la luz propia de un país.