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Venezuela de Piedra

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   Para recuperar las islas que se encuentran en las regiones de Birmania, Malasia, Nueva Guinea, Filipinas, Borneo, detener las incursiones japonesas en China y finalmente derrotar a los japoneses con una serie de bombardeos a sus principales ciudades, los aliados fueron estableciendo cabezas de playa y tomando las islas de esta zona del Pacífico hasta acercarse lo suficiente para que los bombarderos tuvieran autonomía de vuelo para alcanzar los objetivos.

   No se esperaba que en en algunas islas de Vanuatu y de Papua Nueva Guinea, los japoneses y los aliados encontraron una serie de tribus que todavía utilizaban tecnología de la edad de piedra y que jamás habían tenido contacto con otros grupos de humanos.

   Para los nativos debió ser algo mucho más sorprendente que para los aliados. Un montón de personas de color, ropa y dialecto muy raro, llegaron en objetos que hacían mucho ruido en el agua. Luego esa gente rara empezó a dañar el terreno y pusieron antorchas extrañas a los lados y construyeron casas muy altas donde hombres hablaban a cajitas mágicas y estas respondían; después unos artefactos voladores gigantes llegaron, con muchos objetos interesantes y comida en su barriga. Y la gente rara usaba antorchas mágicas que no quemaban, remedios para las enfermedades, comida que venía en unos recipientes brillantes.

   Cuando la guerra se acabó y los aliados y los japoneses abandonan las islas, sus habitantes fueron olvidados por algunos años. Hasta que un grupo de antropólogos decidió regresar a estudiarlas y ¿qué podían esperar de un grupo de personas que creen en la magia y cuya religión está basada en la veneración de los ancestros?

 

   Las tribus habían imitado todo. Habían hecho réplicas de madera de las torres de control y mantenido las pistas de aterrizaje con fogatas haciendo las veces de luces indicadoras. Habían hecho réplicas aviones, walkie talkies, maletas y auriculares; incluso hubo un caso de nativo llamado Bateri. Desarrollaron el mito en el que las personas que los habían visitado unas décadas antes eran sus ancestros, que habían llegado con regalos del cielo en aviones. Incluso desarrollaron una deidad que se llama John Fromm (posiblemente por I’m John from Louisiana, I’m John from Nevada) y a ésta nueva religión se le llamó culto a la carga.

   Han hecho todo bien y todo parece correcto: imitan las voces, los ruidos del motor, las torres de control, los controladores aéreos, las pistas de aterrizaje, entonces ¿por qué no llegan los aviones con los regalos?. Están dejando de lado algo esencial, porque simplemente, los aviones no llegan y para ayudarlos no basta con mejorar el diseño de los walkie talkies de bambú..

   Richard Feynman, extraordinario, articulado, irreverente, ganador del nobel y sumamente interesante de escuchar y leer, hizo una analogía entre este comportamiento y las prácticas que se asemejan a la ciencia, pero en realidad no usan el método científico. En un discurso en el Caltech en el año 1974 acuñó el término ciencia del culto a la carga porque ¿Cómo es posible después de haber hecho gran cantidad de estudios de cómo se debe enseñar literatura o matemáticas cada año las calificaciones en ambas materias de los niños norteamericanos hayan desmejorado?, ¿Cómo es posible que después de tantos estudios en prevención del crimen las cifras de crimen sigan aumentando?

Feynman dice, porque se está enseñando a imitar los términos y las formas de la ciencia, pero no se está enseñando el método científico como tal. Por eso terminamos escuchando de energía del espíritu, ley de la atracción, 8 de cada 10 odontólogos recomiendan colgate, blancos más blancos científicamente comprobados y que la medicina sistémica funciona. Se enseña física, química, matemática y biología pero no la esencia de estas disciplinas.

   Habría que detenerse a pensar y preguntarse ¿Existirán otros tipos de culto a la carga?, ¿En qué otras situaciones se está imitando la forma esperando cambiar el fondo?
Hay otra analogía, un tanto cruel, expresada por Stephen Hill, experto en políticas para el desarrollo de las ciencias.  El doctor Hill afirma que sociedades como la venezolana no se diferencian de las sociedades de la edad de piedra de Papua Nueva Guinea. Tal vez no somos una sociedad cazadora – recolectora, que visten taparrabos y habitan en chozas. Tenemos computadoras, celulares, televisores, automóviles y edificios (algunos incluso tienen más de 10 pisos y todo), pero en esencia no pensamos distinto.
Sociedades como las nuestras trata de imitar la infraestructura de sociedades exitosas esperando con esto alcanzar el desarrollo sin captar la esencia que hizo a las sociedades industrializadas y desarrolladas.

   Se han creado muchas iniciativas e instituciones para fomentar el desarrollo como el INCE, IVIC, INTEVEP, FUNDACITE, CORDIPLAN, Plan Bolívar 2000, CORPOINDUSTRIA. Tenemos la Universidad de Los Andes, Universidad Central de Venezuela, Universidad Simón Bolívar, Universidad de Oriente, Universidad del Zulia, URBE, Universidad de Carabobo. El actual gobierno está creando universidades como arroz, redactó la LOCTI y creó la misión  Vuelvan Caras, misión Ché Guevara, misión Ciencia.

   Y los venezolanos seguimos esperando el desarrollo, con chorrete de baba saliendo de nuestras bocas y la mirada perdida en el espacio.

  Los políticos en campaña construyen escuelas, las dotan de comedor, salones multimedia y computadoras. Se regalan canaimitas mientras se declara el internet como gasto suntuario. Pero el avión no llega.

   Se hacen acuerdos comerciales, con Rusia, Irán, China, Bielorusia, Mercosur, el ALBA, Cuba, España y con quién venga. El gobierno nos dice que su petróleo es nuestro y prometemos las reservas de cien años al primer país que medio nos caiga bien. Pero el avión no llega.

   Incluso las universidades se preocupan más por estar entre las mejores mil universidades del mundo y el protocolo de las graduaciones que por la preparación real de sus estudiantes.

   Somos un país donde según wikipedia, el 98% de la población tiene un celular, pero solo el 76% de la población tiene acceso a un servicio de aguas servidas (revisar página 115 y notar que ni lo dije yo y que este porcentaje es de población urbana). En otras palabras, en Venezuela es más fácil comunicarse a través de un Blackberry que conseguir hueco donde cagar. Por supuesto que el avión no va a llegar.

   Somos una sociedad sumamente ingenua e ilusa y aunque compremos mucha tecnología no somos una sociedad tecnológica. Una sociedad tecnológica es la que puede resolver sus problemas y nosotros no podemos. Es iluso pensar que sí, mientras que solo 8.920.253 de personas de 22.499.241 tenían acceso a aguas servidas en el 2003.

Para conquistarnos no hace falta que la bota insolente del extranjero profane el sagrado suelo patrio, porque con algo tan simple como dejar de vendernos antibióticos ya pueden acabarnos como moscas; simplemente no tenemos la capacidad de abastecer la demanda nacional por nuestros medios. Para poner una anécdota personal, en cierta ocasión me mordió un perro callejero y tuve que visitar cuatro centros médicos de la ciudad de Mérida antes de conseguir uno que tuviera suero antirábico. Centro de Diagnóstico Integral El Llano, Seguro Social, Hospital Universitario, Hospital Sor Juana Inés y al final recibir la vacuna en el Ambulatorio Venezuela y en este último me dijeron que tratara de conseguir al perro para determinar si tenía rabia o no y no malgastar el escaso suero.

   Tenemos nuestro propio culto a la carga tropical style, sin darnos cuenta que imitando la infraestructura o comprando los objetos tecnológicos que nos ofrecen no llegaremos al desarrollo.

   Mejorar la educación no se logra solo con construir más escuelas, sino mejorar una cantidad de variables que incluyen a los alumnos, las aulas, el comedor escolar, la autonomía de las escuelas, pedagogía, currículo, sistema de evaluación, el rol de la familia en la educación, infraestructura, mobiliario, entrenamiento de los profesores, uso de tecnologías de información, tiempo en la escuela.

  Para disminuir la criminalidad no se necesitan construir más cárceles o comprar mas motos, sino mejorar la situación de niños con faltas afectivas, dar más oportunidades de empleos, mejorar el entrenamiento de la policía, mejorar el sistema judicial.

   Ninguna de estas cosas es fácil de hacer, sin embargo no creo que nadie esté salvado de intentar aportar algo. Hay muchas personas que no se han dado cuenta de nuestro culto a la carga. Se reconocen porque vociferan “en mi opinión personal Venezuela es el mejor país del mundo”, pero, los que se han dado cuenta no son víctimas por ignorancia sino cómplices por omisión y que probablemente dirán “Te lo dije”, cuando los antropólogos lleguen a nuestro país a estudiar a esta rara sociedad que se quedó estancada en el siglo XX.

 

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