«No traten de correr de la Ayahuasca, no sirve para nada,
no pueden correr de ustedes mismos,
ninguna cobija podrá calentarles del frío interior,
si tienen que morir espiritualmente, pués déjense morir.»
La poderosa diosa femenina vegetal se apoderó de mí.
Cada átomo se convirtió en complejos y hermosísimos fractales que formaban infinitas galerías psicodélicas.
Luego una oleada de figuras similares a petroglifos inundó el espacio.
¿Quienes somos? -pregunté
Somos Tierra y Mierda, no hay nada más allá. – respondió
Eso diría una planta, sin duda, ¿que sómos para las plantas si no abono y alimento?
Lentamente me convertí en tierra y mierda, tan negro como la tierra, pero un negro lleno de matices. La negación del color, era la magnificencia del color mismo
¿Quién Soy?
Soy una planta que florece con la música.
Las notas de un violín y los compases simples de un piano se metamorfoseaban en visiones luminosas que producían un éxtasis fantástico.
Mi agradecimiento a la diosa madre y a la chamana que nos mediaba eran infinitos.
Somos Tierra y Mierda -recordé
Era un indio, ecuatoriano, sólo los hijos y la comunidad importan, nada más. El saber que sómos sólo tierra y mierda me llenaba de orgullo y alegría por mi gente, sólo nuestra familia era importante.
Lo importante, olvidamos lo importante muy a menudo.
¿Cuál es mi protección? -pregunté
La inocencia es tu protección en este viaje. La inocencia es no juzgar -respondió
Otra oleada de éxtasis llenó el espacio.
Al no juzgar no existe bien ni mal.
No importa lo que pase.
Todo concepto desapareció.
La soledad de la palabra.
El desierto del sentido.
Todo yacía tirado, abandonado.
Mi propio cuerpo se tumbaba por su propio peso.
No juzgar se convirtió en nada, en cosas huérfanas de sentido.
Nada importaba…
Lo importante debía reflejarse en ese momento…
Sólo mi cuerpo fué señalado como importante.
Importa mi cuerpo, sin embargo somos el barro de la tierra y la mierda, pero con un soplo de vida.
Dios no hizó al hombre del polvo de la tierra, lo hizo de tierra y mierda.
Al terminar una oración ya perdía todo el sentido la frase.
Nada importaba…
La inocencia es no juzgar – recordé
Mis brazos y manos se volvieron pequeños.
Los objetos eran enormes.
Era mi hijo.
Veía el mundo desde sus ojos.
Lo ví a él y me sonrió…
Es un niño feliz, no hay duda.
La inocencia del no juzgar.
Juzgamos demasiado.
¿A quién beneficia tanto juzgar?
A mi no.
La hermosa presencia de la diosa vegetal se hizo carne, se hizo rama, se hizo hermosos cabellos negros, grandes ojos negros.
Admiraba su belleza y le acariciaba las largas lianas que se entrelazaban con su cabellera.
Orgasmos, gozos, amor incondicional como nunca lo había sentido.
Me acurrucó en su ser.
Me insertó dentro de una semilla, en posición fetal y me sembró en la tierra.
Deseaba salir, ya era hora de salir, no más.
Me ahogaba, urgencia respiratoria.
Sufrimiento fetal.
Renací ahogado en mi vómito.
Gracias diosa.
Gracias madre tierra.
Gracias amante.
Gracias mujer vegetal.
Me mostró una pequeña burbuja.
Sólo una vez, no más –me dijo
Colocó la burbuja en la zona consciente de mi cerebro para que lo recordara cuando despertara.
Supe entonces que quizás no la volvería a ver, pero que siempre la recordaría como mi mejor amante.
Sonrió y me dijo:
Sembré una semilla en tí.
ficción?
siempre hay algo de ficción
Te di 5 estrellas, aunque dejé de leer en
«No juzgar se convirtió en nada, en cosas huérfanas de sentido.
Nada importaba…»
Delicioso relato.