Devoradores de hallacas (2da entrega)

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navidad, cocinar, compatir
navidad, cocinar, compatir
navidad, cocinar, compartir
Ya eran casi las nueve de la noche cuando llegué a casa y las hallacas estaban listas. Toda la familia sabía que debíamos guardar buena reserva para los días siguientes. Algunos primos, las tías y los muchachos que andaban de visita veían televisión hipnotizados, parecían entretenerse de mala gana cuando pasaban las propagandas  navideñas de los canales nacionales.
Sobre la mesa  quedaba un hálito de las hallacas recién hechas, las hojas, las alcaparras, el guiso, la masa, y esos sabores que se siembran más allá del hipotálamo. El pesebre aún estaba en construcción, pero los niños se acercaban con suspicacia cerca de las cajas donde estaban guardados María, José, Jesús, el toro, la mula, la veintena de ovejas y los cuatro pastores que arreaban el rebaño para el efímero establo.
La hallaca servida. El pabilo creando unas curvas alrededor del plato. Llegaron  los muchachos a la cocina a comerse una, aunque ellos a veces reniegan de la tradición y entonces no quieren comerlas, pero esta se las devoraban y el gusto se les salía por los ojos. Uno de ellos, desde la mesa, decretó que las de este año eran las mejores.
Ya faltaban pocos días para la nochebuena. La tradicional cena casi estaba al tiempo y toda la parafernalia que implicaba sentarse en la mesa decorada, para compartir chistes y una que otra borrachera.
Esa noche era un reencuentro con la infancia. El recuerdo como un cuchillo afilado que tienes en el cuello, sobre todo el olor del recuerdo…  los fuegos artificiales, la primera salida de la bambalina de la caja y el desorden globalizado que implica esta fecha; momento que se desvanecen entre los que van y vienen.
                                                                                                    (2da entrega de: La Hallaca encartada)

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