Entre esos distorsionados señuelos que adornan la ironía social me tropecé con una muy difícil realidad, la de tener que postrarme más de ciento ochenta minutos en una parada de bus que no llegaría en ningún caso a ningún destino que el mismo que me dio origen de salida, mi propio hogar. Apaciblemente me había afrontado con una ligereza de ausente ansiedad a la misión del día.
El clima charlaba levemente- esto es circulación compasiva y humilde- no se lograba detallar ni a suma conciencia de que sería un día de lluvia o de un majestuoso astro dictando mandatos en el cielo azulado. Me adapte con valentía y democracia de voluntad al género de regulación de tensiones y manifiestos negativos. No obstante presencie la erosión traficaría de vehículos mal manejados por el mínimo margen que queda entre huecos y tramo viable. Como pájaros de injusta carcelaria humana, se despellejan en su apuro de eyectarse por sobre los propios compañeros de jaula una melancólica nota queda en el viento: “esta ciudad es una mierda”.
En todo caso me despedí de mi habitual semblante sereno luego de presenciar que el tiempo y sus ademanes macabros se asociaban al morbo imperceptible de manipular mi sosiego. Eso es cháchara que se maneja en las jergas del caos criollo, no voy a caer en el precipicio de empecinarme en la iracunda violencia de maldecir en vano. Pero la lluvia de acido estomacal empezaba a desbordar los cauces de mi salvaje naturaleza.
Pasaban en combos de tres, de dos en dos, pero en ninguno de sus nombres pude reconocer el de las dos palabras fusionadas que dan sentido a mi mísero sueldo de empleado mecánico, con un máximo de gasto en traslado que lo estipulado en una hipótesis, que no me cabe la menor duda viene a castigar mis angustias cuando quiero llegar rápido a mi destino, ese uno con cincuenta céntimos es la piza clave de mis pobretones ahorros. Esa comparsa de colores verdes Canaima que me llama a involucrarme con el inofensivo dictamen de mi ahorro – no puedo gastarme cinco bolívares en un transporte que si bien me llevaría mucho más rápido y con reflejos de muerte en el freno inexistente, me sirvo de mi estúpida terquedad y asumo como honor en campo de batalla “No he de rendirme en espera hasta que la guerra con la tensión de horario se hace un nudo muy difícil de tragar”. Porque si no estoy soñando con imágenes de noticiero noctambulo, me siento ligado a la idea de que la sumergida infernal no me despabilo la juventud despreocupada; solo hasta culminar mi faena de pregonero de un bus verde que se desvía de sus rutas habituales el día en que había que pagar la factura telefónica, la gaceta oficial de corte a mi luz de mesa, supe comprender con alguna mediocridad apresurada que el hombre común no puede luchar contra los designios selváticos del cemento en pro de la revolución del trafico.